Escribe Eler Alcántara Rojas
Tuvieron que pasar dos largos años para que nuevamente nuestros ojos y los de los nuestros fijen sus miradas en nuestro pueblo y su concurrida fiesta patronal. Es julio y nuestros pasos conducen a congregarnos bajo ese cielo hermoso, azulado, de crepúsculos aurorales, que hoy nos cobija con diafanidad y cariño en la Ciudad del tablero de ajedrez. Desde la reseña, novenas, vísperas y antevísperas, hasta un cúmulo de actividades sociales, deportivas y culturales, son parte de la fiesta patronal de Celendín. Pero especial atención merecen las cinco espectaculares tardes taurinas que se festejan en la plaza de Sevilla. Aquí, un repaso en el tiempo de cómo nuestra tradicional fiesta brava se desarrolló a lo largo de su historia.
SUS INICIOS
Los comienzos de la fiesta brava en nuestro pueblo se pierden en el tiempo. Los buscadores de nuestra historia tampoco se han puesto de acuerdo para establecer fechas exactas del inicio de esta tradición que permanece con los años. Lo cierto es que, varios escritos consultados tienen diferentes puntos de coincidencia y contexto, aunque menudas variantes de datos inoficiosos.
Con los preparativos para la Fundación de la Villa de Celendín y el establecimiento de la nueva población en estas tierras (S. XVIII) la costumbre de lidiar toros comenzaría a tener fuerte arraigo en los 5600 habitantes que encontró el obispo de Trujillo Jaime Martínez de Compañón, en su visita a Celendín de paso al oriente. Celendín, que hasta ese momento era una hacienda, a sugerencia de Martínez de Compañón fue convertida en una “población de españoles” luego de varias gestiones de sus moradores para comprarla y dar paso, al trazo urbano de un centro urbano de calles rectas.
Con la compra de la hacienda “La Pura y Limpia Concepción de Zelendín”, después de la ocupación de españoles y judío portugueses e indios y mestizos, surgiría la adoración a la Virgen del Carmen y su inmediata proclamación como Santa Patrona de estos lares. Las nuevas costumbres de los ocupantes de Celendín fueron asimiladas del viejo continente y el lidiar o “jugar” toros en honor a la sagrada imagen empezaría a tomar forma.
No existe prueba fehaciente que confirme una lidia de toros en honor a nuestra primera patrona, pues los actos religiosos y celebratorios de la Inmaculada Concepción tuvieron que desarrollarse en el mes de diciembre, época lluviosa y de hostiles condiciones para la tauromaquia. Sin embargo, desde la primera mitad del Siglo XVIII, los habitantes de estos lares empezarían a interesarse por la lidia de toros, incluso hay registros de que esta práctica fue diseminada en las haciendas cercanas. Por ejemplo, en la hacienda de Jerez la familia Agusti Cabada celebraba novilladas con los toros que criaban.
El maestro Pelayo Montoya dejó dicho que la Virgen del Carmen fue proclamada patrona de Celendín, el 16 de julio de 1795 y que en ese día se realizaron ceremonias religiosas, fiestas privadas en la mayoría de casas celendinas e incluso se practicó una lidia de toros frente a su templo, en la plaza principal del reciente pueblo delineado. Sería este, entonces, el momento inicial del surgimiento de tan afamada tradición que hicieron suya los celendinos mientras esperaban la dación de la Real Cédula (19 de diciembre de 1802) del soberano de España Carlos IV, documento real que estableció la Villa de Celendín y ratificaba a la Virgen del Carmen como “patrona espiritual de los celendinos”, pues así lo pedían más de seis mil españoles.
Este documento llegó a Celendín en febrero de 1809 y meses después lograría implementarse en su totalidad. Los celendinos jubilosos por tan importante logro continuarían con los homenajes a la Virgen del Carmen y con más ahínco retomarían los festejos taurinos desde el 16 de julio de ese año.
EL PRIMER ESCENARIO TAURINO
Bajo este contexto, la tradicional corrida de toros tuvo como primer escenario la plaza principal de la creciente “Villa Amalia de Zelendín”. Contaba doña Carmen Merino Horna que para el desarrollo de los festejos taurinos se “cerraban las bocacalles de la Plaza Mayor y la Virgen Patrona de la ciudad era instalada en el atrio de la Iglesia Matriz”. Así, las personas veían “jugar a los toros” desde sus balcones en el improvisado escenario taurino.
