Por Víctor Raúl Díaz Chávez
(Ministro de Educación 2011)
Las características del nuevo entorno sociocultural, económico y político en el cual se desenvuelve la educación en el mundo es dinámicamente inestable por la dinámica de profundos cambios que operan de manera imprevisible. Es un contexto mundial de nuevas dimensiones, diferentes y complejas, derivadas del avance extraordinario de la ciencia y de la tecnología que profundizaron las transformaciones de las interrelaciones en todos los niveles de las sociedades del mundo, definida como globalización, que tiene dos grandes aspectos: la globalización real y la globalización virtual. La primera, comprende en los aspectos materiales y financieros del proceso económico de los bienes y se dirige a generar mayor valor agregado con el impulso del conocimiento y de la tecnología; y, la globalización virtual, que comprende todos los extraordinarios avances de los procesamientos de la información y la comunicación. A este fenómeno global dinámico e inestable, que pedagógicamente es descrito como “nueva ecología del aprendizaje”, la educación debe responder organizada y sistemáticamente.
En este escenario de transformaciones la palabra que con más propiedad describe a los acontecimientos es “cambio”, sin lugar a dudas es la más utilizada en todo tipo de lenguajes en estos tiempos y que a su vez se presta para traducir nuestras percepciones de incertidumbre frente a acontecimientos cada vez más novedosos. Es casi el santo y seña en una sociedad que cotidianamente vive entre grandes paradojas como, por ejemplo, compartir un mundo simultáneo de individuos hiperconectados por la tecnología, pero humanamente incomunicado, estar físicamente juntos, pero, al mismo tiempo, aislados en una sociedad de redes anónimas que solo transfiere informaciones diversas con un leguaje digital sin calor humano y que dio como consecuencia la segmentación de la sociedad por la presencia de, hasta hoy, siete generaciones que sienten, piensan y actúan de modo diferente.
La intensidad, velocidad y profundidad de los procesos de transformaciones masivas del entorno humano definen el cambio de era y no una era de cambios. Este cambio de era es mucho más radical, profundo y extensivo que los cambios transitorios que se acentúan en unas ocasiones. Con el cambio de era los paradigmas son sustituidos, como lo sostiene Kuhn, y con ello, las inapelables inestabilidades.
Responder a esta nueva era demanda de análisis, reflexión y crítica para estructurar las estrategias apropiadas sumamente innovadoras que orienten todo el sistema educativo con la suficiente consistencia y duración temporal. Requiere de las inteligencias múltiples (H. Gardener: 1983) y de pensamientos complejos (Amorin: 1999) para construir el ideal colectivo de sociedad con desarrollo y bienestar para todos. Este primer desafío requiere de políticos inteligentes que asuman a la política como capacidades para construir consensos, para concertar objetivos, para definir metas futuras y compromisos para alcanzarlos. En esta nueva era la política, como lucha de clases y lucha para la conquista del poder, no tiene ni lugar ni sentido, pues no es posible lograr el desarrollo humano en el siglo XXI, con políticos del siglo XX, con ideas del siglo XIX.
Un factor clave para aspirar al bienestar social y la felicidad es la Educación de excelencia, reestructurada y reorientada en base a los nuevos conocimientos científicos que den soporte teórico a la nueva pedagogía, que sustente con fundamentos su organización sistemática, sus estrategias y su implementación tecnológica, a efectos de garantizar los sistemas de aprendizajes que demandan las nuevas generaciones, puesto que cada vez se hace más evidente la llamada Ley de Revans que sostiene: “para sobrevivir hay que aprender al menos a la misma velocidad con que cambia el entorno”. Y nuestro entorno sumamente volátil, complejo, ambiguo y con mucha incertidumbre, demanda del aprendizaje que es la herramienta de la inteligencia para poder comprender esta realidad, responder y adaptarse a ella o mejorarla y así sobrevivir. Es por tanto una nueva versión de la Educación, una educación para la sobrevivencia humana.
Cuando los escenarios son simplemente tiempo de cambios, los procesos educativos se mantienen inalterables, con pequeñas adaptaciones del modelo común o de los esquemas utilizados, manteniendo sus bases epistemológicas que definen los criterios de su aplicabilidad. Pero cuando los escenarios son más complejos la base de la sustentación teórica de la pedagógica obliga a dar un salto cualitativo mucho más complejo y sistemático, significa cambios en todos los procesos y, por tanto, más que adecuaciones significan innovaciones.
La era que vivimos es la era de la imaginación, la creatividad y la innovación. Estas son las herramientas o las llaves que abren las puertas del futuro de la humanidad, lo contrario es retroceder en el tiempo y simplemente sucumbir como especie. Bien lo decía el genio de Einstein: “Es síntoma de locura precoz, esperar resultados diferentes haciendo siempre lo mismo”.
