CELENDÍN TIENE LO PROPIO

      Por Nemías Oyarce Abanto

(Docente del CEBA “Coronel Cortegana”)

No es chisme, no es magia, tampoco es brujería.

Nos contó don Gera, después de una merienda a un costado del fogón que moría lentamente, mientras nosotros escuchábamos atentamente el acontecimiento de:

LA NUBE TENTADORA EN EL JR. AMAZONAS

Celendín 1970. Octubre, mes en que los habitantes de Celendín y todas sus comunidades, empiezan a sembrar el maíz a las ganadas, porque es la época propicia para aprovechar las primeras lluvias, por tener chacras sin riego.

Para dicha actividad se utiliza la yunta, que son dos toros de regular edad para arrastrar el arado, y que, por la falta de pasturas, por efecto del verano, se tiene que pastear bien de madrugada hasta que estén bombitos; es decir, bien comidos.

Por lo tanto, los agricultores tienen la costumbre de llevarlos al pasto a partir de las tres de la madrugada y luego trabajar desde las ocho de la mañana hasta terminar la jornada.

Don Juan tenía su yunta en La Tranca, hoy barrio de Santa Rosa, por lo que tenía que caminar todo el jirón Amazonas por tener su casa en La Feliciana, hoy barrio de Sevilla. Una madrugada de luna llena, en su rutina diaria, se encaminó muy apresurado a su yunta para pastearla y así poder sembrar su maíz.

La noche estaba muy nublada parecía que iba a llover, estaba amsita; es decir, no se veía muy bien, cerca al puente del rio Grande le cubrió una nube bien espesa, por lo que no pudo ver casi nada.

Don Juan siguió caminando, porque le parecía que ya estaba cerca de su chacra, pero su sorpresa fue grande al darse cuenta de que caminaba y caminaba y no podía llegar. La noche, un poquito se aclaró, y se dio cuenta que estaba por un camino desconocido porque los paisajes que miraba tenuemente no le eran familiares.

Desesperado y sin saber qué hacer ni a quien llamar solo le quedó sentarse al pie de unas piedras muy grandes que encontró hasta que amanezca. La noche seguía igual, amsita y silenciosa cuando de repente escuchó a lo lejos el sonido del reloj de la municipalidad, dio cuatro campanadas, entonces dijo: —Ya amanece.

Las horas se hicieron largas e interminables y traicionado por el cansancio, moderreó un poco, cuando se despertó ya estaba rayando el día, se levantó y miró bien dónde estaba para poder regresar. Allí se dio cuenta que estaba muy cerquita al Tragadero, que en esos tiempos el agua de la Pampa Grande se perdía por sus aberturas internas del cerro.

Se orientó a la colina de San Isidro, prosiguió hasta el río Grande y aguas arriba se dirigió al jirón Amazonas, encontrándose con algunos de sus vecinos que le dijeron:

—Don Juan, ¿qué pue le ha pasau, oígaste?, ¿qué se has te hecho de día?, ¿se has te quedau dormido, creo? Los toros están bramando en su cama, tarde pue viéneste a pastear o ¿no vaste a sembrar su maíz hoy día?

La noticia se hizo popular en el barrio que tenía muy pocos habitantes en esos tiempos. A raíz de esa experiencia se vieron obligados a caminar con sus yanasos, para no pasar por esa escalofriante experiencia.

Por lo que los abuelos de ese sector decían que:

“El Tragadero tiene un duende rubio, que cuando quería llevar gente se presentaba de toda laya y nunca más sabían de las personas que se perdían”.

Palabras incluidas en el texto de la cultura popular:

  • Amsita: No ver con claridad.
  • Moderreó: Tener sueño ligero.
  • Yanasos: Amigos.
  • Laya: De varias formas.

[Artículo publicado en la Revista Oígaste N° 09 – Edición Diciembre 2021]

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