Jorge Díaz Herrera (Celendín, 1941) ha ejercido la docencia universitaria en Cajamarca, Trujillo, Lima e Iquitos, y ha sido profesor invitado en universidades de España (Madrid, Barcelona, León, Islas Baleares). Es licenciado en literatura, cuenta con estudios completos de doctorado en dicha especialidad y ha realizado investigaciones de filología en la Universidad Complutense de Madrid. Ha vivido gran parte de su vida en Europa. Actualmente radica en Chaclacayo desde donde sigue realizando una intensa labor de escritor.

Por Jaime Abanto Padilla

(Director del Nuevo Diario)

En alguna entrevista usted dijo que era un cajamarquino por casualidad ¿Cómo se dio esa eventualidad?

Me retracto de la palabra casualidad, yo soy cajamarquino por un designio del destino que agradezco, yo nací en Celendín. Antes las familias eran tribales, se movilizaban en grupo y el abuelo generalmente era el patriarca. Mi padre era prefecto de Cajamarca, era político y en aquel entonces hubo un golpe de Estado, mi madre estaba embarazada y tuvieron que huir de Cajamarca y se refugiaron en Celendín y ahí nací yo. Luego tuvieron que huir nuevamente a Salaverry, un puerto de Trujillo en La Libertad, de ahí a Pacanga y luego a Trujillo donde pasé toda mi infancia y parte de mi primera juventud.

¿Ha vuelto a esa tierra maravillosa que alguna vez lo vio nacer?

Hace poco visité Celendín, hace unos años invitado por Alfredo Pita, escritor celendino también, pero que vive en París con el que hemos compartido mucho allá en Francia, y al llegar a Celendín me pareció que era un lugar del que nunca me había movido, no obstante que era un lugar al que por primera vez llegaba me parecía que siempre estuve allí, los rostros, los paisajes, las calles me parecían conocidas, quizás uno al momento de nacer absorbe el mundo en el cual surgió la vida.

Entre todas sus obras ¿qué significado tiene su libro ‘Alforja de Ciego’ para usted?

Alforja de Ciego es para mí, quizá, mi libro inaugural de cuentos, mi primer libro de cuentos publicado en Lima y traducido a varios idiomas, el que me ha traído más satisfacciones, son cien cuentos con los que inicio una corriente en el Perú que es el mini cuento, el micro cuento que lo llaman algunos y que está muy en boga por Europa; hace poco me llegó un libro de Italia, una antología del micro cuento donde han incluido algunos cuentos míos de Alforja de Ciego. Hace poco me llegó un libro de la Universidad Autónoma de Madrid también sobre el micro cuento y donde también han incluido cuentos de Alforja de Ciego. Para muchos de mis lectores, Alforja de Ciego es el libro que más les agrada, quizás por su brevedad, quizá por su sentido irónico, quizá por el humor, para mí es el libro que me dio la satisfacción de inaugurarme como narrador.

¿Entre el cuento y la novela se inclina a hacer más cuento o es una percepción equivocada?

No. Yo sigo escribiendo cuento, novela y teatro, ensayo y poesía; lo que pasa es que yo ya casi no publico poesía y teatro ya nadie publica, el teatro se representa, pero no se publica, entonces evidentemente, aunque parezca contradictorio, porque vivimos una época muy dinámica, el cuento debería ser lo preferido, pero sin embargo los lectores prefieren la novela; en Europa, por ejemplo, el cuento no es tan bien recibido como la novela, el cuento es casi un género inferior en Europa. Yo publiqué ahí mi primera novela “La Agonía del Inmortal” en la editorial Cátedra junto con Alfredo Bryce que publicó “Tantas veces Pedro” y últimamente publico más novela porque me da más espacio y me permite decir más cosas de las que quiero decir y creo que a mi edad –ya tengo 70 años– no existe sino con más fuerzas los recuerdos que las proyecciones hacia el futuro, uno se proyecta hacia el pasado, el futuro del hombre mayor es el pasado, es la época de los recuerdos, los recuerdos son tantos y tantos que la novela es su mejor espacio, es lo que decía García Márquez “en las novelas converso más que en el cuento”, por eso quizá estoy más orientado a la novela.