La nueva era que vive la humanidad trae aparejada inéditos y desconocidos problemas educativos por resolver y en la cual de nada sirven la continuidad de las políticas de reproducción de los mismos moldes pedagógicos y didácticos para una educación impactada por la tecnología y la modernidad. Las nuevas demandas sociales por la educación obligan de modo inexorable afrontar la cuestión docente como el principal y el más importante factor, involucrando al currículo y la infraestructura.
Estos cambios operados en las últimas décadas del siglo pasado, tiene como límites, fenómenos mundiales como las dos guerras mundiales y la crisis del año 89 que, con sus consecuencias catastróficas en el sistema económico mundial y la caída del Muro de Berlín y la atomización de la Unión soviética, lograron consolidar la apertura del mundo a una globalización de la economía mundial que precipitó nuevos cambios profundos, rápidos, globales y dramáticos, en su mayoría desconocidos. Estos cambios del que todos hablamos tienen, sin embargo, dimensiones insospechadas e inadvertidas que se evidencian en los campos económicos, científicos, tecnológicos, sociales, culturales, artísticos. Parte impresionante de estos cambios lo constituyen los grandes inventos y descubrimientos que han transformado la vida del ser humano, pero también hay traído aparejada grandes peligros. Todo esto hace evidencia de que lo que vivimos es un cambio de era.
Lo que ahora vivimos es una era nueva sofisticada de maquinismo, que a diferencia de la que se produjo con la primera revolución industrial, se trata de máquinas especiales con inteligencia artificial, automatizadas y con control automático, capaz de realizar proezas, especialmente en el mundo laboral afectando el trabajo humano. Esta es la hegemonía de la tecnología, consecuencia directa de la informática y la robótica, además de las comunicaciones y la información, que son objeto de almacenamiento, procesamientos y aplicaciones en tiempos reales.
Pero, así como los avances derivados del genio del hombre transforman radicalmente nuestros tiempos, otros resultados sorprendentes y rápidos como los desastres y la amenaza ecológica modifican desfavorablemente nuestro espacio. Es en este aspecto que las fuerzas de la naturaleza y las provocadas por el hombre, como las guerras, la contaminación atmosférica, corrupción, violencia, homicidios, y otras acciones inhumanas, se adicionan a las explotaciones irracionales de los recursos como la minería informal, sin ciencia ni técnica, que destruye para siempre riquezas naturales como la selva amazónica del Madre de Dios, promoviendo aleatoriamente todo tipo de degradación humana.
En este nuevo contexto, de grandezas y de miserias forjadas por el mismo ser humano, se dio simultáneamente episodios donde la vanidad y el orgullo, acumulado por las pequeñas e incuestionables proezas científicas del hombre, incrementaron su soberbia y limitaron su humildad, respeto, fraternidad, cooperación, perdieron sentido y significado, frente a una pandemia de naturaleza desconocida y ante la cual el efímero conocimiento acumulado no sirvió para frenar el terror de la muerte. La COVID-19 y sus mutaciones hizo que este Homo Sapiens del siglo XXI se viera a sí mismo, tan desnudo de conocimientos como la primera vez en el paraíso.
El drama de la educación actual está en su incapacidad para adaptarse rápida y eficazmente a los cambios. Y esta limitación se debe a que prima en ella su historia pasada y su tradición exitosa, pues la educación, desde fines del siglo XIX hasta la primera mitad del siglo XX, respondió con relativo éxito a su tiempo con estructura, funcionamiento basado en contenidos y metodologías adecuadas a una sociedad con un ritmo de vida lento, sin innovaciones que alteren el pulso de su existencia.
En este drama las escuelas se han quedado ancladas en el siglo pasado mientras tanto las generaciones de estudiantes pertenecen al tercer milenio. En este desfase está el fracaso, por un extremo una escuela que proporciona métodos y contenidos tradicionales y, por otro, un estudiante que se nutre desde el inicio de sus vidas de una cultura audiovisual, cibernética, digital y virtual, a través de aprendizajes espontáneos. Superar este desfase o este desencuentro es el reto de la escuela moderna. Reto que tiene componentes muy claros como, por ejemplo, una pedagogía innovadora, dinámica, centrada en el desarrollo armónico e integral de persona humana, implementada con soportes de las nuevas tecnologías, orientadas a formar el ciudadano universal que demanda esta etapa de globalización que se inició al concluir el siglo pasado.
