Por: Janeth Cristina Castañeda Cruz.

Año 1970, estoy en Celendín, un pueblo tranquilo y silencioso, solamente hay energía eléctrica desde las seis de la tarde hasta las 12 de la noche. Esta última es mi hora favorita, porque a partir de ahí soy libre y puedo salir a recorrer las calles. Los habitantes me temen, dicen que si me encuentran a partir de esa hora los asustaré y los encontrarán tirados en el suelo botando baba espumosa por la boca o que se volverán locos.

Mi morada está a la altura del reservorio que queda en el Alto Cumbe, desaparezco durante el día, pero en cuanto llega las 12 de la noche regreso a la vida, si es que vida pueda llamarse, pues soy un alma en pena o un engendro del infierno, realmente no importa. Solo sé que bajo desde el Alto Cumbe todas las noches para cumplir mi castigo.

La gente cuenta que cierta vez se cruzó un borracho en mi camino, que me vio como una señorita que estaba sola y desamparada y me imaginó buena moza, empezó a seguirme y a lanzarme piropos y quería, dizque, acompañarme a mi casa. Era un sujeto insoportable, dejé que me siguiera hasta la quebrada del río (donde hoy queda el puente del jirón Moquegua, cerca de la avenida Arequipa) y justo en el momento que salté para cruzar, el borracho se paró en mi hermosa cola, fue cuando volteé sumamente enojada, el pobre hombre se asustó al ver mi rostro, empezó a convulsionar y a botar espuma por la boca, lo dejé ahí tirado. ¡Ah!, ya sé por qué se asustó tanto, ando vestida de blanco, mi rostro es una calavera, tengo patas de cabra y una cola larga que termina en una especie de triángulo como la que tiene el diablo. Qué tipo tan iluso, creyó que se podía aprovechar de mí, qué equivocado estaba, pues yo soy a quien los pobladores de Celendín llaman la Dama del Cumbe o la Tacu-Tacu, por el sonido que hacen mis cascos cuando camino.

Esta es mi historia, yo era una señorita como todas las demás, con sueños y aspiraciones, había crecido dentro de una familia normal donde existía el amor y la unidad, a pesar que siempre había problemas que enfrentar. Cierto día llegó un desconocido a Celendín, en cuanto lo vi me dije que era mi príncipe azul, al que imaginaba todos los días tal como él. Nos saludamos y empezamos a tratarnos como amigos al principio, pero a medida que pasaban los días iba surgiendo algo más, algo que hacía latir aceleradamente mi corazón; finalmente comprendí que me había enamorado de él y pensé que él también sentía lo mismo por mí, aunque había momentos en que lo notaba ausente, como si no estuviera en el mismo lugar junto a mí y tenía una mirada muy triste. Cada vez que le preguntaba qué le pasaba, evadía responderme y me distraía con sus besos y caricias. Los días transcurrían en medio de esa felicidad que vivía junto a él, sin avizorar lo que se venía más adelante.

Cierto día, estábamos riendo alegremente, sentados en una pampita junto al reservorio del Alto Cumbe, en eso se puso serio de repente, con esa mirada triste que ya había visto antes y fue entonces que me pidió que lo escuchara, que no le guardara rencor por lo que iba a decirme, que lo perdonara y que siguiera con mi vida para alcanzar la verdadera felicidad… estaba consternada, no entendía qué quería decirme, hasta que me confesó que él tenía familia en otro lugar, que amaba a su esposa y a sus hijos, que yo solamente era una aventura, un pasatiempo que le había permitido soportar la vida tediosa en este pueblo. Sentí que la cabeza me explotaba, que el corazón quería salírseme del pecho y totalmente enloquecida me abalancé sobre él y con mis manos apreté su cuello con todas mis fuerzas, el dolor y la rabia eran intensos, no sé de dónde saqué fuerzas, lo cierto es que lo maté, lo maté allí mismo, no me arrepiento… Miré a mi alrededor, no había nadie, arrastré su cuerpo, ni siquiera me explico cómo logré cargarlo para lanzarlo dentro del reservorio.

El odio inundó mis entrañas, me cegó totalmente y en un arranque de ira, le pedí al diablo que me llevara, había perdido la fe. El muy taimado se presentó rodeado de llamas de fuego, me exigió que le diera mi alma, nada me importaba ya, así que se la di y desde entonces estoy condenada a vivir en el reservorio para salir todas las noches y asustar hasta enloquecer a todos aquellos incautos que vagan hasta altas horas de la noche. Ten cuidado, en cualquier momento, en cualquier espacio, en cualquier tiempo me puedes encontrar para perderte en el infierno, lejos de la realidad.

[Artículo publicado en la Revista Oígaste N° 008 – Edición Octubre 2021]

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí