Por: Eler Alcántara Rojas

Constituye unas de las manifestaciones de fe católica más importante de nuestro pueblo. En Celendín la festividad de Corpus Christi, no solo celebra la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, sino que esta religiosidad se combina con el paganismo de las diferentes comunidades, que mediante sus danzas reflejan parte de su tradición y cultura. Su origen data después de la conquista española. Para el estudioso Daniel Quirós Amayo, fueron los Chilchos (época incaica) quienes introdujeron los primeros pasos de la danza, conocida –hoy por hoy- como “La Guayabina”. En la actualidad llega a ser una de las más costumbristas tradiciones.

ORIGEN:

Según Quirós Amayo, el inicio de las populares danzas que se hacen presente durante la fiesta de Corpus se remonta al siglo XIV y XV cuando los españoles se aventuraron a la conquista del nuevo mundo y en el Perú gobernaban los últimos monarcas incas. Así, afirma que “los Chilchos no son otros que los maichilchos o danzantes que utilizaban maichiles en la pantorrilla para bailar el paso de la culebra”. Agrega que fueron éstos quienes introdujeron la danza “La Guayabina” o “danza de los maichilchos”. De allí procede el vernacular paso de la culebra, que proviene del Marañón y tiene prosapia chavínica. Los Chilchos no serían otros que los indios guayabinos, quienes por generaciones han danzado en la hacienda de don Pedro Mejía Zegarra, otrora hacienda “El Limón”.

Tal versión se complementa con los orígenes de “La Guayabina”. Don Manuel Silva Rabanal, asegura que el surgimiento de esta costumbrista danza nace en la hacienda de “Las Guayabas”, hoy El Limón, donde los primeros pobladores (aborígenes) colonizados le siguieron rindiendo culto a sus tótems. Una de estas deidades fue la serpiente, a la que adoraban protagonizando la “danza de la culebra”, acompañada de atuendos singulares que incluían la utilización de maichiles en las pantorrillas.

Los hacendados que necesitaban de la mano de obra, para atraer a los indígenas, los hicieron partícipes de la veneración y festejos, tanto de Santa Rosa de Lima y del patrón San Juan Bautista, encontrando respuesta de los convocados que no solo se organizaron para seguir danzando, sino que también desarrollaban mayordomías.

Trascendió que la hacienda cayó en manos del terrateniente Pedro Mejía Zegarra e inmediatamente éste advirtió a sus lacayos que se perdían muchos días en labores agrícolas por la dedicación a las fiestas religiosas, por lo que la limitó a un solo día, ocasionando una protesta generalizada y un desacuerdo descomunal. Los obreros se revelarían con el hacendado y sustrajeron estas imágenes hasta la zona de “La Tranca”, hoy Santa Rosa (de donde eran oriundos) y siguieron practicando sus peculiares pasos.

Años más tarde, los pueblos cercanos a la capital provincial, concertarían reunir anualmente a sus santos patrones para fortalecer aún más los vínculos religiosos. La denominada “Cita de los Santos” se cumplía cada año en un pueblo diferente hasta que, en 1857 el reciente ascendido alcalde de Sucre (pueblo anfitrión del evento), José María de Silva, convocó a la congregación de efigies sin imaginar que sería el fin de esta costumbre. El carácter imperativo del alcalde le originaría algunas denuncias ante el Juez de Paz de Celendín y el posterior compromiso de no hacer más la “Cita de los Santos”.

Más adelante (1887) en la capital provincial los ritos católicos se comenzaron a entremezclar con el homenaje pagano que en comunidades les rendían a los patrones de sus caseríos y la festividad religiosa costumbrista empezaría a tomar forma.

SIGNIFICADO:

Las danzas costumbristas de Corpus Christi representan las distintas faenas agrícolas en el campo. El par de toros que no son otra cosa más que imitación de bovinos a base de madera y carrizos a los que se les forra con telas de vivos colores, simbolizan la fuerza del trabajo; el “viejo” y la “vieja”, ambos danzantes varones que se visten de acuerdo al protagonismo que toman, inculcan una imagen de un hogar campesino; mientras que los bailarines personifican a nuestros hermanos campesinos que labran la tierra de donde extraen sus frutos para su sobrevivencia.

Decía el destacado escritor Jorge W. Izquierdo, que en el fondo “son la única expresión típico – religiosa, musical y coreográfica auténticamente celendina”, por lo que es nuestro deber revalorarlo, respetando la identidad de cada pueblo que por generaciones mantiene vigente su folclore, su cultura y su arte.

[Artículo publicado en la Revista Oígaste N° 001 – Edición julio de 2019]

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