El sustento de este cambio está en el epicentro de la pedagogía. Es iluso pretender que este cambio procede exógenamente a la escuela y menos con el esnobismo tecnológico de pretender sustituirla con solo la aplicación de sistemas y aparatos micro electrónicos de comunicación, típicas de la vida cotidiana que no educa ni transfiere valores y, mucho menos, forma personas con sentimientos compartidos que hagan posible convivir y construir un mundo más humanizado. En esta trasformación de la escuela se combinan su historia y su tradición, que da sustento a la identidad y a los valores, con las nuevas teorías científicas del aprendizaje y las nuevas tecnologías, pero no en una yuxtaposición sin sentido, sino en una suerte de fusión alquímica que se oriente hacia perfiles abiertos a nuevas creaciones, sin desprenderse de su realidad concreta. Y la expresión pedagógica de esta nueva forma de educación, es didácticamente la nueva forma de construir y ejecutar el currículo desde el contexto, determinando un currículo ambientalista, pero articulado con los propósitos nacionales previstos por el sistema educativo nacional.
El eje central de este cambio anhelado es el maestro. Es el factor insustituible. Ni el más sofisticado sistema digital o programa informático podrá reemplazar la función del maestro. Basta con una simple observación a lo acontecido en esta pandemia que obligó al cierre de las escuelas y reemplazó de modo arbitrario por una educación mal llamada “virtual”, “remota”, “no presencial”, que nunca tuvo un esquema ni un modelo básico, ni sustento pedagógico ni didáctico previo, menos, validado para su aplicación. Esta fue una medida administrativa limitada al uso de un aparato electrónico, llámese computadora, laptop, Tablet, celular, que nunca tuvo su origen ni su destino para el uso educativo y que no es un aparato del cual dispongan todos los estudiantes de sistema, ni accesible a las segmentos pobres y muy pobres del país, con escuelas rústicas sin servicios básicos y menos con sistemas modernos como son: agua, desagüe, electricidad, internet. Y, finalmente, porque se trata de aparatos comerciales de diferente calidades y vigencias, que son aplicados a tareas educativas, guiadas por la intuición o inspiración de los maestros que cumplen una tarea heroica, gigantesca y la loable preocupación de los padres de familia.
El cambio necesario de la educación demanda de innovaciones que comprendan los procesos y productos tecnológicos nuevos y significativos, modificados, cuidadosamente planificados, pues toda innovación tecnológica no se desarrolla de forma instantánea, requiere de la puesta en práctica de conocimientos técnicos, herramientas, recursos, para promover cambios en los campos pedagógico, didáctico, tecnológico, con el objetivo de mejorar la calidad de los procesos de enseñanza y del aprendizaje. Se trata de promover una educación orientada a formar mentes creativas, que son la verdadera riqueza de los pueblos y la garantía para su futuro con desarrollo y bienestar. Contar con una masa crítica de mentes creativas formada por un sistema educativo, pero con políticas públicas y de Estado continuas, de largo plazo, muy diferente a la torpeza de las democracias miopes que reducen la gestión a un conjunto de acciones contenidas en un efímero plan de gobierno, que solo expresan una oferta demagógica, cuyas secuelas son la sepultura de la esperanza de las naciones.
Transformar las escuelas para generar un espacio educativo innovador demanda de creatividad. La creatividad estimulada desde las aulas, pero con un sentido social, genera innovación que, aplicada en prospectiva, convierte las visiones estratégicas en realidades tangibles. El estímulo de la imaginación para transformar la realidad, de paso a la creatividad que es el camino para concretar la utopía de la realización o concreción de los sueños, es el centro nuclear para el cambio educativo que requiere la sociedad de este tiempo. Una educación que utilice pedagógicamente la tecnología para incorporar didácticamente a sus quehaceres, la educación en línea por internet, con modos personalizados en vez de globalizados de la enseñanza tradicional, para la construcción del conocimiento individual, pero socialmente compartido y creativamente aplicado.
Se trata de generar el cambio educativo para responder a las exigencias de los avances científicos que transforman el mundo que rodea a la escuela. Hoy, la riqueza de las naciones no se sustenta en los recursos naturales, no es el petróleo, los metales, etc., tampoco ensamblando piezas fabricadas por diseño; el factor que impulsa y sostiene el desarrollo es el conocimiento y eso significa aprendizaje y educación. Del mismo modo, el trabajo, fuerza productora de la riqueza, cambió definitivamente y seguirá cambiando a la par de la evolución de la ciencia y la tecnología. Y así como hoy ya experimentamos un cambio obligado, derivada de la pandemia, donde el trabajo remoto, virtual y el trabajo en casa sustituyó al trabajo presencial; así también, el trabajo mental sustituirá al trabajo manual por el imperio de las tecnologías expresadas en las máquinas con inteligencia artificial, la robótica y los aparatos de desempeño automático autónomo.
[Artículo publicado en la Revista Oígaste N° 09 – Edición Diciembre 2021]