UN HIJO ILUSTRE DE CELENDÍN (Parte Final)

(Tomado del Libro: Semblanza de Juan Basilio Cortegana)

Por: Nazario Chávez Aliaga.

La primera reflexión que surge al enfrentarse a los volúmenes inéditos que forman la «Historia del Perú» dejada al país por Cortegana, es la que se propuso su autor al escribirla. ¿Tuvo conciencia de la pesada, de la abrumadora carga que echaba sobre sus hombros al acometer la empresa? Y en caso afirmativo, ¿Por qué lo hizo?

El mismo nos va a dar concreta respuesta a tal cuestión. “El objetivo perseguido por su Historia —dice— era el de buscar una continuidad en la trayectoria de la vida nacional”, el de ordenarla, por haber «visto que (en las historias anteriores) carecía de ella y que, además, ante el mundo literario (o ilustrado) se hallaba (por esto) con bastante mengua suya». Cortegana quería salvar este vacío nacional; deseaba escribir una historia articulada, vertebrada, que abarcara todos los hechos en conjunto y fuese el exacto reflejo de la vida entera del país. No se le ocultaba, desde luego, lo abrumador de la carga. Para «compaginar tantos y tantos acontecimientos —dice—, ha sido preciso recorrer muchas páginas de todos aquellos confusos historiadores del pasado que, si bien dan una pequeña idea de todo lo ocurrido en sus tiempos, no la absuelven en su plenitud».

La tarea, por lo tanto, era inmensa, agobiadora. El celendino tenía conciencia plena de ello. Sin embargo, la acometía con denuedo y entusiasmo, «porque —afirma— la constancia, entusiasmo y patriotismo, unido al amor glorioso de ser siempre útil al país, lo ha vencido todo». El motivo era, pues, de carácter esencialmente ideal, no utilitario. Era un motivo patriótico. Era el deseo de ser útil al país, el de servirle ahora con la pluma como antes le había servido con la espada. En suma, era el designio entusiasta, firme, incondicional de recoger y reflejar la fisonomía del Perú que en Junín y Ayacucho acababa de nacer a la vida independiente. Un país sin historia —es decir, sin recuerdo y conciencia plena del pasado— es como un cuerpo sin espíritu. Es como un hombre que ignorase todos sus antecedentes personales y familiares. Cortegana quería dejar memoria de todo eso.

Resuelto ya en este propósito, traza el plan o lineamiento de su historia general, dividiendo cada volumen en «libros’, y cada uno de estos, en ordenados «capítulos».

Tratan los dos Tomos primeros del «origen primitivo del Perú»; de su población y organización social, de la fundación del Imperio Incaico; de la cronología de sus monarcas; de su religión, de sus leyes, reglamentos, instituciones y conquistas; de su culminación, en fin, como pueblo aglutinador que extiende su poderío desde Quito hasta el actual noroeste argentino, imponiendo en todas partes su lengua, sus leyes, sus creencias religiosas y su suprema organización.

Arranca el Tomo III desde el descubrimiento del Pacífico o Mar del Sur por Balboa y subsiguiente conocimiento de la existencia de un imperio poderoso hacia el sur de Tierra Firme, juntamente con el proyecto de descubrirlo y conquistarlo por Francisco Pizarro, Diego de Almagro y Hernando de Luque, abarcando todos los hechos posteriores, tanto hispanos como incaicos, hasta la entrada de castellanos en Tumbes.

Abraza el Volumen IV todo lo concerniente a la marcha de Francisco Pizarro hacia Cajamarca, donde se encuentra acampado Atahualpa; la captura de este en la famosa celada, su rescate y ejecución, reparto de sus riquezas y, a partir de allí, la conquista completa del país y sucesos posteriores que culminan en las luchas entre pizarristas y almagristas y la gran sublevación indígena del Cuzco.

Relata el Tomo V el alzamiento de Gonzalo Pizarro y ejecución del primer Virrey Núñez de Vela; el proyecto de los sublevados de formar un Imperio independiente en el Perú; la llegada de La Gasca y el vencimiento de Gonzalo; la pacificación momentánea del país y subsiguiente rebelión de Hernández Girón, vencido finalmente en la batalla de Chuquinga, así como la llegada a Lima del Virrey don Antonio de Mendoza.

Refiere el Volumen VI lo acaecido desde 1556 hasta 1724, es decir, gran parte de la época virreinal, completa. En el Tomo VII que, por extenderse hasta el año de 1811, enfoca ya directamente los primeros chispazos que preludian la guerra de la Independencia y «el estado de conmoción en que América se halla por la consecución de su Libertad», como reza uno de sus capítulos.