En sus inicios la fiesta brava duraba ocho días, pero con el pasar de los años quedó reducida a cinco tardes. En aquella época, “los toros jugaban mañana y tarde”, las faenas comenzaban el único día central (16 de julio) y se prolongaban hasta el día 20 de julio.
Se traía ganado bravo de las haciendas vecinas que coexistían con la Villa Amalia. Muchos hacendados donaban toros “cuneros” que eran lidiados por improvisados matadores. Especial recordación se tiene de voluntarios llaucanos quienes venían desde su tierra (Llaucán) y que ataviados con las mangas de sus pantalones amarradas y usando sus ponchos como mantas toreaban a los “bravos” de las haciendas de Jerez, Pallán, Llimbe y de otras haciendas cercanas.
Cerradas las cuatro esquinas de la plaza principal, los aficionados ingresaban al campo para demostrar sus habilidades y hacían vistosos desplantes a los toros que no eran de pura casta, pero colmaba la expectativa de los celendinos de antaño. Para lidiarlos, los toreros usaban espadas de fierro que medían metro y medio, aproximadamente.
Últimos años del siglo XIX, Celendín dejó de ser Villa y prontamente conseguiría los títulos de Ciudad y de Provincia. Los festejos taurinos tomaron forma las autoridades ediles de entonces decidieron elegir un Comité Organizador, encargado de promover la fiesta brava con el auspicio del vecindario y del cuerpo edilicio. Fue el alcalde Francisco Mejía que en 1897 dispuso cobrar un monto simbólico a los espectadores que seguían ocupando los balcones de sus viviendas para ver la lidia de toros, medida que no duraría por mucho tiempo.
CORRIDA EN LA ALAMEDA
Mientras Celendín se consolidaba como ciudad, fue necesario la instalación de algunas piletas de agua para el consumo poblacional en la plaza de armas; así, el escenario de la corrida cambiaría de lugar pues la plaza mayor entraría en remodelación, dejando atrás aquella pampa inhóspita para dar lugar a la arborización con plantas ornamentales y el trazo de senderos para el tránsito vecinal.
El siglo XIX concluía y en 1899, tras asumir por tercera vez como alcalde de Celendín don Apolinar Pereyra Chávez, dispuso que la corrida de toros tenga un escenario propio. El espacio elegido fue la Alameda que servía de plaza pecuaria y que más tarde pasaría a llamarse Juan Basilio Cortegana, en homenaje a nuestro prócer de la independencia nacional y gestor para la creación de la provincia de Celendín.
En este lugar empezaría a construirse una estructura de madera. El coso respondía a similares características de otras plazas de la sierra peruana y al principio sería levantada de dos niveles: la barrera, de maderos completamente endebles (le daba sabor a la fiesta pues varios toros se escapaban del ruedo y revolcaban a intrépidos mozalbetes), y los “chaques”, al estilo de los circos de entonces. Para suplir las deficiencias en su construcción, los pobladores de las comunidades cercanas empezarían a colaborar en su confección transportando madera de eucalipto; y, su apoyo laboral y de materiales recibidos era compensado permitiéndoles ubicarse en la barrera de manera gratuita.
El crecimiento poblacional obligaría a adicionar un tercer piso, al que se le llamaría el “palco oficial”. Aun con diferencias sociales y las brechas económicas que caracterizaron la primera mitad del siglo XX, la plaza de toros tendría dos espacios bien definidos: el “Chaque” para la servidumbre y el “Palco” para la familia real.
La tradición se mantenía y los días de corrida seguían desarrollándose mañana y tarde. Las familias llevaban ricos potajes que eran degustados apetitosamente mientras veían jugar a los toros. Por la mañana luego del primer toro, todos saboreaban un espumante chocolate acompañado de panecitos, luego vendría el almuerzo en apetitosas viandas con cuy y gallina y por las tardes se asentaba el día tomando chocolate asistido con una variedad de dulces.
