Escribe: Ricardo Sánchez Cabanillas – UNMSM.

Celendín y el Perú en general, estamos a menos de un año de festejar el Bicentenario de nuestra Independencia y como es de esperarse este acontecimiento encierra diversas celebraciones y muchas de ellas se vienen preparando con bastante anticipación. Sin embargo, esto ha generado muchos debates y publicaciones académicas ya sea por los historiadores o por la sociedad en general. Este hecho histórico también se ha asumido de diferentes maneras por nuestros pueblos y por los peruanos en general. Al mismo tiempo, debe ser el momento de repensar nuestro presente y futuro como nación, reto aún pendiente para nosotros los peruanos.

Sabemos que el norte peruano proclamó su independencia varios meses antes que el 28 de julio de 1821; por ejemplo, Celendín lo hizo el 06 de enero de 1821. Es en este contexto que aparece un personaje celendino que participa en la jura de la independencia de Trujillo, luego viaja a Huaura a ponerse a órdenes del General San Martín y desde allí seguir todo el curso de la guerra independentista como integrante de la Legión Peruana, creada por San Martín con fuerzas peruanas, hasta las luchas caudillistas. Llega a teniente coronel en la guerra en contra de la Confederación Peruano-Boliviana en 1838, y en la campaña del sur de 1840, pero es maltratado y, tras ciertas imputaciones, separado del ejército en 1841. Este personaje no es otro que nuestro héroe celendino Juan Basilio Cortegana y Vergara. En su deseo de reivindicar a los peruanos que gestaron la independencia, pero que fueron relegados por la historia oficial o tradicional, decide escribir de manera imparcial su “Historia del Perú” y de esa manera –en su opinión– llenar ese vacío en el conocimiento del pasado peruano y su entonces tiempo moderno. Ese vacío al que se refiere no es otro que la ausencia de una historia general del Perú, debido a que esos “confusos historiadores” del pasado, si bien dan una pequeña idea de todo lo ocurrido en sus tiempos, no lo absuelven a plenitud. Su monumental obra consta de 13 tomos divididos en libros y capítulos, los cuales en conjunto suman un total de 5006 páginas; en ella ofrece una versión de la historia en larga duración: incásica, colonial y republicana (hasta 1827), con mayor énfasis sobre el proceso independentista.

Entonces, Cortegana con esta obra histórica nos demuestra que no solamente fue un militar que sabía manejar las armas en el fragor de la lucha; nos demuestra también que supo manejar con gran maestría la pluma y que tuvo la gran capacidad de investigar y escribir esa historia que refleja una visión orgánica de la historia del Perú, que permite vislumbrar la idea de nación y reivindicación de la participación de la población en el proceso independentista; entonces, ¿por qué a casi doscientos años de haber sido escrita su obra permanece aún inédita?, ¿qué intereses políticos impidieron su publicación oportuna?, ¿acaso su historia atentaba contra la historia oficial?

Luego de la muerte de nuestro héroe, el paradero del manuscrito, su gran legado histórico, era desconocido; hasta que llegó a manos del literato peruano Emilio Gutiérrez de la Quintanilla. De allí, fue parte de la biblioteca del expresidente de Argentina Agustín P. Justo Rolón. Luego de la muerte de este en 1943, su biblioteca fue puesta a la venta; el sacerdote Rubén Vargas Ugarte llamó la atención de la necesidad que esta biblioteca sea adquirida por el Perú, luego del incendio que destruyó nuestra Biblioteca Nacional. Es así como, gracias a las gestiones del historiador Jorge Basadre, en 1945 se compró dicha biblioteca, y con ella los 13 tomos de la obra de Cortegana regresaron al Perú. Y a pesar del tiempo transcurrido seguía inédita.

No hay duda de que nuestro personaje, un celendino, un provinciano, formaba la lista de los héroes olvidados, de los que han sido borrados de la historia oficial, tradicional o conservadora. Sin embargo, con el transcurrir de los años, con los aportes de la nueva historiografía peruana y las nuevas investigaciones, la obra de nuestro héroe ha recobrado su real valor y es puesta en el centro del debate historiográfico. Me remito a los hechos, el Dr. Francisco Quiroz Chueca de la UNMSM (Universidad Nacional Mayor de San Marcos) en sus recientes investigaciones históricas sobre el proceso independentista peruano ha establecido que cuatro textos buscarán dar cuenta de lo ocurrido, justificando la ruptura política y evaluando de manera diferente el lugar de España y del colonialismo español: a) críticos del colonialismo fueron el liberal cusqueño José Manuel Valdez y Palacios (1844, en portugués) y el coronel celendino Juan Basilio Cortegana (1844-1848, inédito hasta hoy); b) ambiguo en sus críticas fue el funcionario limeño José María Córdova Urrutia (1844), y c) justificador del colonialismo fue el sacerdote Bartolomé Herrera (1846) (Quiroz 2018: 19). De los cuatro citados, el discurso que se impuso fue el de Bartolomé Herrera, que se convierte así en el máximo representante del conservadurismo peruano.