Con visión ya directa y personal de los hechos, esto es: relatando sucesos que le son contemporáneos y que el autor ha vivido, Cortegana aborda en el Volumen VIII el período comprendido entre 1812 y 1819, haciéndose eco de los acontecimientos registrados, no tan solo en el Perú, sino en México, en Venezuela, en Buenos Aires, todos ellos relacionados con la creciente efervescencia que ha cobrado en el país la idea de la independencia, y la natural inquietud y alarma de las autoridades españolas ante la actitud manifiesta de los pueblos por obtener su libertad.

Como demostración de la amplitud y minuciosidad con que van a narrarse los hechos, el Tomo IX —al que manos anónimas han arrancado desgraciadamente doce páginas— está consagrado a un solo año: el de 1820. Son sus primeros capítulos el prolegómeno al arribo y desembarco en Pisco de la Expedición Libertadora capitaneada por el General don José de San Martín; su llegada posterior al Callao; la creación del pabellón nacional por el Libertador argentino y primeras actuaciones de este en el Perú como gobernante.

El Tomo X, que durante nueve años —de 1945 a 1954— se creyó perdido, hace referencia al año crucial de 1821 y está dividido por su autor en siete capítulos. Arranca desde la conspiración de Aznapuquio, trata de la deposición de Pezuela y regreso de este Virrey, ya depuesto, a España, y relata en extenso el nombramiento del nuevo Virrey La Serna y su llegada al país. Valioso es el capítulo dedicado a la acción de los guerrilleros; y gracias a las indicaciones de Cortegana se puede apreciar ahora cuál fue la misión que aquéllos desempeñaron, su desafío constante y peligroso a las autoridades reales y los servicios de enlace que establecieron entre las fuerzas de los patriotas. A través de nuestro historiador resaltan conocidos muchos nombres de aquellos héroes dispersos y se saben también los lugares donde tenían sus centros de operaciones e incluso cuáles eran algunas de sus consignas. Hoy, cuando todos tenemos tan presente lo que significaron en la liberación de la Europa ocupada por los nazis los guerrilleros, estamos asimismo en condiciones de apreciar, gracias al relato de Cortegana, los denodados esfuerzos de aquellos francotiradores de nuestra Independencia que hostigaban constantemente a las fuerzas realistas.

El nombramiento de Canterac como General en Jefe del Ejército Realista motiva también otras valiosas páginas del mismo tomo. Pero como es natural, el acento más importante de uno de sus capítulos recae sobre la ocupación de Lima por el Ejército Libertador y la Proclamación de la Independencia por San Martín. Aquel hecho repercutió hondamente en la conciencia nacional y puede decirse que, a partir de él, aunque Lima volviese a ser recuperada por los realistas, en verdad había sido ya perdida por la corona española.

La actuación del Protector del Perú durante este año suscitó algunas censuras por parte de Cortegana, las que contrastan más fuertemente con la pintura favorable que hace de él en otros pasajes de su obra; pero misión del historiador es expresarse en cada caso de acuerdo con lo que reza el documento o, como en este caso, con lo que el propio historiador ha visto y oído en la realidad.

El paso de Gamarra, Eléspuru y otras figuras importantes a los patriotas es relatado asimismo pormenorizadamente por Cortegana, tomando aquel hecho como un signo cierto de que la idea de la Independencia cundía por doquier y acababa por abrirse paso en todos los corazones. Trata igualmente en este volumen de la formación del primer cuerpo de Ejército Peruano, así como de las operaciones de Miller y Cochrane era un espíritu inquieto y ya se sabe cuál Lord Cochrane contra el puerto del Callao. Lord les fueron sus disputas y aún sus peleas con el General San Martín por motivo de la falta de pago de sus marinos, pero es indudable que, sin su arrojo, sin su osadía y su gran pericia como comandante, tal vez la Expedición Libertadora habría fracasado.

«Las montoneras» famosas demandan también atención de nuestro historiador y las relata con detalles. En Huarochirí, fueron sus jefes Zárate, Orrantia, Castillo, Elguera, Nivavilca y Manrique. Por el norte de Lima: Zuloaga, Delgado y Huavique. Y como Jefe General de las Montoneras, el comandante Isidoro Villar.

La incorporación de Luzuriaga y Guido al General San Martín es anotada asimismo por el historiador celendino como un gran triunfo de la idea patriótica. Consigna al mismo tiempo el pronunciamiento de Lavin en el Cuzco contra la causa realista, considerándola como un triunfo, aunque le costara la vida al caudillo.

La organización del cuerpo LOS LEALES por Agustín Gamarra queda fielmente registrada en su «Historia del Perú» por Cortegana y no deja de referirse tampoco a la correspondencia cruzada entre San Martín y los patriotas Agüero, Morales y Mancebo, señalando la forma secreta de que se valían para hacerla llegar a sus destinatarios respectivos.