En este contexto se llegarían a lidiar toretes de Molinopampa, Llimbe, Jerez, Pallán, Guayabas y Huacaybamba. Algunos ejemplares gozaban de buen tamaño a tal grado que era imposible torearlos, menos matarlos, razón suficiente para que algún aficionado sacara su pistola y haga gala de su puntería. En estas lides, “don Augusto Gil era el más participativo, hasta que una vez dio el tiro en el talón de un muchacho que tenía los pies colgados del palco”, cuenta el Dr. Manuel Silva Rabanal.
EL SURGIMIENTO DE LAS “DÉCIMAS”
Otra de las remembranzas que marcaron los festejos taurinos fue la iniciativa de varios poetas celendinos que comenzaron -en La Alameda- a lanzar “décimas” ingeniosas antes de la lidia. En adelante, se había hecho habitual el leer y escuchar estas composiciones, difundidas en variopinto papel cometa y que cada tarde circulaban de chaque en chaque. Como danza popular, las décimas eran cantadas por las damitas en sus palcos y no solo gustaban por su letra sencilla sino por estar sublimemente cuajadas de místico amor.
Aunque la mayoría de decimistas optaba por estar en el anonimato, don Pedro García Escalante conocido como “El Búho”, haría gala de su verbo florido y dejaría para la posteridad la siguiente:
“Que salga ese toro pinto
hijo de la vaca mora
para sacarle tres suertes
delante de esta señora”
AL COMPÁS DE LA BANDA DE MÚSICOS
Desde las primeras corridas los participantes sintieron la necesidad de una banda que alegre los días festivos tal es así que, en una tarde de toros de julio de 1911, el subprefecto provincial Jorge Cuadiamos propuso a varios visitantes y celendinos organizar la banda de músicos. Tras las conversaciones se nombró un comité encargado de realizar las primeras colectas públicas y los fondos recaudados resultarían en la compra de instrumentos. Fue así como quedó organizada la Primera Banda de Músicos de Celendín cuyo primer director fue el Sr. Alzamora, siendo infaltable cada tarde taurina.
TOROS EN “LA FELICIANA”
En la década que Celendín obtiene varios beneficios como la construcción de la carretera desde Cajamarca, servicio de luz eléctrica e inauguración del campo de aterrizaje en Chacapampa, el recinto para la corrida de toros sufriría nuevos cambios. El espectáculo taurino ocuparía por primera vez el campo del barrio “La Feliciana”, por orden del alcalde Teófilo Chávez Merino. Ocurrió en 1925.
La plaza, que fue conocida como “La Feliciana”, en memoria de una niña indigente que en ese lugar fue cruelmente asesinada y a la que se le atribuyó durante mucho tiempo la realización de numerosos milagros, pasaría posteriormente a denominarse “Sevilla”, en réplica de la plaza de España, por tener disposición y coloridos similares.
Por aquel entonces, se había institucionalizado la conformación de un “Comité Taurino” que, con la debida anticipación, comprometía a los hacendados y paisanos pudientes para que colaboren de los festejos obsequiando un toro bravo. “A veces eran dos o tres toros de lidia los que debían [jugar] en cada tercio taurino; por lo tanto, se necesitaban, por lo menos doce toros, para amenizar las cinco tardes”, refiere el profesor Próspero Díaz.
Otra de las tareas tuvo el Comité era recorrer las calles de la ciudad, mediante un bando taurino, para solicitar la colaboración de los comerciantes. El recorrido estaba acompañado de una banda de músicos previamente contratada para amenizar el acto con sendas marineras en la parte frontal de la tienda de los presuntos donantes. Así se obtenía el ofrecimiento de donar un toro, individual o grupal, según sus posibilidades. La idea era completar un número mínimo que garantice el desarrollo de los cinco días de lidia de toros.
Los festejos se limitarían a realizarse por las tardes, pero sin perder la brillante participación del poeta Pedro García Escalante, quien seguía perfeccionando sus décimas hermosas, satíricas y jocosas, que él mismo tipografiaba y repartía en cada palco.
LAS HACIENDAS DE GANADO BRAVO
Los proveedores del ganado “bravo” serían los propietarios de las haciendas de Rambrán, Jerez, Pallán y Tallambo, donde se criaban toros “cuneros” que días previos a las celebraciones taurinas eran trasladados hasta la ciudad de Celendín. Estos ejemplares pastaban en los potreros de las referidas haciendas y para conducirlos hasta La Feliciana, tenía que ser previo amadrinamiento para después arrearlos con jinetes contratados.
