Por: Diego Rafael Cachay Chávez

(Alumno del Segundo Grado del Colegio Particular Albert Einsten)

Tarde de invierno en aquellas vueltas de Catalina y por aquella ladera de viento intempestivo, entre cortaderas y pastizales, el brioso caballo junto a su jinete, de sombrero palma a la pedrada y poncho bayo arremangado, se acercaban al galope, y entre la neblina se divisa El Múyoc, con su portentoso y vislumbrante pedernal que da muestra de la existencia de nuestros antepasados, de pronto Lorenzo, de un jalón retiene al caballo y los crines le revolotean por la cara, el rostro sudoroso y el aliento cansado, toma aire y expresa un fuerte soooo!!!!, y de un jalón paró en seco, el jinete quedó en silencio, él miró a ambos lados como si buscara algo, de pronto, entre los matorrales a lo lejos se escuchaba el sonido de una quena típica de fiesta, con un retumbar lejano de tambor, anunciaba que había celebración, era 22 de junio y Lorenzo pensó, hay razones de celebrar porque San Juan va a pasar; esa era la tradición y con un jalón a la izquierda hizo que el caballo tomara otro rumbo. Lorenzo, joven veinteañero con ansias de conocer el mundo, que tenía como único objetivo llegar a Chalán, y que, por azares de la vida, el sonido de una quena lo hizo tomar otro camino, y ese sería el minuto que cambiaría su vida, emocionado y con vehemencia latigueó el caballo, picó los estribos y a galope, el caballo motivado conducía al jinete con rumbo a la fiesta de San Juan.

Lorenzo cansado con el corazón agitado, paró al caballo y decidió descansar, sentado bajo el árbol, cerró los ojos, intentó dormirse un rato y sintió como la suave brisa acariciaba su rostro, tranquilidad, sosiego y cansancio; de improvisto los recuerdos llegaron a su memoria momentos felices de cuando era niño, recordó como su madrecita Aurelia, aquella viejecita con su chal azul y falda larga con sus piececitos descalzos y su sombrero tacho comprado en Celendín, era su mamita, la noble y tierna chotanita; unas gotas de lluvia fina empezaron a caer, pero Lorenzo no quería despertar de ese sueño, quería seguir recordando a su viejecita, sentada junto al fogón en su cuero de oveja, hilando una rueca fina mientras el gato se acurrucaba en su regazo, dos lágrimas gruesa rozaron su mejilla y parecía que su corazón se daba un vuelco, esa desesperación, tristeza y pena lo hicieron pensar por un momento de regresar a su casa, sintió frio y como si aún estuviese cerca de su madre sintió ese abrazo de despedida, cálido fuerte y triste; una sensación de impotencia de dejar a su madre sola, pero al mismo tiempo tenía que cumplir con el pedido de su madre, el cual era servir a su patria y para eso se dirigía a Chalán donde estaban reclutando conscriptos, pues así los llamaban en los años 40 a lo jovenzuelos más intrépidos, ansiosos de servir al ejército peruano.

Se levantó lentamente como si el cuerpo le pesara y en su mente se repetía: -Qué será de mí, qué será de mi madre. De pronto recordó que su padre Abelino Mejía, una tarde de verano cuando él tenía diez años le dijo: -Hijo mío, no todos nacen con alas. Y si bien es cierto que no tienes obligación de volar, opino que sería penoso que te limitaras a caminar teniendo las alas que el buen Dios te ha dado. Frase que a pesar de haber pasado diez años la seguía recordando y ahora con más fuerza, pero también recordó su respuesta: -Pero yo no sé volar, cerró los ojos y volvió a visualizar mentalmente lo que le dijo su padre: Ven– dijo el padre. Lo tomó de la mano y caminando lo llevó al borde del abismo en la montaña. -Ves hijo, este es el vacío. Cuando quieras podrás volar. Solo debes pararte aquí, respirar profundo y atravesar laderas y montañas. Una vez en el aire en ese mundo extenderás las alas; la vida es así, depende de ti, si quieres volar o caminar solo tienes que arriesgar.

