Escribe: Félix Aliaga – UNMSM.

El presente está solo. La memoria

erige el tiempo. Sucesión y engaño

es la rutina del reloj. El año

no es menos vano que la vana historia.

(BORGES, Jorge Luis. El Instante, 1964)

Diez años habrán pasado, si la memoria no me es esquiva y el tiempo indicado no es tan solo fruto de una “exageración del prestigio del sistema decimal” –como se cuenta en una anécdota de Borges–, desde que en un antiguo y corroído estante ubicado en el pequeño rincón de la casa del abuelo –allá en Sucre– encontrara un chamuscado libro, sin portada y escrito a máquina, del cual tan solo quedaban algunas hojas.

Y eran sí, recuerdo, unas cinco líneas las que mencionaban a un tal Juan Miguel, mestizo, de cuyos apellidos la historia no quiere acordarse. Algunos daban fe que era hijo de un tal Pereyra y otros aclamaban que era del señor Horna; quién fuese, es el que cometió cruel e impunemente el acto de violación a la pueril madre. Cualquiera sea el caso, nació un 06 de enero de 1821 en la otrora Villa Amalia de Zelendín, marcado con el vil pasaje de su concepción y el rastro de una locura que lo acompañaría, más que nadie, hasta sus agonizantes y últimos días; estallaron sus primeros llantos y gemidos al son de los vivas y aplausos del pueblo, minutos después que se escuchara: “… ¡Muera el despotismo!, ¡Muera la tiranía!” ¿O fue antes? ¿Se puede saber con la objetividad histórica cómo sucedió realmente? Quizás en su biografía, cuyo autor –desconocido– consideró de importancia dar el espacio a aquel hecho, al que finalmente, el pueblo si recordaría; Juan, el loco, no encaja en las narraciones oficiales de tan digna fecha. Su nacimiento no representó algún suceso de importancia ni de causalidad para relatar la progresividad lineal de hoy tenernos como un país independiente, los hechos del pasado vienen a ser relevantes en relación a los valores dominantes del presente o para dar sentido a la historia que uno escribe.

Hablo igual sobre él y la versión del autor, tan a la letra, aunque se me acuse de poca rigurosidad de la fuente, y de la interpretación que hago sobre el texto; y como escribir una biografía sin faltar a lo anterior. Busco que su vida no sea arrebatada de nuestra historia.

La patria de Juan, el loco, resulta extraña; sin alguna identidad nacional ni personal, en la insipiencia de los estados nacionales modernos, esos que han pretendido construir que es lo propio y lo nuestro, sin banderas e himnos ni próceres. La madre sería su indigente sangre y la patria, su linaje, alguien que violó a aquella. Su origen lo determinan otras circunstancias, hijo de un antiguo modelo productivo, de una comunidad que luego pasaría a ser imaginada en otros términos. Ahora la globalización y el multiculturalismo se imponen con un régimen global y una libertad que no cuestionan esa desigualdad que tanto le vulneró; y las más de las diversidades se dan solo en razón del mundo del consumo.

Los sinnúmeros de declaraciones de derechos serían pronunciados y exaltados luego del nacimiento de Juan, pero él estaba condenado a ser un apátrida, alguien fuera del sistema de derechos, aun en nuestros tiempos. ¿Qué es lo más íntimo en Juan?, su patria, su nación, esa que tenemos como una ascendencia familiar; acaso su lengua, la cual otros desde pequeños nos la enseñan. Fue un infante en toda su existencia, un ser sin voz.

A quiénes vamos dejando afuera, cuando estamos dentro. Suena una canción, al son de algunas bombardas costosas –que recuerdan la celebración de unos años que bordean dos centenas–, “no soy de aquí ni soy de allá”.

[Artículo publicado en la Revista Oígaste N° 008 – Edición Octubre 2021]

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