Narraba el historiador Daniel Quiroz Amayo, que “el especialista era don Cirilo Cortés y el legendario Aniceto (célebre laceador que devolvía el toro al corral, cuando salía escaso de trapío)”.
Comentaba también que “la hacienda de Jerez, de la familia Agusti Cabada, tenía un criadero en la parte alta de Huangashanga, la propia soledad mantenía la genética y rasgos de su primigenia casta, tenían talla, peso y algunos, excelente trapío, tres condiciones básicas del toro de lidia. Muchos eran ariscos y revolcaban a los improvisados toreros llaucanos”.
Desde los primeros festejos taurinos, muchos toreros venían de la hacienda de Llaucán. Cambiado el escenario a La Feliciana, los llaucanos tendrían su última participación a fines de la primera mitad del siglo XX. De aquella época también sería el torero más conocido en Celendín, de origen chiclayano conocido como “Lagartijo”, émulo de un torero español que probablemente también llevaba ese apelativo.
TOROS ENCINCHADOS Y CON “MOÑAS”
Para cada festejo los toros eran lanzados al ruedo provistos de cincha, enjalme y de una reluciente “moña” que engalanaba al animal bravo: un sapo de color verde esmeralda lucía esplendoroso en el lomo del toro. Incluso hay quienes se atreven a decir que “se les daba de tomar aguardiente para que sean más bravos. Si salía manso allí estaba el famoso ‘Aniceto’, para lazo en mano volver a los corrales al manso”. El objetivo de la encinchada, convertida por aquel tiempo en una práctica pintoresca al momento de colocar una cincha de soga de cerda por debajo del rabo, era para que los toros se presentaran supuestamente con trapío.
EL FAMOSO TORO “CANDELO”
De la hacienda de Tallambo (Oxamarca), provendrían los legendarios toros tallambinos; de este hierro fue el famoso “Toro Candelo”, ocho años lidiado e indultado (1939 – 1946). No menos famoso sería también el legendario torero shilico bautizado como “El Colpa”, que deleitó a la afición taurina al torear al célebre vacuno.
Cuentan que cada corrida con este toro de buena estirpe, costaba más para los organizadores pues los toreros subían sus tarifas por el peligro que representaba “Candelo”. Con gratitud también se recuerda la participación de uno de los mejores novilleros nacionales que se arriesgaba a torear al toro tallambino, era el famoso chiclayano “Lagartijo”, quien vino por última vez para despedirse del ruedo y de la afición en 1950, junto a otro de los grandes, “Rafaelillo”.
LA BREÑA COMO CUARTO ESCENARIO
Con la expansión urbana de Celendín y la formación del barrio La Breña, otro de los escenarios, testigo de la lidia de toros fue el área que hoy corresponde al Hospital de Celendín. Por esa época no se concebía la idea de construir en este ambiente una infraestructura para la atención médica de los pobladores pues se gestaban los nuevos ambientes del nosocomio en lo que funcionó el hospital antiguo del Jr. Bolognesi.
Era el año 1946, don Máximo Rojas Díaz asumió funciones de alcalde y por esos días surgiría la iniciativa de agregar una segunda celebración al día central de la Virgen del Carmen. Con fervor y devoción los creyentes consensuaron en establecer el 29 de julio como segunda fecha de celebración. Es decir, el 16 de julio recibiría el homenaje de sus fieles devotos y el 29, el homenaje de los celendinos que vuelven a esta tierra. Los barrios se encargarían de celebrar las novenas previas al segundo día central, y así continúa hasta nuestros días.
Con la prolongación de las celebraciones católicas, obligaría a cambiar de fecha el desarrollo de las tardes taurinas. La fiesta brava por primera vez se desarrollaría desde el 30 de julio hasta el 03 de agosto (1946), pero siempre manteniendo la tradición de lidiar toros durante cinco tardes. Al año siguiente (1947), se designaría a la pampa de La Breña como nueva plaza taurina. En este escenario la corrida fue organizada por única vez.
EL RETORNO A LA FELICIANA
La idea de ver la lidia de toros en La Breña no prosperó y el alcalde entrante, don Manuel Tirado Velásquez, ordenaría en 1948 el retorno a la plaza de Sevilla, conocida como La Feliciana. Con el devenir de los años se agregaría a las tardes de toros, el paseo de caballos de paso, la presentación de reinas, participación de mariachis, bailarines y más adelante incursionarían “picadores” que no serían de buen agrado para el público.
