Por: Jorge Wilson Izquierdo
Para comprender la entidad anímica e intelectual de un autor (a), es de aproximarse justamente a su elan vital, mientras va entre nosotros, con ese anhelo de compartir flores y raíces de su entorno personal.
Antonieta Inga del Cuadro, nombre tallado por el destino para enrumbar la arboleda matriz de las letras, halados hacia un mensaje de sencillez y altura como inadvertidos del diario quehacer y su concomitancia de sabores y sinsabores: el amor.
Nacida en Celendín, el 13 de junio de 1939, a muchas niñas de entonces juntó su algarabía para bálsamo de aulas, hoy inexistentes, de la Escuela Fiscal N° 82, atravesando la casi desierta plaza de armas y recorriendo los campos y las apacibles calles de la quietud local, de albor a ocaso, ofrecía su relumbrar ambarino la soledad.
Tras su secundaria (1956) en el vetusto colegio Javier Prado, regazo de anhelos, alzó vuelo y asentó en Lima, desde donde, como de un centro de operaciones, desplegaría una persistente actividad intelectual dada su rigurosa capacitación que, cimentó finalmente la estructura de su personalidad. Y no con gesto eremita, sino en los gélidos vapores de la lingüística y la filología, allá en los más sonados centros de especialización del país y del exterior.
Y no, repetimos, apartándose, sino en contacto con intelectuales de la talla de José Jiménez Borja, Pedro Benvenutto, Jorge Puccinelli, Estuardo Núñez, Raúl Porras Barrenechea, Pablo Macera, Alberto Escobar, Juan Mejía Baca, M. Tauro del Pino, Augusto Salazar Bondy, Luis A. Sánchez, Carlos Milla Batres, Alfredo Bryce, Guillermo Ugarte Chamorro, Carlos E. Zavaleta, Martha Hildebrant, Washington Delgado, Edgardo Rivera Martínez, Luis J. Cisneros, etc., es decir, con un parnaso de primera calidad: poetas, historiadores, críticos, dramaturgos, que se sumaron a los de fuera del país, conformando otra nómina expectable.
Dentro de sus publicaciones, Antonieta Inga cuenta con artículos en las revistas Oiga, Jelij y Trotamundos, aparte del diario La Prensa, de Lima. Conserva 200 pp. de un poemario, ensayos de crítica literaria, de lingüística aplicada, testimonios de vida, etc., habiendo logrado editar dos entregas de “Otra armonía todo” (2006-2012) por Editorial Crea Imagen y la Universidad Alas Peruanas, con los comentarios loables de Jorge Horna y Mario Peláez, respectivamente. Muy destacable también su participación en el simposio de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y La Católica, sobre el “Esbozo de la Nueva Gramática de la Academia de la Lengua Española” RAE. Y fue becada a Colombia, Uruguay, España, Puerto Rico y República Dominicana, mientras ejercía la docencia universitaria de lingüística en la Facultad de Letras de San Marcos.
Recuerda ella la anécdota siguiente: cuando en Madrid el rumano Dimitri Copceag, habló de lenguas primitivas, aludió a las sudamericanas y le preguntó casi con altivez, qué entendía por “primitivas”. Se desató una candente polémica y después él le preguntó que dónde había estudiado: -En San Marcos, Perú- contestó ella. Entonces, la invitó a seguir conversando en la cafetería y llegaron a ser tan buenos amigos que terminó invitada a la Universidad de Barcelona. Mérito suyo es que apoyó a profesores bilingües para la creación de la Escuela Normal de Pucallpa.
Hay otras anécdotas que las reservamos por ahora. En cuanto a su opción política, nova con ninguna, salvo su predilección por el comunitarismo… De su estado civil, divorciada y sin hijos, no habiendo recibido, además, ningún galardón; pero sí, muchos estímulos y becas inclusive desde cuando era universitaria. En unos juegos florales de 1961, triunfó su cuento “Laguna seca” y en forma aislada, aparecían sus poemas en Harawi, Trotamundos y Jelij de la capital. Su nombre consta entre los 24 literatos (as) de la obra “Forjadores de la Cultura Celendina” (2010) del Dr. Manuel Silva Rabanal.
De su única obra impresa hasta el momento, “Otra armonía todo”, vertida en dos ediciones complementarias, aparte de lo expresado por sus prologuistas, estudiosos y amigos, resulta que de 74 poemas asciende a 220, con la misma calidad estilística tan original, distante en otras poetisas de su tiempo.
Destaca su hermoso simbolismo, contagiante, en cielos lastimados sin contrasentidos aunque quisieran recusarse (“miradas sordas; sonoras viejas miradas”), no tardando en captar sutilmente la emoción guarecida en algún alveolo preexistente.
Cuando sobreviene la añoranza como en “Casa Paterna” (Dos de Mayo 642, inexistente), fluye inédita melancolía y enclaustra en sus muros de adobes, hasta hacerla “una inmensa tumba donde cabremos/ todos”. Humaniza lo material, suya es la poesía y viceversa. Se interna hasta en esos poemas de 4 versos ultrasensibles: “Que yo en ti/ que tú en mí/ que tú en nosotros/ que ayer tú que yo”, cual comprimidos de acuarela, exhalación que conlleva amor y ruego. No arenga, no combate, lleva una partitura solemne a fuerza de vivir. Vuelve su astro al mutismo terruñal donde tal vez oían que el hombre llegó a la Luna, pero aquí más bien “se busca las raíces/ de los sauces”, el sol, empedrados, pencas, caminos, tejados, etc., con esa emanación de valores:
“Nuestro amor sigue su camino
y nosotros seguimos tras él,
por qué no dejarle que sea
él sabe lo que debemos ser”
Y torna a sus hermanas, Zoila y Nelly, Doris, Paca y Alicia; a sus padres don Gustavo y doña María, casi todos en otra dimensión del Universo, con ánimo de réquiem que doblan memorias de afanes entre umbrías soledades.
Y así, Antonieta y su alma, son una cantera de intuición que enternecen, fruto gramíneo que sustrae un adiós de tardes. Y como dijera José Carlos Mariátegui de Magda Portal, también Antonieta está toda ella en sus versos: raíz y corola.
[Artículo publicado en la Revista Oígaste N° 004 – Edición julio 2020]