(Tomado del Libro: Semblanza de Juan Basilio Cortegana)

Por: Nazario Chávez Aliaga

El día 12 de noviembre de 1877, en su domicilio de la calle Malambo 122, situada en un modestísimo barrio de Lima, un hombre anciano y enfermo se disponía a otorgar testamento ante el escribano público José Félix Sotomayor, y actuando como testigos Pedro Barrasa, Juan Barrasa y Eugenio Chávez.

El acto fue sencillo y breve. Había muy escasos bienes personales que consignar en el documento. La penuria económica del otorgante era manifiesta, bastaba observar el modesto mobiliario y el recinto.

Declaraba el moribundo llamarse Juan Basilio Cortegana, de 76 años de edad; ser natural de la ciudad de Celendín, provincia del mismo nombre y del departamento de Cajamarca; hijo legítimo de don Dionisio Cortegana y de doña María Vergara, ya finados; haber sido casado con doña Manuela Arnáiz, fallecida hace veinte años atrás, más o menos y de quien no tuviera hijos; dejar, en cambio, una hija natural reconocida nombrada María de los Santos Corina Cortegana y a quien instituía su albacea y heredera.

A continuación, dos cláusulas de pura fórmula y nada más. La ceremonia había concluido.

Casi exactamente un mes después, el 11 de diciembre de aquel año, el otorgante fallecía a las cinco y media de la mañana. He aquí algunas de las noticias que se dieron sobre su muerte en la prensa de la época:

«LA PATRIA». —Martes, 11 de diciembre de 1877. —»En la madrugada de hoy ha fallecido, después de una larga y penosa enfermedad, el benemérito Teniente Coronel D. Juan Basilio Cortegana, Fundador de la Independencia del Perú, y Vencedor en las memorables batallas de Junín y Ayacucho, a las que concurrió en la clase de Teniente con grado de Capitán del glorioso batallón LEGIÓN PERUANA, que por su heroico comportamiento en aquella acción de armas mereció el nombre de Ayacucho.

«También asistió a las campañas sobre el Alto Perú y Colombia. Fue uno de los más exaltados patriotas y enemigo acérrimo de los godos y de los traidores de la Patria».

«LA SOCIEDAD». —Miércoles 12 de diciembre de 1877. —»En la mañana del lunes dejó de existir el señor Coronel D. Basilio Cortegana, después de una larga y penosa enfermedad. Hoy tuvieron lugar sus funerales en el templo de Santo Domingo. Numerosa y escogida era la concurrencia que acompañaba a su última morada al compañero y al amigo. El Coronel Cortegana era uno de los próceres de la Independencia del Perú, vencedor en las gloriosas batallas de Junín y Ayacucho. Un cuerpo de ejército asistió a sus funerales y le hizo los honores que por ordenanza le correspondían».

«LA PATRIA». —Miércoles 12 de diciembre de 1877. —»En el templo de Santo Domingo se verificaron esta mañana los funerales del Coronel Juan Basilio Cortegana, veterano de la Independencia y vencedor en las gloriosas batallas de Junín y Ayacucho”.

«Un número escogido de personas y amigos del finado concurrieron a la triste ceremonia. Entre ellos pudimos ver a unos cuantos compañeros de armas del Coronel Cortegana, que cual preciosas reliquias nos quedan todavía de aquellos viejos guerreros que dieron libertad no sólo a la Patria sino también a otras repúblicas de América. A las nueve terminaron las exequias”.

«El carro mortuorio y acompañamiento de coches se dirigieron al cementerio general a depositar en su última morada los restos del que consagró los días más felices de su existencia al servicio de una buena causa: la libertad de sus hermanos».

En cuanto a las invitaciones al sepelio, sólo figuraba la siguiente, de su hija y deudos:

«DEFUNCIÓN”

«Los que suscriben suplican a sus amigos y a los que lo fueron del finado Coronel JUAN BASILIO CORTEGANA que se dignen asistir a los funerales que se oficiarán en el templo de Santo Domingo, el miércoles 12 del presente a la hora de reglamento”.

«Favor que agradecerán: Corina Cortegana, hija; Agustín Rosilio, hijo político. Sobrinos: Juan B. Figueroa, Antonio Chávez, Carlos Chávez».

Es todo lo que pudo llegar a conocimiento del público limeño y de la Patria, en general, acerca de aquel varón cuya vida acababa de extinguirse en la pobreza y el olvido. Se mencionaba, es verdad, en esas gacetillas periodísticas su antigua graduación militar en el retiro; se recordaban sus títulos, honrosos y merecidos, de «Fundador de la Independencia del Perú» y «vencedor de las memorables batallas de Junín y Ayacucho», junto con su exaltado patriotismo…, pero nada se decía de sus valerosas luchas cívicas en pro de causas tan nobles como las que había propiciado en su condición de simple ciudadano y, más aún no se hacía mención alguna de un hecho único, excepcional, asombroso, que destacaba a este hombre en el horizonte de las glorias nacionales: su condición de historiador. En su testamento no figuraban bienes materiales, porque no los poseía, ciertamente, a la hora de morir. Pero en cambio dejaba a la posteridad, un tesoro espiritual inestimable y más valioso que todas las posibles riquezas que hubiera logrado acumular. Le dejaba una extensa «Historia del Perú» en trece volúmenes, a la que había dedicado los más grandes afanes y vigilias de su vida; una historia general de la nacionalidad, desde sus remotos y legendarios orígenes hasta la consumación de la Independencia, en cuyo texto quedaban registrados en forma articulada y cronológica hechos importantísimos que dan fisonomía a nuestro pueblo.