En la mitad del siglo XX, se adicionaría a los tres niveles del coso taurino, un cuarto piso que se conocería como “sobrepalco”. Los espectadores eran ubicados a partir del suelo hacia arriba en chaques, palcos y sobrepalcos, que eran vistosamente adornados en sol, sombra y media sombra.
Eran los barrios de la localidad que colaboraban masivamente con la fiesta. El comité solicitaba un toro a los barrios más populosos hasta completar los 15 ejemplares que se lidiarían en las tardes festivas y todos los vecinos se volcaban a la recaudación de fondos. Celendinos de la época comentan que también colabora el caserío de Llanguat y el día que “jugaba” su toro, desde un camión tras de su reina, tiraba naranjas, cushes, cañas y chancaquitas, regocijando típicamente con los frutos de su valle.
LOS PRIMEROS TOROS DE CASTA
Bajo el mando edilicio de don Manuel Sacramento Díaz Velásquez en 1949, se nombró como presidente del Comité Taurino al Dr. José Chávez Pereyra quien logró traer los primeros toros de casta a Celendín. Esto no hubiera sido posible sin la participación del profesor Orestes Tavera Quevedo, que fue comisionado para la compra de los bureles, de la ganadería de Yéncala en Lambayeque, cuando era propietario don Humberto Fernandini.
Contaba el maestro Tavera que el traslado de los astados “fue una odisea, se los trajo amarrados, en un camión y tapados con mantas, por carecer de cajones adecuados”. La iniciativa de viajar a buscar los mejores novillos en ganaderías de renombre para la feria, sería el punto de quiebre para que en adelante se organicen corridas de toros con bóvidos de pura casta. Nadie duda que los cornúpetas de Yéncala despertarían el ansia de más aventura taurina en Celendín.
En 1949, el Comité lograría adquirir seis preciosos novillos de la ganadería de los Fernandini realizándose por primera vez una corrida de toros con calidad en la plaza monumental La Feliciana.
ENCIERROS TAURINOS DE ANTAÑO
Ya en la segunda mitad del siglo pasado (1950) los organizadores del cotejo taurino superarían la expectativa del año anterior, repitiendo la compra de toros de la ganadería más famosa de su época: Yéncala. Fueron 11 bóvidos los adquiridos del célebre hierro y esa temporada fue la última en que el novillero “Lagartijo” visitaría Celendín para despedirse del ruedo y de la afición.
Hasta ese momento la plaza La Feliciana no tenía toril con paredes de tapial, por lo que el encierro se lo construía de madera y solo servía para los ejemplares que jugaban esa tarde, dejando a los demás en un encierro amurallado en una huerta del jirón Cáceres de propiedad de don Catalino Ludeña.
Los pormenores de los encierros taurinos y el traslado hasta La Feliciana dejaron más de una anécdota graciosa. Los toros eran conducidos al toril de la plaza jaloneado por un camión. Algunos arrancaban la beta y furibundos acometían a todo aquel que encontraba en las calles o carreteras. Cierta vez, uno de esos famosos se escapó y fue capturado por las tierras de Quillimbash, otros iban a parar a la Pampa Grande que eran encontrados invernando en sembríos de alfalfa.
EL PAGO DE LOS ABONADOS
Mentalizados en mejorar la lidia de toros, autoridades ediles y vecindario fortalecerían cada año los festejos taurinos. Para 1952, el promotor de las corridas de toros con astados de buen linaje, Orestes Tavera, llegaría a ser nombrado como alcalde provincial y asumiría ese año la presidencia del Comité Taurino logrando mayor participación y compromiso de los barrios, para colaborar y asumir la mayordomía de algunas tardes taurinas. Desde entonces se le confiaría la organización de la fiesta brava hasta en cinco oportunidades, alternando algunos años con otros gratos celendinos que también dieron su granito de arena en el fortalecimiento de nuestra tradición.