Aquellas praderas de vueltas inmensas, de verdor inigualable, laderas que muy pronto las dejaría de ver, Lorenzo quería disfrutar de ese momento, al costado tenía su caballo de piel brillante de largos crines, y de cascos perfectos, era su amigo, su fiel compañero quien durante cinco años había sido testigo de tantas caídas, labores y ajetreos; cogió al caballo y enrumbó siguiendo el sonido de la quena, que cada vez era más fuerte; muy cerca de allí desde una ladera se veían las luciérnagas, entre los arbustos pequeñas luces brillantes le daban la bienvenida a aquel extraño hombre bien vestido, en caballo bien enjalmado, al bordear la ladera divisó muy cerca unos lamparines de mecha,  mientras las mujeres servían caldo de res a todos, de pronto una voz fuerte y ronca le gritó: -¡Llegue!, ¡llegue!,  que San Juan va a pasar. El caballo aceleró el paso y muy cerca del grupo se apeó, con gesto amable y con mucha humildad dijo: -¿Me permiten ver pasar a San Juan? El más viejo de la comunidad respondió: -Agradecidos estaríamos, hace mucho que un citadino no ve pasar a San Juan. Saludó a todos y al final preguntó: -¿Y qué comunidad es esta?,  y el anciano entre sonrisa y con el ceño fruncido replicó: -Está usted en Mitopampa, en donde Dios nos regaló la tierra más productiva y los hombres más valientes. Aquella noche fue una tertulia interminable de hazañas e historias, eso de las 11 de la noche el anciano manifestó: -Ya está por pasar, San Juan va a pasar. Y todos atónitos miraban como la luna iba cambiando de tamaño y de pronto se ocultó entre una nube y tan solo se vieron estrellas, una voz fuerte gritó: -¡Ha pasado San Juan!, hemos venerado su fecha, tendremos prosperidad en la cosecha, todos a una viva voz expresaron: -¡Viva! ¡ha pasado San Juan! Lorenzo por primera vez estaba en este ritual de campo. De pronto recordó que tenía que regresar, que su lugar de destino era Chalán, se levantó, sacudió su poncho, arregló su sombrero y expresó: -Un gusto el haberlos conocido, espero volver a verlos. De un salto subió a su caballo y continuó con su trayecto. Aquel camino oscuro con niebla y frio le parecía interminable, de pronto escuchó trotar otro caballo muy cerca, con tono jadeante, se detuvo y esperó que se acercara y con voz fuerte exclamó: -¿Quién anda por ahí? Al unísono se escuchó: -Soy Luis Rubio de Quinuamayo. En ese instante el corazón de Lorenzo iba a dar un vuelco y con tono de asombro exclamó: -¿Queeé? Y con fuerza le dijo: -¡Qué haces aquí, porqué te escapaste! No había duda, el mitayo de ovejas lo había seguido, su amigo de infancia su fiel compañero Luis Rubio quería ir con él. Una mezcla de enojo, asombro y alegría inundaron su ser, se apearon de los caballos, se abrazaron fuerte, sus ojos se llenaron de lágrimas, Lorenzo con voz entrecortada le preguntó ¿cómo se quedó mi mamita? Luis le dijo: -Tu madre es un roble fuerte, con el dolor en el pecho, pero fiel a su palabra, sus hijos tienen que servir a su madre patria. Se miraron, suspiraron y sonrieron. -Ya somos dos, ahora juntos hasta Chalán y de allí hasta la frontera. Sintieron un nudo en la garganta al oír esa palabra, frontera, no era para menos, en la frontera estaba el conflicto entre Perú y Ecuador – 1941.

A galope fuerte y raudo Lorenzo y Luis apresuraban los caballos, ya iba atardecer y aún faltaba como medio día de camino, pues según habían escuchado el ejército saldría un miércoles 23 de junio a las nueve de la mañana, casi mudos en el trayecto, solo con sus pensamientos, cada uno pensaba en su familia, el temor los embargaba, de pronto de entre las peñas y en la oscuridad, un ágil venado se cruzó entre los dos caballos, ambos se miraron y Luis replicó: -Hermano, creo que ninguno de nosotros volveremos a pisar estas tierras. Lorenzo atónito dijo: -Fue un venado y eso es una señal, como decía mi abuela Gloria, si te cruza el venado es porque te vas de mi lado. Cogieron las riendas y emprendieron más rápido, en ese estrecho camino de la Peña del Diablo, entre ichus y pencas, cabalgaban los futuros soldados. Esa noche Lorenzo se sintió en trance, estaba temblando y su corazón latía muy fuerte, casi susurrando decía: -Estoy reprimiendo unas fuertes ganas de llorar, ya casi amanece Luis, pero siento como si estuviera en una oscuridad total. Me siento tan menguado en estos momentos, como nunca creo haberme sentido antes. Con voz bajita susurró: -Tengo miedo, tengo mucho miedo.

El alba llegó y a lo lejos por las filas de la cortadera, ya divisaban a Jorge Chávez, pequeñas casitas cubiertas de tejas marrones, ambos sintieron que estaban cerca de Chalán, apresuraron el paso, pasaron Jorge Chávez y por aquel caminito delgado y curvo los dos iban silbando, quizás para evitar el miedo o por la alegría de haber llegado vivos. Entraron al pueblito de Chalán, una pequeña plaza, con una escultura de un caballo brioso color negro que les daba la bienvenida, cerca de una casa divisaron el camión de los conscriptos, sus corazones latían, sus piernas temblaban, sentían que la hora había llegado, bajaron de los caballos y fueron a una tía paterna a dejar los animales, era su tía María que al verlos corrió a abrazarlos y entre sollozos les decía: -Por qué han venido hijitos, hoy los llevan al Ejército. Lorenzo con voz entrecortada y muy pausado le dijo: -No tía, no se apene, los dos somos voluntarios, vamos a servir a nuestra madre patria. La tía María levantó un lado de su fondo y se limpió las lágrimas y asentando la cabeza les dijo: -Diosito los cuide. Les preparó una talega de cancha y algunos panes, se los dio, fue una segunda despedida, entre sollozos y abrazos se dirigieron al camión, un soldado con galones los intervino y los subió al camión. Estando allá arriba escucharon que el capitán decía en diez minutos partimos. Eran como cuarenta jóvenes que al escuchar la voz de partida, los ojos se les llenaron de lágrimas, entre los sollozos se escuchaba decir, adiós papito, adiós mamita, y alrededor del camión las madres y algunas esposas lloraban desconsoladas, de impotencia de no poder retenerlos, porque el Ejército era obligatorio. De pronto de esa multitud de jóvenes tristes y llorosos, un muchacho se abrió el paso, era Lorenzo y con voz fuerte y con alegría, gritó: -¡Tía María, le avisaste a mi mamita que me fui a servir a mi patria! Terminado de decir esto, lentamente se cerró la puerta del camión el cual trasladaría al futuro batallón de infantería del BIM Zepita, que años más tarde forjarían el gran batallón que defendió nuestro Perú.

[Artículo publicado en la Revista Oígaste N° 007 – Edición Julio 2021]

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