Por: Héctor Manuel Silva Rabanal.
Dentro de la Historia Bicentenaria de Celendín, los difuntos están siendo enterrados en varios lugares: primero en los templos y capillas, luego en el hoy barrio Bello Horizonte, más tarde en lo que es hoy Pueblo Nuevo (Augusto Gil); todos ellos ya desaparecidos y con ellos la identidad de nuestros personajes ilustres. Por ejemplo, nos preguntamos ¿dónde está la tumba del Padre Cabello o la de Raymundo Pereyra?
En 1920 el alcalde don Santiago Hermilio Rabanal Velásquez, teniendo en cuenta que todos los caseríos venían a la ciudad para enterrar a sus muertos, emitió una ordenanza para que cada caserío construya su cementerio. Acá invitó a la ciudadanía para intervenir en la construcción del Cementerio en el cerro La Congona -hoy actual territorio del barrio El Milagro-, en el terreno obsequiado por el señor José Bazán Merino. En sesión de Consejo del 23 de abril de 1920 se aprobó esta edificación y se dio una partida de 700 soles de plata. Todas las familias colaboraron en esta construcción, en especial las damas con los alimentos; lo que permitió que en tres meses estuviera listo.
Pero en el momento de su inauguración (1922) se produjeron hechos bochornosos dentro del Cementerio, en que incluso se escucharon disparos. Resulta que el señor alcalde había quedado con su primo el párroco Reinaldo Rabanal no cobrar por derechos de entierro, como incentivo para el trabajo del nuevo cementerio; sin embargo, en la primera oportunidad lo hizo, dando origen a la protesta del pueblo y hechos lamentables. El párroco denunció por ello al alcalde ante la Prefectura y Obispado de Cajamarca. El Prefecto ordenó la creación de una Beneficencia Pública para que se haga cargo de la administración del Cementerio y el Obispo Grosso excomulgó al alcalde. Recién en 1952 el Obispo Pablo Ramírez levantó esa excomunión, que tanto daño hizo a toda la familia.
El pueblo en asamblea proclamó al cementerio como propiedad del pueblo, por ser el mismo el que lo había construido; sin embargo, la Dirección General de Justicia y Culto dio la Resolución del 7 de agosto de 1920 creando la Sociedad de Beneficencia Pública con el siguiente personal: Dr. Rómulo Silva Santisteban, Dr. Fidel Vergara Torres, Dr. Víctor Colina, señores Augusto Gil, Tomás Díaz Burga, Lucas Aliaga, Idelso Chávez, Emiliano Pereyra, Justino Ortiz, Decio Rabanal, Joaquín Araujo, Adolfo Barrionuevo y un miembro nato designado por Ley (el alcalde).
El 18 de junio de 1922 se realizó un cabildo abierto. El pueblo enjuició la inacción de la Sociedad de Beneficencia Pública creada por la Dirección General de Justicia y Culto, por falta de fondos y nombraron una Comisión Especial para la administración del nuevo cementerio civil, con los siguientes miembros: Santiago H. Rabanal (que lo presidía), don Teófilo Chávez Merino (Teniente Alcalde), don Teófilo III Chávez Velásquez, don Manuel Jesús Chávez, don Manuel Aliaga Cépeda y don Adolfo Díaz Pita.
El 8 de diciembre de 1922 se recibe una comunicación del Ministerio de Instrucción, Culto y Beneficencia, ordenando a la Municipalidad se haga cargo del Cementerio, cobrando los derechos de sepultura y concediendo que el nuevo Cementerio siga prestando hoy y siempre servicio gratuito a sus fundadores (pág. 380 Arch. Municip. 1922).
Así se dio término a esta singular querella. Años más tarde se recreó la Sociedad de Beneficencia. Como secuela de todos estos acontecimientos, los sectores trazados, las calles abiertas no fueron respetadas. Por ello hoy nuestro Campo Santo luce todo un desorden, casi no se puede caminar para visitar a nuestros difuntos. Los pabellones que alguna vez fueron construidos con buen criterio, se están viniendo abajo. Como los entierros son horizontales, estamos enterrando en segunda o tercera vuelta, en sus cien años de uso.
Ojalá que las autoridades actuales, responsables de nuestro cementerio, en un nuevo ambiente realicen lo que se hace en todas partes: construir pabellones, con sus avenidas, jardines, etc., recordando que aquí yacen los restos de nuestros seres más queridos y seguramente algún día también estarán los nuestros.
[Artículo publicado en la Revista Oígaste N° 007 – Edición Julio 2021]