Varios años seguiría manteniéndose el modelo de subvención de la feria taurina hasta que, en 1959, un año después de la coronación solemne de la Virgen del Carmen por Mons. Pablo Ramírez Taboada, el alcalde vigente Aureliano Rabanal Pereyra, establecería una nueva modalidad para cubrir los gastos de demanda en la organización taurina. Fue allí cuando se iniciaría a valorizar los sitios del coso taurino y empezarían a inscribirse un número significativo de abonados que pagarían un monto económico al Comité Taurino por los sitios adquiridos.
“TOLDOS” ALREDEDOR DE LA FELICIANA
En los preparativos para la confección del coso, que iniciaba ocho días antes del primer día de “corrida”, por las calles de Celendín se veían bueyes cargados de madera que trasladaban hasta la plaza pecuaria para que muchos artesanos y aficionados trabajen varios días hasta dejar los palcos y chaques a la espera de sus ocupantes. Mientras esto ocurría, la institución edil y el Comité Taurino no tardarían mucho y pondrían en venta los sitios de los ranchos, que eran conocidos como “toldos”.
Con ello, desde el primer toro de la tarde en los ranchos trasminaban las ollas con exquisita comida, el freír de cuyes y escandalosos chicharrones que abrían el apetito de los miles de espectadores que abarrotaban el ruedo taurino.
AL SON DE PASODOBLES Y MARINERAS
Para esta época la música se había convertido en un ingrediente esencial del desarrollo de las tardes taurinas. Con grato cariño se recuerda al maestro Miqueas Sánchez que animaba la fiesta brava, como director de la banda popular ‘Celendín’. Aunque su final no fue tan grato, los espectadores disfrutaban con felicidad de melodiosos pasodobles, guarachas y sabrosas marineras que eran tocadas mientras iban inhiestas y tenebrosas banderillas en cada toro que se lidiaba.
Trágico final encontraría el por siempre recordado Miqueas pues por avatares del destino murió la tercera tarde taurina del año 1951, desamparado de todo auxilio, motivando una protesta popular.
Posteriormente las tardes estarían acompañadas de las mejores bandas de músicos que ponían el armónico sonido a la fiesta taurina. En los dos palcos oficiales tocarían la banda de músicos de Jesús, dirigida por el maestro César Galarreta, la banda municipal de Celendín, la banda Santa Lucía de Moche, la banda del Batallón de Infantería Zepita N° 17 y en los momentos de fiesta pobre, la banda de músicos de Sorochuco y Cajamarca.
DIESTROS OVACIONADOS
En los años siguientes nuevas ganaderías incursionarían en el acreditado redondel de Sevilla; así se tuvo que los toros eran traídos de las ganaderías de Chuquisongo, Salamanca, La Pauca de don Rafael Puga Estrada, Paiján, La Viña, Campo Nuevo, Santiago Apóstol, Sierra Morena, Charón y San Pedro y San Simón.
La Feliciana ha sido testigo de las actuaciones del “Viejo Moyano”, el “Chaplín Linares” que montaba al lomo del toro, “El Linares” que divertía al pueblo como boxeador en el ruedo taurino, “Rafaelillo” de Colombia, Paco Céspedes, el español Vera, Álvaro Cámara que mataba con la zurda y el gran Rafael Puga. Destacándose como diestros de alegría, gallardía y valor se menciona a Rogelio Cervantes y los hermanos Ricardo y José Bustamante. También se recuerda al “Nene”, Gabriel Tizón, César Caro, “El Vizcaíno”, Manolé, “Lola” de España, “El Tata”, Paco Chávez, Daniel Palomino, Jesús Colombo, Fredy Villafuerte y algunos triunfadores en Acho o con actuaciones posteriores en plazas de Medellín, México y Madrid.
Recientemente se destaca la presencia del matador peruano Andrés Roca Rey, que en el 2017 salió en hombros tras su excelente faena que le permitió cortar seis orejas y un rabo a los cuatro astados de La Viña que lidió. “Nadie se fue decepcionado o desencantado; ese es el factor que lo ha convertido en el torero más taquillero del mundo; hace todo lo posible y pone todo de su parte, jugándose la vida, para que el público salga feliz de las plazas. En Celendín aquello no fue diferente.”, resaltó el diario El Comercio.
Otro de los triunfadores fue ‘El Fandi’ en el 2019. El diestro español se llevó el escapulario de oro tras cortar cuatro orejas del lote de la ganadería San Simón. Alternó mano a mano con el matador peruano Alfonso Simpson ‘Alfonso de Lima’.
