UNA SHILICA: BRÍGIDA SILVA DE OCHOA
Escribe Carmen Mc Evoy
En su momento, la ilustre educadora Elvira García y García señaló que “al constituirse la república” surgieron mujeres admirables que lucharon desde diferentes posiciones por liberarla del yugo español. Por ello, no resulta un mero ritual el reconocimiento público que el general José de San Martín hizo a un grupo de ellas. A seis meses de declarada la independencia, la Gaceta de Gobierno señaló que “el sexo más sensible naturalmente” debía de ser “el más patriota”, porque “el carácter tierno” de las relaciones femeninas con la sociedad predisponía una mayor cercanía “al país en que se nacía”. Es así como “el bello sexo del Perú”, caracterizado por sus “delicados sentimientos”, “no podía dejar de distinguirse por su decidido patriotismo” frente al “régimen de bronce”, refiriéndose al período que precedió a la declaración de independencia y que se caracterizó por sembrar el dolor y la desgracia entre los peruanos. Luego de prometer que esa “aflicción universal” no volvería al Perú, San Martín anunció que su gobierno deseaba distinguir el mérito de toda persona cuyo corazón había “suspirado sinceramente por la patria” mediante un decreto y una distinción especial: “Las patriotas que más se hayan distinguido por su adhesión a la causa de la independencia del Perú usarán el distintivo de una banda de seda bicolor, blanca y encarnada que baje del hombro izquierdo al costado derecho, donde se enlazará con una pequeña borla de oro, llevando hacia la mitad de la misma banda una medalla de oro con las armas del Estado en el anverso, y esta inscripción en el reverso: Al patriotismo de las más sensibles”.
¿Cuál fue la contribución específica de las mujeres durante la independencia? Y aquí no me refiero solamente a la participación de las treinta y tres mujeres premiadas por San Martín, quien envió una señal potente respecto al arquetipo de una guerra de hombres y por la fuerza, pues la labor de las mujeres que apostaron por la libertad visibilizó, como lo deja entrever el discurso sanmartiniano, una dimensión vinculada a la inteligencia y al amor incondicional por el terruño. Una serie de autores coinciden en señalar que las mujeres patriotas contribuyeron en labores de inteligencia: trasladando mensajes, realizando misiones de espionaje y repartiendo propaganda revolucionaria. Estas encomiables y peligrosas tareas, de las que Elvira García y García dio cuenta detallada, atravesaron a todas las clases sociales, por lo que es importante mencionar algunos nombres, como Manuela Estacio, involucrada en varios proyectos de conspiración, y Rosa Campusano, que buscó convencer a los oficiales realistas de que se unieran a los patriotas y cuya acción valerosa terminó en su encarcelamiento. También es preciso nombrar a Narcisa Arias de Saavedra y Lavalle, que recibió a las tropas de San Martín e incluso transformó su casa en un hospital, y a la iqueña Manuela Carbajal, quien donó su fortuna a la causa de la independencia y sirvió de vínculo entre la expedición libertadora y los patriotas. El caso de Dolores Vásquez, esclava de la hacienda de Santa Beatriz, muestra, por otro lado, que la causa de la libertad inspiró a los que carecían de ella, expresando la esperanza por una vida mejor, especialmente entre mujeres explotadas por un sistema patriarcal que era cruel e inhumano. Dolores y sus compañeros esclavos celebraron al ejército libertador dando “vivas a la patria” y quejándose a renglón seguido de un sistema “ajeno al carácter de humanidad y compasión” contra los pobres constantemente ultrajados.
¿Cómo hacemos para que la vida de las mujeres excepcionales no ensombrezca, sino, por el contrario, ilumine la de aquellas anónimas, como es el caso de Dolores Vásquez, entre otras? Esta pregunta, relacionada a la que se hace María Emma Mannarelli, historiadora peruana y especialista en estudios de género, es sumamente válida en vísperas de un aniversario más de la independencia del Perú. Aunque el verdadero objetivo de este escrito es visibilizar la labor de Brígida Silva de Ochoa, también lo es el buscar mostrar con su caso los esfuerzos de otras peruanas cuyas labores quedaron sepultadas en el olvido. El ejercicio es necesario, ya que las valientes acciones de la celebrada pueden resonar entre millones de mujeres contemporáneas que buscan nuevos “caminos de autonomía”, aquello que Mannarelli llama el sentido de la independencia personal y colectiva. En esa línea argumentativa, el homenaje es también a un grupo de mujeres patriotas que colaboraron desde sus respectivos espacios a la conquista de nuestra libertad, inicialmente acotada a lo masculino y a un campo estrictamente militar, sin dejar de explorar los elementos cívicos que las mujeres trajeron a la discusión que debe expandirse de cara al siglo XXI.
