Por: Janeth Cristina Castañeda Cruz.
Celendín, Cielo Azul del Edén,
hermosa tierra del chocolate y del sombrero de paja toquilla,
insigne cuna de intelectuales y artistas,
que llevas el pecho henchido de vasta cultura,
orgullosa de mi procedencia
te saludo con emoción.
Setiembre, mes de nostalgia, mes de recuerdos, mes de celebración y algarabía, mes en que nuestra provincia de Celendín cumple un aniversario más de su creación política, por lo cual, como celendinos, nos sentimos orgullosos de pertenecer a esta maravillosa tierra, llamada con mucha razón, Cielo Azul del Edén. Y en este momento de inspiración, es menester recordar el hermoso cuento “Querencia” de don Alfonso Peláez Bazán, con cuyo personaje, el burro mohíno, nos identificamos muchos de nosotros al hacer la comparación de cómo este animalito es vendido y aunque lo lleven lejos y le “saquen la querencia”, vuelve nuevamente a la casa de su dueño don Juan Chalcahuana; hecho que nos hace pensar en muchos paisanos nuestros que salen de Celendín, en busca de un sinfín de oportunidades y que con sus altos y bajos salen adelante; sin embargo, siempre sienten ese apego al terruño que los vio nacer, sintiendo esa nostalgia que, tarde o temprano, los trae de regreso a su “querencia”.
Hay una frase muy conocida que a la letra dice: “recordar es volver a vivir” y realmente hay que darle valor, porque en estos momentos de recordación, a muchos de nuestros paisanos se les vendrá a la mente las reuniones que hacían las familias a la hora del lonchecito o de la cena, momentos en que se compartían las historias ancestrales que daban mucho miedo y que nos transmitían grandes lecciones, como por ejemplo La dama del Cumbe o Tacu-Tacu, que generalmente quienes la veían eran las personas ebrias, a quienes encontraban echando espuma por la boca; La chancha con crías, que según contaban algunos paisanos, salía del parque La Alameda y que aquellas personas que andaban por la calle hasta altas horas de la noche, escuchaban sus gruñidos muy cerca, como si estuviera a su lado y no la veían por ningún lugar; el caso de un personaje que estaba mareado y que como vio luz en la iglesia entró y vio que un cura estaba celebrando una misa y cuando se acercó se dio con la sorpresa que no tenía cabeza, dicen que lo encontraron al siguiente día echando espuma por la boca; la historia de una viejita que era muy chismosa, a quien le dijeron que a partir de las doce de la noche salían las almas y entraban en la iglesia Nuestra Señora del Carmen, tantas eran sus ganas de juzgar que cuando vio que salían, esperó en su puerta hasta que pasen y se metió en la procesión para ver cómo eran, cuentan que una de ellas le dio un hueso por vela y se llevó tal susto que la encontraron al siguiente día botando baba blanca, hecho que le quitó las ganas de seguir en el chisme; también se contaba que a los niños moritos les llevaba la duende y para evitarlo, las familias se apuraban en echarle el agua del socorro, para después celebrar su bautizo con gran algarabía.
Cabe recordar, además, en Semana Santa, la misa de Gloria que se celebraba entre los meses de marzo o abril, según como caía, la cual concluía con un compartir entre familias de unas deliciosas humitas. En la madrugada de Poncio Pilatos, se estilaba amarrar a las aldabas o manijas de las puertas, una rata muerta, zapatos viejos, ramas de ishanga u otros objetos que causaban miedo y hasta risa.
Años atrás, cuando no había celulares, los niños y adolescentes disfrutaban haciendo travesuras para asustar a los vecinos, jalando “calladito” las sábanas blancas almidonadas de su mamá para taparse desde la cabeza hasta los pies, saliendo a la calle a las doce de la noche y haciendo sonidos como uuuuuh, uuuuuh, uuuuuh, los cuales arrancaban muchas veces un Ave María, sálvanos o un Padrenuestro, dicho entre susurros entrecortados por el miedo. Otra forma era aprovechar las latas de atún, para llenarlas de piedritas, colocarlas en las ventanas y amarrarlas con hilo de tubino a una piedra grande, de tal manera que cuando pasaban las señoras envueltas en su pañolón jalaban el hilo y caía la lata haciendo un sonido estridente que arrancaba gritos y saltos por el susto. En tiempos de cosecha de maíz, se estilaba en muchas casas, poner las mazorcas en los altillos para que se sequen y no faltaba el canshul que hacía tremendos ruidos al cashcar los granos, generando muchas veces que se dé rienda suelta a la imaginación, haciendo pensar que eran las almas en pena.
No todo era sustos y miedo, también se compartían momentos de diversión entre vecinos, amigos o familiares, a través de juegos como el trompo con la María Ballona y la yuca que terminaban en las chantadas, la canga, tres en línea, la chiculita, el rayuelo con tiracha, matatodo, chicote caliente, saltasoga, columpios a base de soga, los zancos, el zir zir, los chanitos y boliches, el sello, entre otros.
Como verán, Celendín está lleno de historia y vivencias que marcaron nuestras vidas, y qué emoción más grande embarga nuestro ser cuando nos reunimos en familia descarachando las añoranzas del ayer.
[Artículo publicado en la Revista Oígaste N° 005 – Edición septiembre 2020]