EL PRIMER REJONEADOR
La presencia de rejoneadores en la plaza de toros data del año 1970 con la participación de Telmo y Ricardo Bustamante. La suerte nacional de Rejoneo a caballo dejaría una valla alta para posteriores rejoneadores pues llegaría a ser catalogada como una de las mejores del Perú. En 1987, con bovinos de Salamanca, se hizo presente el rejoneador Hugo Bustamante, que deleitó a la afición taurina. De un tiempo acá, el rejoneo se ha convertido en principal atracción de la feria.
EL ESCAPULARIO DE LA VIRGEN DEL CARMEN
Si en Acho se otorga el “Escapulario del Señor de los Milagros”, Celendín hace lo propio y entrega el “Escapulario de la Virgen del Carmen” al triunfador de cada temporada. Muchos lo han conquistado y nuevos baluartes de la tauromaquia esperan alcanzarlo.
El diestro Rafael Puga Castro, primer torero peruano que ganó el Escapulario del Señor de los Milagros (1980) tendría una importante actuación en Sevilla haciéndose del Escapulario de la Virgen del Carmen, en reconocimiento a su buena actuación en plaza celendina. Su símil Fredy Villafuerte, que en 1991 triunfó en Acho, fue contratado para su actuación en la plaza de Sevilla, pero con muy diferente fortuna. Ofreció torear gratis al año siguiente de su fracasada actuación (1988) pero nunca cumplió su palabra.
LAS FALLIDAS CORRIDAS DE LOS AÑOS 70´ Y 80´
En la historia de Celendín muchas corridas cayeron en el fracaso, tanto en lo económico como en la propia ineptitud de los matadores que hacían sufrir demasiado a los novillos en todas las suertes. Sin embargo, una época difícil para la organización de la fiesta brava de Celendín ocurrió entre los años 1970 y 1989.
En 1970 la corrida fue suspendida por el terremoto de Huaraz, movimiento telúrico que dejaría estragos en la misma ciudad, dañando seriamente la estructura del templo La Purísima que colapsaría años más tarde.
Para el año 1978 la acostumbrada lidia de toros no sería posible pues Celendín atravesaba momentos de lucha. Docentes y educadores acataban la histórica “huelga magisterial”, hecho que conllevaría a promover polémicas sobre la realidad provincial y el desarrollo de la “Primera Convención Nacional de Celendinos” durante el gobierno del alcalde Luis Jiménez Araujo.
Gobernaba el último año de su tercer período don Renán Sánchez Izquierdo (1983) y sería la feria taurina la que definiría su futuro político. La decisión de organizarlo fue sometida a una consulta poblacional en sendas asambleas populares y por consenso de las mayorías se tomaría la providencia de suspenderla por tercera vez.
Durante los años 1988 y 1989, en el gobierno de Moisés Ortiz Huamán, tampoco se organizaría la fiesta taurina pues a pesar de la solicitud oportuna para su desarrollo por el naciente Comité de Electrificación, el Concejo Municipal no autorizó su organización.
LA CONSTRUCCIÓN DEL COLISEO CERRADO
En la última década del S. XX la corrida de toros otra vez cambió de lugar. Asumía funciones como alcalde don Adolfo Aliaga Apaéstegui y diferentes opiniones concordaban en una mala organización por lo que, en julio de 1994 varios celendinos presentaron al cuerpo edilicio de Celendín, el proyecto de la construcción de una plaza reglamentaria de toros junto a una maqueta. La idea inicial proponía levantar una construcción en la plaza de Sevilla para entrar al ranking nacional, como ya lo habían logrado las provincias de Chota y Cutervo, en Cajamarca.
Esta iniciativa fue bien recibida por el alcalde siguiente Mauro Siles Arteaga García que en 1996 iniciaría a ejecutar la obra del coliseo cerrado, pero no en Sevilla sino en unos terrenos que habían sido comprados por el municipio a un costado del río Chico. La obra estaría lista a fines de su primer gobierno y dejaría que Adolfo Aliaga, quien retornó a la alcaldía en 1999, realice la lidia de toros en el reciente erguido Coliseo Cerrado Monumental.