BRÍGIDA SILVA DE OCHOA
Brígida Silva (1767- 1840), formó parte de una familia simpatizante de la causa patriótica por la cual arriesgó incluso la vida. Uno de sus hermanos, Remigio Silva, estuvo implicado en la conspiración contra Abascal en 1809 y el otro, Mateo, promovió una Junta de Gobierno en el Cusco. Con el apoyo de su esposo, Francisco Ochoa Camargo, Brígida fue informante del frustrado levantamiento de Aguilar y Ubalde en la capital imperial. Esta labor, de llevar y traer comunicaciones de los patriotas, era sumamente peligrosa, ya que el virrey Abascal contaba con una red de espionaje sumamente eficiente. Sin embargo, debido a que su hijo se encontraba acuartelado en Santa Catalina sirviendo al ejército realista, Brígida prosiguió sus labores de espionaje, además del cuidado de prisioneros a los que llevaba consuelo, noticias y alimentos.
Los patriotas del Perú, entre ellos Brígida, no cesaban de remitir planes y cuantos datos creían necesarios para facilitar la empresa del general José de San Martín. “Acompañaban listas de todos los patriotas con quienes debía contar, se le indicaba los recursos y hasta se le mandaba los planos de los puertos y caletas por donde podían desembarcar”, recordó en su momento el historiador chileno Benjamín Vicuña Mackenna respecto al apoyo interno recibido por San Martín. Los patriotas se organizaron sigilosamente, redactando sus planes bajo la coordinación de Remigio Silva, hermano de Brígida. Ciertamente, la patriota peruana fue parte de una red de espías y “corresponsales sanmartinianos”. Vicuña le confiere el papel más relevante a uno de sus familiares más cercanos, el “prócer” limeño Silva, quien fue directamente implicado en la conspiración abortada para destituir a Abascal y liderada por su hermano Mateo Silva en 1809. Si bien no fue condenado como Mateo, que estuvo desterrado en un presidio, a Remigio Silva se le impuso el castigo de correr con las costas del juicio, circunstancia que explica la penuria económica que experimentó toda su familia. Es así como la conversión de Silva y de Brígida a la causa patriota tuvo su motivación inicial en la arbitrariedad de las autoridades españolas que personalmente experimentaron como núcleo familiar. El detonante definitivo de su apuesta por la separación se produjo en 1816, cuando, “por las consiguientes muertes de su padre y hermano”, Remigio y, agregamos, su hermana “se consagraron a trabajar con ahínco por la independencia”.
Brígida fue el enlace entre los patriotas y el coronel Torres en 1807. Su ayuda fue fundamental en la evasión del párroco de Sica, José Medina, después del fracaso del levantamiento en el Alto Perú, por el que su hijo menor, José Ochoa, fue conducido a prisión. Preservando la entereza que caracterizó a esta familia de patriotas, el hijo de Brígida no declaró el lugar donde se ocultaba su hermano José María Ochoa y los de doña Brígida. En 1810, ella transmitió la palabra de orden a Anchoris y al cura Tagle, un insigne patriota. Refiriéndose al amor a la causa libertaria de doña Brígida, Tagle aseveró: “Ojalá todas las de su sexo hubieran coadyuvado como ella a formar la opinión pública, el patriotismo acendrado y el odio profundo a la tiranía”. Más aún, la hermana de Remigio y Mateo sacrificó el último centavo de su fortuna para proporcionar víveres y vestidos a los prisioneros que visitaba, a pesar de las sospechas que podía provocar dicho comportamiento entre los detentadores del poder.
Declarada la independencia, la Junta de Purificación hizo evidente el gran servicio de Brígida a la causa emancipadora. Por decreto del 11 de enero de 1822, el general José de San Martín la declaró públicamente como “hija de la Patria” y se le concedió un diploma, que destacó sus virtudes y compromiso para con la independencia, y la consiguiente “divisa del patriotismo”. Doña Brígida falleció en Lima a una edad avanzada, rodeada del respeto de sus conciudadanos, aunque empobrecida, sin lograr cobrar puntualmente la pensión de treinta pesos que el gobierno le prometió.
[Artículo publicado en la Revista Oígaste N° 10- Edición Julio 2022]