Por: Janeth Cristina Castañeda Cruz.

Infinidad de veces hemos oído hablar de buena educación, y mira qué importante es esta dimensión; sin embargo, si miras tu diario actuar te darás cuenta que no dejas huella al caminar; que si pasas por delante de doña Tomasa, tu conocida de toda una vida, ni siquiera te mira y molesto te dices, qué tal raza; que si eres un anciano y pasa por lado tuyo un jovenzuelo, no te cede la vereda y en el extremo, hasta te tira al suelo; que si eres un estudiante de secundaria, por estar concentrado en el celular, ni siquiera saludas a tu profesor así lo veas pasar. Cada una de estas acciones, nos invita a preguntar: ¿A dónde fueron las normas de urbanidad? ¿A dónde fueron desterradas? Según sostienen algunos entendidos, quedaron en la más profunda oscuridad o en el más cruel de los olvidos por decisiones erradas, por eso apelo a tu buena voluntad, vayamos en su búsqueda a rescatarlas y en práctica ponerlas sin demorar.

Las normas de urbanidad regulan nuestro comportamiento, nos ayudan a ser benevolentes, a desarrollar sentimientos de fraternidad y mutuo respeto entre las gentes, responden al buen sentido de la persona en su totalidad, permitiéndonos ser felices en esta gran sociedad.

Puedes ser un gran profesional o poseer muchos conocimientos o tener mucho dinero o ser un gran político; no obstante, te consideran mal educado, porque eres muy grosero, sea de manera voluntaria o involuntaria, convirtiéndote en escoria porque no entiendes que tu obligación es ser una persona con dignidad, cuya misión es practicar normas de urbanidad.

Nuestros jóvenes de hoy, en su gran mayoría, aman el lujo, tienen pésimos modales y desdeñan la autoridad, contradicen a sus padres y, a sus maestros, se dedican a tiranizar. Por ello, se hace necesario, que familia y escuela de la mano deben andar, hablando el mismo idioma, sin siquiera dudar.

Si bien es cierto, las normas de urbanidad no están formalizadas en alguna reglamentación; sin embargo, en caso de incumplimiento, te atienes a la sanción impuesta desde el núcleo de la sociedad, a quien con tu falta de modales habrás hartado hasta la saciedad.

La clave del éxito de una buena convivencia con nuestros semejantes, es tratar a los demás como quieres que te traten, dejando de lado esos malos comportamientos constantes, que a la larga harán que te maltraten.

Si de algo te puede servir, en tu diario caminar, presta mucha atención a estas normas que debes practicar:

  • Cuando ingreses a un lugar, recuerda saludar, serás bien recibido con una sonrisa sin par. Al salir despídete siempre, para que cuando regreses, seas atendido sin igual.
  • Algunos creen que gritando les prestarán atención, modela tu voz como la hermosa melodía de una canción, de tal manera que cuando te escuchen sientan fascinación.
  • Si la nariz te empieza a picar y te apetece estornudar o si la garganta una tos quiere expulsar, no lo hagas apuntando a los demás como si proyectiles fueras a lanzar. Piensa que es desagradable y que incomodidad puedes causar, tápate con un pañuelo de tela o papel para no contaminar.
  • Si eres lengua larga, la tienes que recortar, respetando el carácter, opiniones y costumbres de los demás, sin hacer referencias despectivas que puedan herir su susceptibilidad.
  • Sé prudente si confían en ti los demás, no divulgues lo que no te pertenece, porque puede ser que aparece un alma en pena a llevarte, como le pasó a esa vieja chismosa, cuya historia nos contaban nuestros abuelos, en noches oscuras de cenas o al desparramarse los cielos.
  • ¿Quieres ser escuchado? La respuesta es muy sencilla, escucha tú primero, con atención, paciencia y amabilidad, sin quitar la palabra de la boca como si fueras glotón, que traga y expulsa palabras sin saber usarlas con moderación.
  • Si eres enojón, renegón y mal intencionado, respira y concéntrate mentalmente para escoger las palabras que usarás con tus semejantes en un momento dado, sin causar ofensa alguna, que más tarde genere la repulsa de mucha gente que terminará dejándote de lado.
  • ¡Ay de ti! cuando estás en la mesa, comiendo agradablemente y rodeado de mucha gente, ni se te ocurra hablar cuando la boca has terminado de llenar o ponerte en lugar del porcino cuando tus alimentos mastiques, pues ya puedes imaginar el impacto que escenifiques.
  • Deja a un lado esa imagen de peleador callejero, cuando en la mesa invades con tus codos los costados, dando golpes a diestra y siniestra, sin dejar espacio para el resto de comensales.
  • Una sonrisa maravillosa te abre puertas, ventanas y sobretodo corazones, convirtiéndote de buena gana en una persona educada.
  • Evita comparar a las personas, con escarnio y soltura, pues puedes herir sentimientos y afectar autoestima, cerrando toda apertura.
  • Recuerda decir siempre gracias, por favor, discúlpame y perdón, palabras que demuestran una gran intención y sobretodo tu buena educación.

Como buenos celendinos vamos al rescate, unamos esfuerzos en esta gesta como una hermandad, para que todos mejoremos en normas de urbanidad.

[Artículo publicado en la Revista Oígaste N° 003 – Edición diciembre 2019]

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