Entrando ya en el terreno de los hechos minuciosos, pero no por ello menos significativos para la comprensión de nuestra historia, Cortegana vuelve a referirse en este tomo a las incursiones de los guerrilleros sobre la ciudad de Lima, a la carta de protesta de un limeño contra el Virrey, publicada en «El Pacificador», a la carestía de los artículos de primera necesidad y a la guerra de los anónimos y panfletos que los limeños hacen a los realistas. Todo un capítulo de zumbonería criolla, a la que la villa de Lima nunca renunció ni aún en los momentos de mayor dramatismo.

Constituyen también detalles importantes del relato, el gobierno interino del Marqués de Montemira, la abolición de la Constitución española y la supresión de las Armas de Castilla en el Perú, sin olvidar tampoco las actuaciones teatrales a que dio lugar la Jura de la Independencia y la transcripción del Himno Nacional del Perú.

Finaliza el Tomo X con la lectura de los Estatutos o Constitución en la Plaza de Armas, con las fiestas que se hicieron en Palacio de Gobierno, la enfermedad del Protector, su renuncia a la autoridad suprema, la delegación de sus pacieres en manos de los ministros y un comentario sobre la labor administrativa del General don José de San Martín.

Están dedicados los doce capítulos del Tomo XI a seguir las graves vicisitudes del año 1822, la celebérrima entrevista en Guayaquil de Bolívar y San Martín, la renuncia y retiro de este último del Perú y la llamada del Congreso a Bolívar, con todos los pormenores de la agitada política de aquellos días.

Importantísimo por el período que abarca, se abre el Tomo XII con la introducción a la campaña de 1824, dirigida por Bolívar, que se remataría en las batallas decisivas de Junín y Ayacucho, admirablemente descritas por Cortegana, como testigo y actor que fue de ambas, terminando con la captura y prisión del cuadragésimo Virrey don José de La Serna e Hinojosa, último representante de España en el Perú.

Finaliza la «Historia del Perú» con el Volumen XIII, 1825 – 1827, en el que Cortegana registra el segundo sitio del Callao ordenado por Bolívar y la resistencia del brigadier hasta su capitulación, realizada el 23 de enero de 1826; el asesinato de don Bernardo de Monteagudo, con todas sus consecuencias; las expediciones al Alto Perú y desplazamiento de Bolívar hacia el sur; la decisión de este de abandonar el país y el movimiento ciudadano a su favor para que continuase en el poder.

La larga enfermedad, úlceras gástricas, que le llevaría a la muerte dejó trunca en este punto la obra del prócer celendino. Pero, aunque en extracto sintético, podemos comprobar a través de las líneas precedentes la magnitud de la empresa realizada por su autor y la importancia y trascendencia de una Historia de esa clase para la interpretación cabal de nuestros destinos nacionales.

Aquella Historia General del Perú venturosamente reintegrada a la Patria y escrita por el insigne cajamarquino, por el benemérito hijo de Celendín y prócer, doblemente prócer, de nuestra Independencia, que también había forjado parte de esa historia con su espada; pero olvidada, arrumbada, como olvidado está su nombre, aunque reclamando perentoriamente una «Presencia», en la conciencia nacional desde el fondo y el trasfondo de la historia. Juan Basilio Cortegana está gritando un: «¡Presente, compatriotas!» desde su tumba de guerrero de la Independencia e igualmente desde las páginas de su «Historia del Perú».

(…) En las esferas oficiales y durante la administración del presidente Dr. Don. Manuel Prado han sido escuchados los clamores de los hijos de aquella provincia en el sentido de que se honrará la memoria de Basilio Cortegana. A tal efecto, nos place consignar aquí que el autor del presente trabajo, ha conseguido del Ministerio de Fomento una partida de 213,000 soles con destino a la construcción y embellecimiento de la «Plaza Basilio Cortegana» en la misma ciudad de Celendín. Y al propio tiempo, la creación de un monumento que, colocado en el centro de dicha plaza, con motivo de celebrarse el 24 de octubre de 1962 el primer centenario de la fundación de la provincia, perpetuará ante las generaciones venideras el recuerdo de aquel hombre que tanto luchó por el progreso de su tierra natal, que supo darle igualmente lustre con su vida y con sus obras y que, en definitiva, representa uno de los jalones de nuestra nacionalidad.

Esta silueta biográfica del esclarecido hijo de Celendín que terminamos aquí, pretende ser una modesta contribución en procura de reivindicar al hombre con quien la Patria está en deuda, y es al mismo tiempo el mejor homenaje que podemos rendir a su memoria.

[Artículo publicado en la Revista Oígaste N° 008 – Edición Octubre 2021]

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