Esto, en un país que aún no tenía historiadores; en el que «aún carecemos de una Historia del Perú completa» y hasta «de un buen Curso Superior», según lo afirma el padre Rubén Vargas Ugarte en su libro «Fuentes para la Historia del Perú» debiera haber constituido motivo de orgullo y de sorpresa entre nosotros; debería haber sido consignado con voces sonoras en nuestros fastos nacionales y escrito con letras de oro el epitafio de aquel prócer que ni siquiera tuvo el merecido honor de ser enterrado en el panteón de sus compañeros de armas de Ayacucho y Junín, pues sus restos mortales fueron a parar en un simple nicho del departamento de Santo Domingo, letra B., Número 123 del Cementerio «Presbítero Maestro», donde, con deslucidas letras negras, sobre una modesta lápida, puede leerse actualmente la siguiente inscripción:

«Fundador de la Independencia»

«Restaurador de su patria»

«Vencedor en Junín y Ayacucho»

«Sitio del Callao «Juan V. Cortegana»

«Murió el 11 de Dic. 1877»

«Esta le dedica su hija Corina Cortegana».

Luego, el silencio y el olvido. El mismo silencio y postergación que pesaron sobre los últimos años de su vida y sobre su obra, como si un destino adverso hubiera querido borrar para siempre su memoria. Todavía ahí, por el año de 1891, se ignoraba la existencia de su «Historia del Perú». Un bibliófilo peruano tan enterado como don José Toribio Polo, podía escribir en esa fecha: «Es sensible que la Historia Patria de Juan Basilio Cortegana no hubiera pasado de un proyecto alucinador»; y más tarde, incomprensibles circunstancias la llevarían fuera de los lares patrios, cual si en el nuestro no hubiera cabida para ella, para su herencia que, por espiritual, debiera haber sido sagrada y venerada… ¡Es una de esas ingratitudes colectivas que a veces se producen en la vida de los pueblos y que, en este caso particular, alcanzaba también a la propia existencia del autor, ignorada, olvidada y preterida sin explicación posible!

Los trece tomos de la «Historia del Perú» que Cortegana nos legara fueron venturosamente rescatados y restituidos al país en 1945, en circunstancias que más tarde serán referidas en estas páginas. Y esto constituye ya un primer signo de la reivindicación nacional que al ilustre celendino se le debe. Pero la «Historia» yace ahí, en nuestra primera Biblioteca, inédita; sustraída por lo tanto al conocimiento del público. El riesgo que esa obra pudo correr mientras anduvo por lares extranjeros, lo corrió después dentro de las propias fronteras patrias. Misteriosamente, incomprensiblemente, manos sacrílegas arrancaron doce páginas del tomo Noveno; las páginas precisamente en las que Cortegana había dejado consignados importantes datos autográficos que hoy servirían para reconstituir algunos aspectos de su vida. Y manos también «misteriosas» intervinieron para que el volumen Décimo estuviese fuera de la Biblioteca Nacional durante nueve años, sin que nadie supiera dónde se hallaba. Afortunadamente apareció meses después de la denuncia pública que se hizo de este hecho en el Congreso de Historia en 1954, presidido por el doctor Raúl Porras Barrenechea.

Aparte de esto, nada se ha hecho, nada se ha intentado todavía por sacar esa «Historia del Perú» del olvido en que permanece desde los lejanos días en que fue escrita. Si algo se ha realizado se debe al esfuerzo y al entusiasmo individuales. En 1954 —Año del Libertador Mariscal Castilla— el Doctor Apolonio Carrasco Limas, con un gesto ejemplar que le honra y dice bien de su entusiasmo patriótico, llevó a cabo investigaciones meritorias acerca del preclaro hijo de Celendín, tanto en lo referente a su persona como a su obra. Fruto de sus plausibles desvelos fue su libro intitulado «La Historia del Perú de Juan Basilio Cortegana». Es ya un primer reconocimiento de los valores intelectuales de Cortegana y un inicial desbroce del camino que será necesario despejar un día hasta llegar al fondo de esa personalidad injustamente olvidada de nuestra historia; esfuerzo que los cajamarquinos —y especialmente los celendinos— sabernos y queremos agradecer al doctor Carrasco Limas. Más, por nuestra parte, no podemos contentarnos con ese valioso y primer intento de hacer plena justicia al hombre que, siquiera fuese por las ingratitudes nacionales de que ha sido víctima a lo largo de los años, sería ya acreedor a un desagravio nacional. ¡Cuanto más si se considera la herencia histórica que nos dejó!

Por eso, las páginas subsiguientes tienen como objetivo esencial, no sólo estudiar y exaltar la obra histórica del esclarecido celendino, sino, en la medida que el documento lo permite, el de trazar en él una silueta biográfica que nos ayude a interpretarlo y comprenderlo como hombre y como ciudadano, como soldado que supo dar a la Patria y a la causa de la Independencia nacional lo mejor de su existencia, inscribiéndose por derecho propio y por sus acciones heroicas, en el honorífico cuadro de los próceres de nuestra nacionalidad. Corno reza en la inscripción que el doctor Carrasco Limas estampó al pie de la copia fotográfica que ilustra su libro y le fue facilitada por el propio Alcalde de Celendín: «Juan Basilio Cortegana y Vergara fue el portador de un ideal; amó a la Patria y a todos sus conciudadanos, sintiendo vibrar en la propia el alma de toda la humanidad. Cultivó en grado sumo las más altas virtudes cívicas, sin preocuparse de la indiferencia de los necios».

Acerquémonos, pues, a él y a su obra, con el deseo de comprenderlos y honrarlos.

(Continuará en ¡Oígaste! N° 7)

[Artículo publicado en la Revista Oígaste N° 006 – Edición enero 2021]

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