Por Janeth Cristina Castañeda Cruz.

No hay nada más bello que la sencillez de un niño, que la inocencia de su mirada, que su alegría al despertar a los albores de su creatividad…

ALMA EN PENA

Éramos una familia como cualquier otra, ese día habíamos ido a Santa Rosa para la cosecha de papas. Fieles a la tradición, el almuerzo estuvo constituido por unas suculentas papas sancochadas con su rocoto molido y una deliciosa sopa de chochoca con su carausho de chancho.

Todo transcurrió en medio de la alegría y el entusiasmo, durante el ir y venir buscando los tan ansiados frutos en cada plantita de papa. Llegó el atardecer y junto a él, la hora de volver a casa, pero por la cosecha abundante se nos fue la hora. Para cuando emprendimos el camino de regreso ya había anochecido. El socio iba adelante arreando los caballos con la pesada carga. Teníamos que atravesar el río para llegar al sendero que nos conducía al camino principal, al llegar cerca al puente, sentí como una corriente de aire frío que erizó mi columna vertebral, me quedé paralizada, pues a unos pasos adelante vi un bultito con una luz, escondido detrás de una penca, quise decirle a mi mamá lo que estaba viendo y no pude hablar, hice un gran esfuerzo para continuar caminando agarrándome de su brazo, cerrando los ojos para no ver, ya que el miedo invadía mi ser.

Como todo niño, llegamos a casa y en medio del juego y la algarabía el incidente quedó olvidado. Al siguiente día, le avisaron a mi mamá que la esposa del socio había muerto. Al escuchar esta triste noticia, recién le pude contar lo que había visto y mi madrecita con profunda pena me dijo: Era su almita que estaba recogiendo sus pasos.

TRAVESURA INFANTIL

Era el mes de julio y faltaba poco para el día del desfile y la procesión de la Virgen del Carmen, mi mamá junto a la familia había acordado reunirse para amasar y tener para la fiesta el delicioso pan, así como roscas, galletas, panecitos, el mechado al horno y el sabroso bizcochuelo batido a mano. Todos estábamos contentos, sobre todo los niños, porque sabíamos que era nuestra oportunidad para hacer algunas de nuestras travesuras.

Como la luz era muy baja y la calle silenciosa, acordamos salir afuera a jugar y se nos ocurrió llenar una lata de atún con piedritas – las calles todavía no estaban empistadas –, lo atamos con un hilo tubino, lo pusimos en el borde de la ventana de mi casa y lo jalamos hasta la casa de la vecina del frente, ya que tenía jardineras donde nos podíamos esconder para esperar que alguien pase por ahí. Después de esperar un buen rato, vimos que venían doña Berenice con doña Nativa, en silencio templamos el hilo, de tal manera que cuando pasaron al chocar con él lo arrastraron junto con la lata de atún, cayendo las piedritas dándoles un buen susto. Como eran muy creencieras se fueron corriendo, persignándose y pensando que habían salido las almas en pena.

UN SUSTO Y UNA CARRERA

Hace algunos años, en Celendín no había luz eléctrica todo el día como en la actualidad, la energía nos proporcionaba un motor que funcionaba con gasolina y el encargado lo encendía desde las seis de la tarde hasta las doce de la noche. El ambiente era propicio para que los niños realicemos todo tipo de travesuras producto de nuestra creatividad e imaginación.

Una noche en que nos habíamos reunido a cenar con los tíos y primos, era tanta la emoción de habernos reencontrado que nadie se percataba del transcurrir del tiempo, hasta que se apagó la luz. Mi madrecita, como siempre tan precavida, sacó la lámpara Petromax, luego de darle bomba para que se caliente la mecha, por fin se encendió y como ya hubo luz todos siguieron conversando y nosotros jugando.

Pero ahí no quedó la cosa, de pronto se nos vino la idea de salir un rato a la calle, como retándonos a no sentir miedo en la oscuridad. A uno de mis primos se le ocurrió que sacáramos una sábana blanca, así lo hicimos, luego nos escondimos detrás de la portada vieja de la huerta de don Lolo (la que dejaba sin candado y que tenía hendiduras por varios lados como para mirar por ahí) esperando que pase gente. Mi primo se había cubierto con la sábana y en cuanto le avisamos que venían un grupo de personas, esperó que pasen y ahí nomás abrió la puesta despacio, la que sonaba con un chirrido tétrico y salió haciendo uuuuuhhhh, uuuuuuhhhhh, como si sería un fantasma; estas corrieron asustadas, persignándose y diciendo “Ave María Purísima, las almas han salido del Purgatorio”.

[Artículo publicado en la Revista Oígaste N° 10- Edición Julio 2022]

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