¿Los editores en todo esto son determinantes?

Los editores son de una u otra forma los mangoneadores de los escritores –en términos no peyorativos, sino amigables– porque a fin de cuentas son los que prefieren la novela y un escritor busca las posibilidades de ser leído, uno no escribe para sí mismo ni para esconder sus cosas en su escritorio sino para los lectores y si los editores prefieren novelas, pues, uno tiende más a lo que prefieren ellos, no porque uno sea servil de los editores sino porque uno es servil de sus lectores; bueno, no servil sino amigo de sus lectores y quiere llegar más a ellos que a otras gentes.

Usted tuvo un acercamiento muy interesante con la literatura infantil ¿Cómo fue esa experiencia?

Sigo escribiendo, hace poco presenté en la Feria Internacional del Libro dos novelas, mi última novela se llama “Las Almas de Magnolio” que es una novela profundamente psicológica y creo que es la novela que más trabajo me ha producido, la novela empieza con un epígrafe que dice: “El infinito en el que habitan todos los hombres es tan inmenso como el infinito que habita dentro de un hombre”, son todos los vericuetos de un ser humano solitario, anciano, derrotado y quiere buscar la victoria dentro de sus derrotas, y paralelo a ello he escrito y presenté el libro “Pili Carril y sus chimpunes mágicos” que es un libro que transfigura mi infancia deportiva, a mí me gustó  mucho y me gusta el deporte, yo creo que de las actividades humanas la que más se asemeja al arte es el deporte y digo que el deporte se semeja más al arte porque se acerca más a la justicia y a la verdad, en deporte el que gana, gana y en el arte el que hace arte, hace arte; el que no, pierde.

¿Y hay justicia en el arte y este oficio de escribir o el arte aún es el hijo proscrito de la justicia?

Yo he sido jurado en muchos concursos literarios y me he opuesto profundamente a que se declaren desiertos los concursos, incluso tuve una discusión muy amigable pero muy enérgica con Julio Ramón Ribeyro cuando fuimos jurados de un concurso de narración, de cuentos y Julio Ramón quiso declararlo desierto. Yo le dije —mira Julio el arte se parece al deporte y en un concurso tiene que ganar uno, declarar desierto un concurso es injusto si todos son malos tiene que haber uno que sea menos malo y es el ganador—. Se impuso mi criterio, Julio Ramón aceptó y dimos un ganador. Ese ha sido siempre un debate mío en los concursos, no declarar desierto porque el escritor que generalmente son los jóvenes que participan en concursos son gente sin recursos. El Estado es un Estado que desampara al creador; en Venezuela, México o Chile sus creadores están llenando las embajadas, de asesores o lo que fuere, pero están recibiendo protección del Estado.

¿Podríamos decir que existe una mala política de protección a los creadores?

La Casa de la Cultura ecuatoriana en Quito o Guayaquil tienen un segundo piso dedicado a los artesanos, les dan su espacio a cada uno para que hagan su negocio o sus trabajos, publican a todos los escritores jóvenes, el Estado peruano en ese sentido no ha manifestado una política de protección al creador, sobre todo al artista joven y el que se hace se hace como decía Manuel Scorza “con un cuchillo entre los dientes” hay que abrirse paso como sea y eso no debe ser, eso suscita egoísmo, mezquindad hay que abrirse pasos a codazos entre unos y otros. Cuando uno va a la embajada peruana en Roma, es desolador, uno encuentra afiches viejos de FOPTUR, toritos de Pucará mutilados, mientras que uno va a la embajada colombiana y encuentra Boteros, en la embajada de México: Siqueiros, promocionan a sus creadores hasta en ese sentido. Hay una mala política de protección al creador en nuestro país.

Usted fue docente un tiempo en la Universidad Nacional de Cajamarca ¿Qué recuerdos tiene de esa época?