Cortegana tiene otra opinión –al igual que José Manuel Valdez y Palacios– sobre el comportamiento de las élites limeñas en el proceso independentista: los criollos de la “clase influyente” de la capital son “inmorales, corruptos y traidores” (Carrasco Limas, 1954). Con estas frases no queda duda que Cortegana, por un lado, escribe los hechos históricos de manera objetiva e imparcial y, por otro lado, busca rectificar la visión que se tenía de los peruanos como actores pasivos en ese proceso independentista.

Podemos ver que la élite limeña conservadora tenía serios competidores que le impedían imponer sus versiones de la gesta independentista peruana. Interesaba a esos sectores dominantes contar con una historia menos conflictiva y más proactiva, respecto al legado español y cristiano (versus el legado anglosajón y protestante que se introducía con fuerza). La oportunidad la brinda el mismo presidente Castilla al invitar el 28 de julio de 1846 al sacerdote ultraconservador Bartolomé Herrera a dar el discurso central en el tedeum por los veinticinco años de la proclamación de la independencia. Herrera modifica el criollismo limeño-centrista de Peralta Barnuevo para dar cabida a un Perú español sin España, y al aceptar la Independencia, la República debe rectificar los principios falsos de la Revolución Francesa que supone guiaron a los libertadores. Ahora, se debe conducir el país sin excesos inclusivistas y, en particular, descartar al indígena como ciudadano (Quiroz 2018: 20): esta postura es la doctrina herreriana de la soberanía de la inteligencia o providencialista la cual establecía que: “unos hombres han nacido para mandar y otros para obedecer (…) el pueblo… no tiene la capacidad ni el derecho de hacer las leyes (…). El derecho de dictar las leyes pertenece a los más inteligentes, a la aristocracia del saber, creada por la naturaleza” (Manrique 2012: 196).). Con esto, Herrera pone los cimientos ideológicos de una interpretación de la Independencia que tiene una vigencia muy larga en nuestra historiografía (Quiroz 2018: 20). En esta misma línea y en ese tiempo también destacaron Sebastián Lorente (sobre el indígena sostenía que era ignorante, cobarde, indolente, incapaz de reconocer los beneficios, sin entrañas, holgazán, ratero, sin respeto por la verdad, y sin ningún sentimiento elevado, vegeta en la miseria y en las preocupaciones, vive en la embriaguez y se duerme en la lascivia) y Mariano Felipe Paz Soldán. Esa historiografía tradicional o conservadora que buscaba una identificación con España fue modelando la conciencia peruana –la cual será escrita en los textos escolares de historia de ese entonces que serán leídos por niños, jóvenes y adultos– y su influencia ha sido muy fuerte en nuestra sociedad.

En respuesta a esta historiografía, aparecen desde la década de 1920 los historiadores indigenistas, quienes estudian el pasado prehispánico (Luis E. Valcárcel, introduce el concepto de la Etnohistoria, Emilio Romero y Julio C. Tello), pero son relegados a provincias. La historia se seguía haciendo desde Lima y durante mucho tiempo los temas de la Independencia y de la Guerra del Pacífico, así como también la historia militar, seguían inundando el panorama de nuestra historiografía; todo ello como era de suponer desde una tendencia tradicional o conservadora. José Carlos Mariátegui (que no fue historiador profesional, pero se interesó por la historia) quedó relegado y preocupado por definir esa compleja “realidad peruana”.

Cuando sobresalían los discursos hispanistas conservadores, indigenistas y marxistas sobre nuestra historia hacen su aparición tres investigadores norteamericanos, cuyos aportes académicos sobre los incas, cambiarán el enfoque de nuestra historia y país. En orden de aparición fueron John Rowe, John Murra y Tom Zuidema, con quienes se plantea la necesidad de seguir investigando el mundo andino; es aquí donde aparece la figura de Franklin Pease quien se convertirá en uno de los especialistas en etnohistoria andina más reconocidos en el ámbito internacional. Otros representantes de la etnohistoria andina son Carlos Araníbar, María Rostworowski, Ella Dunbar Temple y Waldemar Espinoza.

También destaca Jorge Basadre, quien no estuvo adscrito a una escuela o corriente de pensamiento; sin embargo –según Flores Galindo– su concepción histórica se puede resumir en una cita: “La historia del Perú en el siglo XIX es una historia de oportunidades perdidas, de posibilidades no aprovechadas”. Con esa misma concepción vio en la Independencia el legado de una promesa incumplida: la de construir una nación. Otra figura es Pablo Macera quien, sin tomar partido por alguna escuela histórica, se interesa en la historia de las mentalidades donde aborda el papel de la iglesia frente a la economía, sexualidad y enseñanza elemental. Luego se interesó por la historia económica, las haciendas jesuitas, la servidumbre en los andes y el arte popular.

