Por: Jorge Wilson Izquierdo Cachay.
En penumbrar tangente y triste, aventura: “¡Pareces evitarme, pese a que eres mi razón de ser!” Que temió perderme cuando con las rondas enfrentamos a los subversivos. Conmigo sólo apretujaba un pesar corrugado y, casada en Tingo María (Huánuco), llega su primogénita y pasa más años por allí. Horribles clima, insectos, arañas y reptiles venenosos. Su marido – así se refiere a él – es de Saposoa (San Martín), arquitecto civil. Los terrucos a sus padres los despojaron y los militares, disfrazados de aquellos, otro tanto, y sin poder repelerlos.
Los juicios populares buscaban eliminar sospechosos; los desplazados huyendo de la muerte, iban a otra muerte, y a los cadáveres atados a piedras, arrojaban al río para que no flotasen, o eran desmembrados entre alaridos, obligados a declarar lo que no sabían… A su suegro le atacó una parálisis diabética, fue carga para él y su familia. “Sufren los que no trabajan” sentenciaba, pero comprobó que sin paz nada es posible. Somos víctimas del latrocinio y cupos, no hay ni para pan, peor para vestido, salud y educación. Somos pasto de la voracidad y de las enfermedades; que al sarro ancestral sólo es posible repudiar; injusticia excluye, humilla y enfurece ante los demonios de carne y hueso. El paria es sebo, cecina y cacerola, ante el cómplice silencio de tantos pastores de almas. Así lo comprendió, gracias a su propia desdicha.
Con Micaela y sus dos hermanas, vamos por un café con humitas y allí remueve que debí llevarla en aquellos años o ella habérmelo pedido, pero el destino que no lo permitió, ahora se empeña en hacerlo. Que ha venido solamente por su abuelita y por mí, y ¡ojalá no la busque si voy a Lima, allí me raptará no sabe a dónde! Y resurge la ojerosa pregunta ¿qué pasó la segunda vez que se fue, y resultó casada?
Agosto 20, va con Dahil. ¡Ya volvemos! y hago un adiós manual. La recuerdo delgadilla, princesa incaica y aire de gitana. Su mirar tristón y vehemente, su voz un juego vocabular o un bandal de golondrinas:
«Porque tu amor es mi espina
por las cuatro esquinas
hablan de los dos…
Y viértese la magia de ritmos en espera de un alba sin anochecer, Sarita Montiel:
«Como aves precursoras
de primavera
en Madrid aparecen
las violeteras…»
De esas abstracciones, vuelvo, al entrar un amigo que nos vio al pasar, recién llegado del
VRAEM (Valle de los ríos Apurímac, Ene y Mantaro) zona roja y narca.
– ¡Hola, hola! -da la mano y le invitamos a estar con nosotros.
– !Gracias!
– ¿Qué novedades de allá?
– Muchas, pero lamentables; ya no es vida, no hay paz, como se dice, ni en la para ni en el suelo.
– Cuenta de eso Milciades -, se interesa Micaela.
– Ya van 20 años de martirio popular, sangre, destrucción y muerte.
– Pero ¿y el Estado? – tercia Dahil
– Es una merienda de negros: jueces y fiscales sentencian encapuchados.
– ¿Y no hay resguardo?
– En Uchiza cayeron 18 policías en un ataque sorpresivo. En Madre Mía al río Huallaga, los militares arrojan cadáveres atados a piedras. Nadie cree en nadie, sufren atrocidades los inocentes e indefensos campesinos. Las balaceras sobrecogen al silencio y llegan al 85% los muertos en esos ataques que suenan a ultratumba.
– ¿Y qué daños más? – pregunto.
– Derriban torres eléctricas, puentes, comisarías, extorsionan, que sufre y paga el pueblo. Emboscan a patrullas y las tapan en fosas comunes, en fin…
– ¿Y los escuadrones de la muerte? -interviene Miqui.
– Son para peor. Los niños ven torturar y que matan a sus padres, hermanos y a otros conocidos y familiares, públicamente por nada y arrodillados.
– Se dice las mujeres sufren demasiado.
– ¡Ah, sí! -asiente Milciades-. Las hacen abortar continuamente y obligan al servicio sexual, por lo que a esos hijos ponen cualquier apellido o el apodo de los cachacos. Por alguna chica desventurada o grupo de ellas, pasa la tropa a su antojo.
– ¿Qué tensión maldita, no? -suspira Layzó que ha escuchado callada.
– Sí; por doquier verdugos: soldados, terrucos, narcos y hasta los propios hermanos ronderos, traicionan a los comités de autodefensa— concluye Milciades.
-.-
– ¡En la fiesta! -reitera Miqui, por las nupcias de una prima suya. Su hija Marilyn, azafata internacional, Dafné, diseñadora, y el varón, Leonard, en la marina de guerra. Y ella todavía en sí misma, de cepa floripondial. ¡En la fiesta!
Esta noche, asida a mí disuade el qué dirán. Pide un corrido que rubrican aplausos tras aplausos tras bailarlo solos, porque el resto de parejas nos abrieron cancha. En ese patiazo ya inexistente, se entretejían luces, parabienes, risas y salúes. Un remanso de ser, cuando en mi solapa fija un recordatorio para mí.
Iríamos después a la cascada Langascocha, un paraje de trinos y azulías, cipreses, alcanfores y muy allá la carretera por donde irá de nuevo; mas, un aguaceral truncó la salida en plena primavera… Antier unas fotos: sus hijas, dos monumentos aurorales; su automóvil cero kilómetros. Que irá a Miami y copó su risa, cuando canté:
“¡Miquita, Miquita, de mi corazón
por más que te quise
me hiciste traición
con ese bandido
con ese ladrón,
con ese asesino roba corazón!”
Cogiendo mi anular le pone un aro, y lo rehúso; si no lo aceptas lo tiro al techo, y como era capaz de hacerlo, ganó… Una noche pregunta por las luces solitarias en Jelij: son nuestros corazones, le bromeo. ¡Ah qué bonito! subrayó. Le explico tratarse de las torres televisivas. ¡No las olvidaré! Dice y propone despedirnos de pie. ¡Abrázame muy fuerte! Y lanzándose a mí, evoco a Neftalí Reyes:
“Cómo pudiste contenerme
en la tierra de tu alma
y en la cruz de tus brazos”.
Después viajó Layzó, llevando para ella un sobre de sueños inconclusos… Y la llamo una tarde como quien pela papa. Contesta una voz masculina y cuelgo. Punto Final.
[Artículo publicado en la Revista Oígaste N° 002 – Edición septiembre 2019]