Por: Segundo Ramos Díaz Luicho.
Una tarde de julio, cuando contemplaba el arte de la construcción de palcos para la corrida de toros, me encontré con dos viejos amigos, fuimos a un toldo para comer unos chicharrones con cancha; amenizamos la tarde con una interminable charla, recordando algunos pasajes de nuestras vivencias en la hermosa tierra del Cielo Azul del Edén.
—Y dime amigo, a propósito ¿cuánto tiempo ya vives en Celendín?, —Sabes que soy hijo adoptivo de esta hermosa tierra de La Guayabina. Ya va por más de tres décadas mi amigo, ya soy más shilico que el chocolate —le respondo. Reímos juntos. —Llegué a Celendín a finales de los 80’ cuando el casco urbano —sin exagerar— tomando como referencia la plaza de armas tenía tres cuadras hacia el norte y tres cuadras hacia el sur, dos cuadras hacia este y dos cuadras hacia el oeste, varios corralones vacíos y una que otra casa a los alrededores, la Normal y el Tecnológico “quedaban lejos de la ciudad”.
Entonces —replica — debes acordarte cuando teníamos luz eléctrica solo hasta las 10 de la noche y funcionaba con las turbinas que estaban en el Rosario y se ayudaba con la hidroeléctrica de la Atuyunga, era tan débil el alumbrado, que uno de mis amigos en son de broma decía: “prende el fósforo para ver dónde está el foco” (risas), luego, por el año 2004 llega la energía del interconectado y empezamos a tener luz eléctrica las 24 horas.
Los viajes de Celendín – Cajamarca y viceversa, eran interminables, se salía de Cajamarca a las 11 de la mañana y se llegaba 6 o 7 de la noche a Celendín, en “la Díaz”, su oficina quedaba al costado de la iglesia Virgen del Carmen, ¿recuerdas?, atendía ahí don Lucho Merino; luego ingresaría también “La Atahualpa”. No había cúster, ni combi, ni mucho menos taxis y camionetas que nos lleven y regresen en 2 horas a Cajamarca. En cada viaje se tenía que hacer parada obligatoria para “bajar a comer” en los restaurantes que había en el trayecto, en la “Peña Blanca” o en otro que el chofer ya conocía.
¿Y los bailes? Qué decir de los bailes, los que se realizaban en “Gálvez 410”, todas las promociones de las escuelas, colegios y de la Normal que necesitaban fondos para sus bailes y viajes de promoción lo organizaban allí, aunque algunos también lo hacían en “El Hostal”. Luego, aparece las “Las Vegas” de Beltrán.
Y lo emocionante, cuando llega la televisión, ¿se acuerdan? Entre el oscurecer y la noche, vecinas y vecinos puntualmente, con alfombras, pellejitos de carnero o banquitos en la mano se conglomeraban frente a la Municipalidad —cuando el centro de plaza de armas aún era de cemento— a esperar que Cashano abra la ventana y “prenda” el televisor grande a colores para ver en “Encadenados”, novela que dejó en el recuerdo a varios con el sobrenombre Caralampios.
¿Y los mototaxis? —le pregunto— creo en el año 94-95 (no recuerdo bien), dos amigos errantes, decían de Nuevo Cajamarca, llegaron con sus mototaxis a Celendín. Nadie los utilizaba por servicio (todos estábamos acostumbrados a caminar), algunos pagaban un Sol para que los paseen desde la plaza de armas – la Normal – monumento – plaza de armas y ya después se los utiliza como necesidad de transporte público. Recuerdo que mi amigo Paco Chuma, pagó un Sol para que nos “den una vuelta”. También alguien quiso poner al servicio un auto para taxi, pero jamás tuvo acogida y desapareció.
¿Y el famoso Mishaco? —curioseo— Uy ese es un personaje… tenía su emisora “Nor Andina” pues, todos los días la gente pasaba sus mensajes para dar a conocer algo a algún pariente que se encontraba lejos o algún joven enamorado que a través de un seudónimo le dedicaba canciones a su amada; iniciaba su elocución con su estribillo característico: “Atención, atención… se comunica a…” (y ya recordarán algunos de esos mensajes ingenuos o mal leídos que daban un significado distinto a lo que se quería… “enfermera en vez de ternera”, “que no le digan a nadie que la llave con guato rojo está debajo del batán”), junto a “Frecuencia VH” en onda corta AM, pusieron la pauta en comunicación radial. En FM radio “Celendín” y me parece que también había “San Isidro”, no recuerdo mucho porque mi radio no tenía frecuencia FM.
El centro telefónico, en el Jr. Unión al costado de la Municipalidad, con una caja enorme, un montón de cables y enchufes, el Sr. Geiner conectaba las llamadas con la manizuela del teléfono, todos los que esperaban hacer una llamada o recibirla, se enteraban de nuestra conversación, pero ya nos habíamos acostumbrado. Posteriormente, creo que el 97 se conectan teléfonos fijos para domicilio, que, por cierto, adquirieron muy pocos por su alto costo, tuvieron una corta duración, porque llegaron los teléfonos públicos (creo el año 98); algunos vecinos aperturaron sus negocios con este servicio de telefonía. Ya por el año 2005 ingresa como prueba la telefonía móvil, en un inicio, los que tenían el dispositivo buscaban puntos donde coger señal (dicen que en la Pampa de la Breña y la Normal, cogía débilmente esta señal) tan solo para experimentar la comunicación inalámbrica; luego en el 2006 se masifica los celulares (de red analógica), los más antiguos, con ello se abren varias tiendas de ventas de estos dispositivos y también para comprar recargas.
—¿Cómo fue lo de la Internet? Por el año 2003, llega a Celendín la internet, aperturándose negocios con cabinas para este servicio en el que se pagaba, recuerdo S/ 3.50 por hora y cuando el tiempo ya se te iba a terminar decías: “¡un minutito para cerrar!”. Luego aparece servicio de internet domiciliaria inalámbrica, un pequeño aparato colocado en el techo de los domicilios captaba la señal —ya van quedando muy pocos—, porque los celulares de alta gama y los inteligentes tienen conexión a la red.
Hoy como verás —dice— nuestro Celendín luce irreconocible y extenso con edificios y grandes tiendas, un parque automotor insostenible, pero lo importante, siempre con su calidez de gente.
Quizá lo que les conté, no encuadre con algunas fechas, pero esas son mis memorias de mi bello Celendín.
[Artículo publicado en la Revista Oígaste N° 008 – Edición Octubre 2021]