Por: Gary Roger Silva Rabanal.
Yo soy el indio Mayta,
serranito de junto al cielo,
tengo la piel mestiza
tostada por el inti Tayta.
Mi mama, bendita campesina
millca los frutos de la tierra
que un día mi tayta
con su yunta sembrara.
Yo soy el hijo del viento,
heredero del musical silbido
domador de bestias y
morador del rinconcito del cielo.
En mi pecho ancho como la puna
suena el canto del pucus-pucus
que fuera destronao sin consuelo
por el gallo del invasor hispano.
En las noches preñadas de estrellas
me vuelvo romántico
cultor del verso florido y
de la copla con sabor a huayno.
En las claroscuras madrugadas
los wiracochas con sus biruchos
cantan con sentimiento “la indiecita”,
cantan jubilosos “la matarina”.
Llegada la sequía a la sierra
resbalaban mis patas a la costa
acollonaban la caña mis callosas manos y
junto al cansancio nació “el serranito”.
De regreso a mi tierra celendina,
con el ansho al hombro
el viento guardaba en sus entrañas
el sabor innegable del choclito y la cashpita.
En el sosiego solitario,
sentí que la vida no vale nada,
¡oh! la vida es un silulo
cuando Mayta canta su carnaval.
Usha, la templadera ciega llegó
los sueños entrecortaos,
muspaba casi endiablao,
¿Carolina, dónde está mi china Carolina?
En todas esas etapas de la vida
mi Celendín está presente,
el Ande camina conmigo,
engalanando sus empinadas crestas.
He cantao siempre,
despreciao por mi procedencia
seguiré cantando las cosas del ande
mientras tayta Dios me lo mande. Usha.
[Artículo publicado en la Revista Oígaste N° 005 – Edición septiembre 2020]