Por: Jorge Wilson Izquierdo Cachay.
Sin analizar demasiado la vida y obra del gran novelista Ciro Alegría, emerge una relación que nos acerca a él o lo acerca a nosotros, inmediatos habitantes del coloso Marañón.
Mientras por una parte su bisabuelo materno, don Buenaventura Bazán, fue celendino, por otra tenemos su corto tránsito en esta ciudad cuando la dictadura de 1932, que, dada su filiación política de entonces, lo obligó fugar a Huamachuco, a Shicún, y con su tío Néstor de un tirón hasta Calemar. De allí continuaron a Bambamarca y Cajamarquilla (hoy Bolívar), de donde pensaban salir al Ecuador. Escapando de las garras de la gendarmería, lograron llegar a Jecumbuy. En esa marcha sacrificada, con pobres revólveres al cinto, trasponen el límite de la provincia de Celendín y llegando a Sucre son reducidos en una de sus quebradas.
Mucho antes de lo relatado, don Félix Zamora Pereyra, en un esfuerzo periodístico cuenta que una vez en compañía de su padre, por falta de pastos para sus acémilas. En eso, un joven salió a preguntar de donde eran (- De Celendín) y el motivo de su viaje (- Vendemos algunos artículos) a lo que intercedió para que les dieran hospicio. Descargaron y más tarde el joven les refirió conocer a universitarios celendinos en Trujillo. Era Giro Alegría.
Por la conjunción de tantas circunstancias indudables a Ciro Alegría se le impregnó Celendín. De allí que en sus memorias realiza una exultante referencia de este pequeño cielo y de sus gentes por la “nobleza de corazones bien puestos”, siendo en su concepto muchas de ellas “personajes para novelas”.
La cárcel de Celendín, por entonces funcionaba en lo que es hoy el local municipal. Desterrado a Chile en 1934, batalla dando forma a su primera novela “La Serpiente de Oro” que triunfa en el Concurso Nascimento en 1935. En dicha obra se intercalan diez sabrosas referencias a nosotros. Así: “Los más fregaos son los celendinos. ¡Ah, condenaos cristianos! Esos shilicos po véndele sus sombreros a tuel mundo siandan más que sea Con tuel invierno encima”. También asignándoles lo de “pata en el suelo y bolsico lleno”, o cuando en sus puestos de venta “blanquean sombreros” aparte de otras baratijas. Al mismo tiempo declina un especial gesto de protección cuando el teniente gobernador de Calemar vigila “que los celendinos no sufran hurtos”. Y Abdón “busca siempre esa posada. El sabrá…”, dice de otro celendino o recuerda “los bastones de Chonta” del mismo personaje. En otro momento al referirse a pasar al otro lado del río, aparece el “comerciante celendino” y aún en el último capítulo sigue con su presencia de viajero impenitente.
“La Serpiente de Oro” se desenvuelve en Calemar, valle del río Marañón: como personajes los balseros de cuyo trabajo viven, pese a las veleidades del río y climáticas. Son sencillos y mágicos en cierta forma, premunidos al gran desafío del hombre a la naturaleza. Y por allí llegó un ingeniero limeño tras los lavaderos de oro para montar una gran empresa, pero murió mordido por una víbora. La trama es absorbente, amarga a veces, con una estética admirable.
En 1959, después de 23 años de haber estado fuera del Perú, en un prólogo menciona a “los comerciantes celendinos, esos típicos shilicos buhoneros, que iban y volvían a menudo”, quienes le habían contado historias que volcó en novelas como la mencionada. En 1971 termina su novela corta “Siempre hay Caminos”, empezada en Chile y terminada de escribir en Lima. Integró “La Ofrenda de Piedra” en 1968, publicada póstumamente. No por exageración ni conveniencia, en tan sólo 81 páginas de “Siempre hay Caminos”, ha plasmado Ciro Alegría su obra maestra: un admirable trabajo estilístico con gran autenticidad vernácula. Sin embargo, “Siempre hay Caminos”, que trata de un celendino “que ama el campo abierto que se alimenta de distancias”, pasó desapercibida pese a que había personificado a un prototipo de la sierra norte del Perú. El hecho de haber elegido Ciro Alegría una trama de nuestro medio, induce a no regatear el mérito de que Celendín estaba en su corazón ansioso de enaltecerlo.
Mucho más tarde la novela “Los Perros Hambrientos”, es cinematografiada por Luis Figueroa, que tanto público ganó dentro y fuera del país. Lima celebró el eastmancolor con sugestivos paisajes de Pariamarca, riberas del Marañón, Cajamarca, Celendín, etc. Y algo muy del agrado de Ciro, habría sido esa escena filmada precisamente aquí en nuestra Av. El Cumbe, la mañana del 11 de octubre de 1975. Allí aparecen los reconocibles habitantes, los techos angulosos en desafío a los inviernos, quedando detrás de los protagonistas que irrumpieron encabellados con la briosidad de los años 20.
La Ed. Espasa Calpe, ha lanzado en edición de lujo 7 novelas de Ciro Alegría, encabezadas por “El Mundo es Ancho y Ajeno” con prólogo de Mario Vargas Llosa, sumándose, precisamente, “Siempre hay Caminos” al lado de “La Serpiente de Oro”, “Los Perros Hambrientos”, “El Dilema de Krause” y “El Hombre que era Amigo de la Noche”. Alegría es considerado el Padre de la Corriente Indigenista y uno de los narradores latinoamericanos más traducidos.
La relación Ciro Alegría — Celendín, parece prolongarse en forma indefinida y, como muestra de sincero reconocimiento, cuando el Concejo Provincial de esta ciudad reestructure los nombres de jirones, sugerimos respetuosamente, que uno lleve el nombre de Ciro Alegría, en honor y homenaje a quien, con prosa monumental, ha llevado nuestras características a muchos idiomas. y a muchos escenarios del mundo. Auténticamente trotamundos: “shilico pata fría”, “shilico pata calata” y “shilico pateperro”. STOP.
[Artículo publicado en la Revista Oígaste N° 002 – Edición septiembre 2019]