Yo he repetido una cosa siempre, Chocano tiene un verso que dice: “Hay instantes que duran toda una vida”, yo he vivido en muchas partes del mundo, más he vivido fuera del país que dentro del país, pero ningún lugar me ha llenado tanto como Cajamarca, en Cajamarca viví menos de dos años, yo a Cajamarca la conocí cuando ya tenía cerca de 30 años y sin embargo los amigos, el paisaje, la ciudad de Cajamarca, los pueblos de Cajamarca me han llenado como ningún otro país, como ningún otro lugar. Yo me he criado en Trujillo, es donde he gateado, he pasado mi infancia, mi adolescencia, mi primera juventud, pero Cajamarca es para mí una cosa muy especial. Yo, cuando vuelvo a Cajamarca, es como si volviera al lugar del que nunca me he alejado y no es porque usted o yo seamos cajamarquinos, sino porque eso me sucede. Hay instantes que llenan toda una vida y para mí esos dos años me han llenado toda una vida. Aquí me inicié como profesor universitario, yo tuve una vida de docencia universitaria fugaz, yo no he nacido para profesor universitario, me ata mucho la docencia universitaria, he sido profesor últimamente en Madrid y en varias universidades de España, pero como profesor invitado. Y la última actividad universitaria que hice fue en Iquitos, yo nunca he tenido jefes, he tenido maestros y he tenido amigos, pero la palabra jefe me atormenta y estar encapsulado con un horario tampoco lo acepto, tengo claustrofobia a los horarios y las rutinas y eso me ha hecho siempre andar como un gitano, ahora recién he anclado en Lima en Chaclacayo.  

¿Qué piensa usted de la eternidad?

Yo ya he despejado de mí los grandes enigmas, por ejemplo, yo no puedo dejar de concebir que existe un ser superior, hay dos concepciones mediante las cuales se explica la vida misma, la creacionista y la evolucionista, la creacionista que es la que cree que Dios hizo el mundo y muchas religiones lo explican de una u otra forma. Y la evolucionista que dice que el Big Bang explosionó el átomo y que de ahí se hicieron todas las cosas, Einstein decía que, como científico, no puede negar que el evolucionismo existe, pero ahí surge la pregunta ¿quién hizo ese átomo? Mientras exista ese misterio no puedo negar que exista algo superior a ese átomo y a ese algo lo llamo Dios. No pertenezco a ninguna religión, de eso ya me he curado, vengo de una familia muy católica, mis abuelos me criaron a punta de rezos y más con temor al diablo que con amor a Dios y ahí se me agotó.

¿Qué piensa de ese estado tan ambiguo siempre de la muerte?

Creo en un ser superior y creo que la vida se acaba acá. Ese ser superior nos ha hecho a semejanza suya porque nos ha dado libre albedrío, nosotros somos los dioses de nosotros mismos, somos los responsables de lo que hacemos y acá nos acabamos. Yo no creo en la eternidad ni en una vida más allá de esta, esta es la vida y tenemos que vivirla, yo estaré tranquilo cuando me cremen y esparzan mis cenizas donde quieran, tampoco quiero dejarles a mis hijos ni a mis amigos ni a quienes fueran un hueco allí para que vayan a llorar o a rezarme en un cementerio, la cremación es el futuro, como decía Herman Melville, “Mortal o inmortal aquí muero”, esa es mi explicación teológica de la vida, creo en Dios y no me ajusto a iglesia alguna, mucho menos a la nuestra que hay que ver cómo anda con un cardenal como el que tenemos, que está en pugna con nuestras propias libertades académicas e ideológicas.

¿Para qué escribe?

Al principio escribía para cambiar el mundo, ahora escribo para calmar mis nervios (risas).

¿El mundo lo cambió a usted?

Uno cambia siempre, pero sigue siendo el mismo, hay una dicotomía entre Neruda y Vallejo. Neruda dice “nosotros los de entonces ya no somos los mismos…” Vallejo dice: “Debo haber cambiado mucho, pero sigo siendo el mismo”. Yo creo en lo que dice Vallejo más que en lo que dice Neruda. Si a mí me pusieran un brazo de madera seguiría siendo el mismo con un brazo de madera, puedo cambiar en costumbres o ideológicamente, ya no tengo la agilidad que tenía cuando jugaba fútbol, pero no soy otro, no me he vuelto otro, no soy un tránsfuga de mi espíritu o mi ser. Yo creo que cambiamos, pero ontológicamente seguimos siendo los mismos.

[Artículo publicado en la Revista Oígaste N° 09 – Edición Diciembre 2021]

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