Autor: Juan Carlos Castañeda Cruz – JUANCA.

En un camino antiguo,

de fabulosa existencia,

donde el soplo del alma

se convierte en viento;

y el viento, hace escuchar su lamento.

En un atardecer,

y ante el serpenteo que se eleva

llega un jinete,

sobre un caballo y con sombrero,

con temeroso paso, palpitante y sudoroso

porque se acerca, a su tierra santa.

Va cargado de recuerdos, de emociones

fuertes, marcadas por los hechos

que un día lo hizo feliz y

desgraciado a la vez.

Mira entonces el camino,

siente el resplandeciente sol,

que llega a las fibras de sus entrañas,

siente que no hay reparo

el daño está hecho.

Baja del caballo, saca el calero,

y mastica coca

para esperar, la oscuridad, que desola la tierra,

cerca de su tierra santa,

y con nervioso sosiego

los cansados ojos, cierra.

De pronto, cual rayo que traspasa la roca

llega el recuerdo infeliz,

se mira el alma y se toca el pecho

“Hoy es el día querido pueblo”

exclama, en su impaciente espera.

Se oyen los cascos de caballos

que retumban en el eco

de la iniciada noche,

sigiloso, finge una nocturna calma,

presiente que puede dormir

en el sueño sin fin,

piensa en su pueblo ayer feliz,

y en la belleza de la niña

por quien lamenta su vivir.

Eran dos, hijos del miserable

que un día humilló a su madre

cuando esta pedía clemencia,

para que no la ultraje.

Penetrante y casi sereno

se paró frente a ellos

con la alegría y tristeza de un hombre,

recibió como respuesta,

una descarga que rozó su pecho.

Testigo era el viento de la noche

que en este camino sonaba.

Sacaron brillosas linternas,

Le iluminaron el rostro, en sus claros ojos,

“Ha llegado tu fin” con rencorosa voz le dijeron.

De pronto, sonaron dos disparos,

que retumbaron los cerros,

dos cuerpos cayeron

con suerte importuna

aún con vida y con desdichado consuelo, escucharon:

“Simplemente cobré el honor de mi madre,

cuando el desgraciado de su padre

partió mi pecho y la llenó de penas mías.

Planchó mi rostro cuando le increpé el hecho,

y como era mísero y pobre de sentimientos,

me hirió cuando dijo injurias a mi madre.

A mi madre, que no sé cómo estaba,

dizqué en venganza,

de mi amor por ella,

de quien decía que era su padre,

y que no quería verme con ella.

Nuevamente la insultó, la degradó,

no aguanté más,

ante lo escabroso que veía y sentía,

cogí el machete,

le partí en pedazos,

no pude contenerme,

me hervía la sangre,

lloré hasta olvidar mi nombre”.

Dos cuerpos inertes expiraron.

Da la vuelta el mismo jinete,

por un sendero, ya fugitivo

recordando a su pueblo,

idolatrando un cariño,

evoca el rostro de quien quiso, y ve en él,

un sentimiento helado, que marca la cicatriz del tiempo,

llora por su madre,

de quien su historia no es de encanto,

y no sabe ya, si es calma o llanto,

el cegado tiempo, que endureció su alma.

(*) Celendino de nacimiento, docente de la especialidad de Comunicación, con experiencia docente en el colegio Nuestra Señora del Carmen; Coronel Cortegana; ISPP” Arístides Merino Merino”; Coordinador de la Universidad Pedro Ruiz Gallo – Sede Celendín; Especialista en la UGEL Celendín, con Maestría concluida en Docencia e Investigación; entre otros cargos en la administración pública.

[Artículo publicado en la Revista Oígaste N° 001 – Edición julio de 2019]

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