Llegamos a 1971 donde se celebraba el sesquicentenario de la Independencia, era una oportunidad para que la historiografía tradicional o conservadora muestre su producción intelectual; y contra lo que muchos esperaban, ello no ocurrió. Por el contrario aparece el ensayo “La Independencia en el Perú” de los historiadores Heraclio Bonilla (peruano) y Karen Spalding (norteamericana), este aporte replanteaba la necesidad de estudiar los hechos desde una perspectiva social y económica (no solo militar y política) teniendo en cuenta tendencias internas pero subrayando las externas (crisis del régimen español y la situación de Hispanoamérica) y revisar el papel que cumplieran los precursores tan resaltados por el gobierno militar por conveniencias políticas (Contreras y Glave, 2015).

El éxito que tuviera el ensayo está en que (si bien las ideas eran viejas) la ocasión se presentaba muy propicia: nuevos sectores sociales ávidos de conocer la verdadera historia que los grupos dominantes ocultaban o tergiversaban, la reivindicación de los sectores populares en la historia, nuevas versiones históricas en que se veían reflejados los nuevos actores sociales de la realidad peruana. El ensayo genera un debate muy álgido ya que dos jóvenes historiadores, no pertenecientes entonces al establishment académico y social, arruinaban la fiesta del sesquicentenario y optaron por consagrar la versión oligárquica y nacionalista de la Independencia. El ensayo no anula la historiografía conservadora, pero sí pone en entredicho el valor de los estudios anteriores (Quiroz 2018: 27). Los historiadores de esta etapa –interesados en validar dicho ensayo– dirigen sus esfuerzos a la resolución de problemas ligados a la sociedad, la economía, la cultura, las regiones y los hechos políticos y militares de la Independencia.

Las investigaciones históricas toman dos direcciones: la primera, se refiere a los estudios de historia económica (H. Bonilla y Ernesto Yepes). La segunda, se orienta a los estudios sobre los movimientos sociales que busca a los otros protagonistas de la historia: obreros, campesinos o artesanos (Denis Sulmont y Wilfredo Kapsoli). Aparece la llamada “idea crítica” condensada en el libro “El Perú desde la escuela” (Gonzalo Portocarrero y Patricia Oliart), donde la historia nacional es presentada en la escuela como una sucesión de “episodios traumáticos y de esperanzas frustradas”. También aparece el Instituto de Estudios Peruanos, se incrementa el número de becarios a Norteamérica fomentando una historia despolitizada. Se suman historiadores norteamericanos, españoles, franceses, alemanes, japoneses, noruegos, etc., donde sobresale el francés Nathan Wachtel con su obra “La visión de los vencidos” y que actualmente está realizando un proyecto de investigación sobre la presencia de los judíos en Celendín.

A menos de un año del Bicentenario la figura de nuestro héroe recobra importancia en el discurso historiográfico. La historiadora Carmen Mc Evoy –Presidenta de la Comisión Consultiva del Bicentenario del Perú 2021– y otros historiadores sostienen que no es posible que hasta hoy la obra de Cortegana siga sin poder ser editada y divulgada; ante ello, la Comisión del Bicentenario y la Biblioteca Nacional del Perú en el mes de julio de este año deciden hacer la transcripción y publicación de dicha obra. El 03 de julio del presente año el historiador José de la Puente Brunke de la PUCP en su conferencia denominada “Ser historiador en el Perú del siglo XIX. Aproximación a una biografía colectiva”, nos da a conocer que en esa época fueron un total de 132 historiadores entre nacionales y extranjeros y que, no siendo académicos, rescatan importantes documentos o fueron testigos de los hechos. Los divide en dos grupos: el primero, los metódicos que suman un total de 47 y en su mayoría escriben historias biográficas y monográficas; pocos escriben sobre procesos históricos prolongados y son influenciados por el positivismo.  Concluye que de todos ellos solamente seis hacen una reflexión “filosófica” o interpretativa de los hechos y en ese selecto grupo sobresale el nombre de Juan Basilio Cortegana. El segundo grupo es el de los llamados aficionados que suman un total de 85 los cuales se caracterizaron por su afán divulgativo, no muestran una continuidad o un impacto mínimo, su labor no fue relevante.

Por lo expuesto, podemos establecer que Juan Basilio Cortegana y Vergara fue un gran militar, un gran historiador autodidacta, metódico y reflexivo, pero también fue un hombre con un alto grado de sensibilidad social; ello lo demuestra cuando decide fundar en 1857, junto a otros olvidados excombatientes de la Independencia, la Benemérita Sociedad Fundadores de la Independencia de la que llegará a ser su presidente y de esa manera en sus días de ancianidad, esos excombatientes tengan una vida más llevadera y con menos penurias.

Esperamos que nuestro Bicentenario sea el espacio que nos permita conocer la diversidad del proceso independentista en el ámbito local y regional, que nos permita conocer el gran aporte de Cortegana:  la participación activa de los peruanos en nuestra gesta independentista y; finalmente, nos permita consolidar ese gran reto pendiente, esa promesa incumplida (como diría Basadre): construir nuestra identidad como nación.

[Artículo publicado en la Revista Oígaste N° 005 – Edición septiembre 2020]

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