Por tres años seguidos (1999 – 2001) los celendinos dejarían de asistir a la plaza de Sevilla, evitando construir el coso de madera y concurrirían a la nueva estructura construida para ver la corrida de toros, en donde hasta el Comité Pro Construcción del Templo Niño Dios de Pumarume asumiría el liderazgo en su organización. En este escenario se lidiaron astados traídos del Ecuador. Y no faltó algún incidente cuando los bravos saltaron al callejón, dejando a más de uno asustado.
Los defensores de las tradiciones de nuestro pueblo pondrían en la agenda política el retorno de la corrida a la plaza de Sevilla, por lo que en el 2002 la corrida de toros volvió a Sevilla, manteniéndose hasta la actualidad.
LA PRIMERA TORERA
Dato importante nos proporciona el maestro Javier Chávez Silva (Charrito) al mencionarnos que la primera mujer en debutar en la plaza de toros de Celendín fue la mundialmente conocida como Lola de España, cuyo nombre verdadero fue María Dolores Velásquez Álvarez, quien llegó como novillera allá en el año 1975, junto a Rafael Puga y Carlos Suárez.
En Sevilla se han presentado otras mujeres toreras, destacándose Rocío Morelli que llegó a Celendín como novillera en el año 2011 alzándose como triunfadora tras cortar dos orejas y salir a hombros de la plaza.
SUSPENSIÓN POR PROTESTAS ANTIMINERAS
Era el año 2012 y Celendín se movilizaba contra el Proyecto Conga. Corrían los primeros días de julio y la gente acataba un paro indefinido desde el mes de mayo. El 03 de julio, tras varios intentos de enfrentamiento, decenas de manifestantes desafiarían a las fuerzas del orden, desatando una batalla campal entre la plaza de armas y el Coliseo Cerrado. Al caer la tarde, cuatro muertos y la inmediata declaratoria del Estado de Emergencia por treinta días, obligaron a suspender toda celebración patronal de ese entonces, pese a los avances que presentaba la organización de los festejos taurinos, retomándose al año siguiente.
LOS DOS AÑOS DE PANDEMIA
La covid-19 también obligó durante dos largos años la suspensión de toda celebración taurina en Celendín. Durante el 2020 y 2021 las actividades patronales de nuestra provincia se suspendieron en su totalidad, a consecuencia del estado de emergencia sanitario que se declaró a nivel nacional y el distanciamiento social obligatorio que rigió en todos los rincones de la patria. Nuestra tradicional fiesta brava retorna el presente año, en medio de creciente expectativa de la afición taurina. ¡Olé Celendín 2022!
TRES SIGLOS QUE MARCARON NUESTRA HISTORIA
En las postrimerías de nuestra historia, todos los años desde el 30 de julio al 03 de agosto, el principal espectáculo de la festividad en honor a la Patrona de Celendín, la Santísima Virgen del Carmen, lo constituye la feria taurina con corridas de toros donde se lidian de tres a cuatro ejemplares por tarde, adquiridos de las mejores ganaderías del Perú y por pocas oportunidades del extranjero. Los bravíos astados son toreados a muerte por sendas cuadrillas de diestros conformadas generalmente por matadores españoles, mejicanos, venezolanos y peruanos, que en reñidas faenas se disputarán el más valioso trofeo en reconocimiento a su destreza y arte: el Escapulario de la Virgen del Carmen.
La peculiaridad de la feria es la confección de un gigantesco ruedo hecho de madera y único en su género como plaza taurina, estructura temporal que ocupa el escenario de la plaza pecuaria de “Sevilla” y que cada tarde alberga en 100 sitios a más de 13 mil aficionados de la tauromaquia.
La monumental estructura se construye levantando tabladillos de cuatro metros cuadrados cada uno, sólidamente unidos entre sí, a los que se les denomina “chaques”, palcos y sobre palcos, según el lugar que ocupan.
En la parte exterior al ruedo se ubican los ranchos llamados “toldos”, en los que se vende comida típica (cuyes, tamales, chicharrones, caldo de mondongo y de gallina) y toda clase de licores. Del mismo modo, hay juegos de salón (fulbito de mano, argollas, tiro al blanco, ruletas, etc.), a donde acude la gente a divertirse sino gusta del espectáculo taurino.
[Artículo publicado en la Revista Oígaste N° 10- Edición Julio 2022]