Por: Gary Roger Silva Rabanal.

En el común de la sociedad la concepción de “enseñar para la vida” se reduce a una condición mínima de aprender “algo”, tal vez un arte u oficio que permita a los egresados de una institución educativa, subsistir en el seno de alguna comunidad, y convencidos quizás que estas actividades son poco competitivas y trascendentes en este mundo globalizado. Cabe entonces preguntarse ¿Qué significado tiene la expresión “enseñar para la vida”? ¿Qué relación tiene con la propuesta educativa de trabajar pedagógicamente por el desarrollo de las competencias de los estudiantes? ¿Cuál es el compromiso de los directivos de las instituciones que administran la educación? ¿Los decisores que proponen los currículos de la nación, tienen hijos docentes o formándose para ejercer esta actividad? ¿Cuáles son las demandas de los sectores opositores al gobierno de turno? ¿Cómo desde nuestra condición de profesionales de la educación hemos difundido entre nuestros estudiantes e hijos el valor de ser “profesor”?

La acepción de enseñar para la vida da la impresión de haber sido minimizada por una gran parte de los sujetos que conviven dentro de las comunidades educativas, así, por ejemplo, creen que los estudiantes que terminan satisfactoriamente su “cole” están habilitados para postular a un centro de educación superior universitaria; sin embargo, nadie garantiza el ingreso, ni menos su permanencia hasta culminar los ciclos académicos. Esta realidad motiva a los educadores a realizar un “combinadito” entre la trasmisión de conocimientos y la propuesta de construir ciudadanos altamente competitivos. Pero, el combinadito responde de manera indirecta a la existencia de las academias, serviles estas a quienes administran los centros superiores de educación. Combinadito entre las necesidades e intereses de los pueblos y los intereses económicos de los grupos de poder enquistados en los centros universitarios estatales.

Enseñar para la vida, no son solo cuatro palabras, en su esencia misma busca lograr que nuestros estudiantes “Sean felices en todos los sentidos. Significa sentirse bien con uno mismo y tener una vida en la que se desarrollen todos sus talentos; ser autónomo, tener iniciativa emprendedora; ser participativo, tener espíritu crítico; ser creativo e innovador; ser colaborativo”. Frente a esto los profesores del siglo XXI, necesitamos convertirnos en verdaderos formadores de ciudadanos, capaces de leer los contextos locales y globales que nos rodean y de responder a los retos de este tiempo. El nuevo profesor tiene que ser un mediador y facilitador que domina su área científica y que, a través de metodologías activas, ofrece las herramientas necesarias para que los estudiantes comprendan el mundo desde diversos lenguajes, aprendan a vivir con los demás y sean productivos.

Son muchas las maneras en que podríamos referirnos a la tarea de “enseñar para la vida”, dedicando tiempo y paciencia para generar el mayor número de sinapsis en las estructuras mentales de nuestros estudiantes y esto como producto del pensar y de la aprehensión de las ideas. Seguir con lo planteado por Delors, J.: “La educación debe estructurarse en torno a cuatro aprendizajes fundamentales que en el transcurso de la vida serán para cada persona, en cierto sentido, los pilares del conocimiento: aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a vivir juntos y, por último, aprender a ser”. Por supuesto, estas cuatro vías del saber convergen en una sola, ya que hay entre ellas múltiples puntos de contacto, coincidencia e intercambio.

En esta tarea de enseñar para la vida se presentan decisiones y contradicciones educativas, sabido es que necesitamos hacer de nuestros estudiantes hombres de bien, ciudadanos probos, grandes profesionales, buenos profesores, etc. Consecuentemente seguimos utilizando las mismas estrategias, seguimos la tradición del soldado “todo lo que han hecho conmigo, tengo que hacerlo con los demás” y allí están los nuevos seres humanos del siglo XXI, incrustados en una silla, sentados en columnas, en silencio, copiando, recortando y pegando figuritas, marchando y hasta, a veces, rezando  a la manera de quién tiene el poder; luego de todo ese proceso seguido responden un conjunto de preguntas diseñadas intencionalmente para conocer quiénes deben ser considerados como mejores; actos como estos contradicen en mucho a las teorías de las inteligencias múltiples, constructivista, construccionista, inteligencia emocional, neurociencia, espiritualista, entre otras.

Siendo nuestra preocupación la enseñanza para la vida, algunas veces desde nuestra condición de profesor o administrador de alguna institución educativa, hemos preguntado algunas veces a nuestros estudiantes acerca de sus intenciones profesionales y tal vez mostramos orgullo (que no está mal) cuando hacían alusión a la medicina, derecho, ingenierías o ciencias contables y es posible que indirectamente hayamos inducido a los futuros profesionales para evitar elegir la carrera de profesor, nuestros argumentos pasaban por quejarnos de los malos sueldos, las promesas incumplidas del Estado o simplemente la frustración de no conseguir algo más que esta labor digna que ofrecemos a nuestros niños y adolescentes. Es cierto también, que nuestra condición de profesor haya sido enaltecida en algunas circunstancias como cuando se ganó un concurso, se obtuvo un ascenso de escala, en los momentos de huelgas o quién sabe apegados a un favor o interés político-partidarista.  Al igual que nosotros, la realidad de quienes administran las altas y complejas direcciones de educación, debe ser muy parecida, viven negando a sus propios hijos el desempeñarse como profesores y reducir el nombre de maestro a un sencillo poema “maestrito de pueblo”.

Nuestros estudiantes, así como nosotros en una etapa pasada de nuestra vida nos habíamos ganado la denominación de rebeldes. ¿Por qué? Sencillamente por contradecir las formas educativas que se imparten en las aulas: los pasos orales de 2 o 3 preguntas, pruebas escritas de 10 preguntas o 4 problemas matemáticos, trabajos domiciliarios de algún autor conocido y cuyo texto estaba en manos de nuestro docente. Hoy estamos frente a nuevas exigencias, nuestros estudiantes requieren nuevas estrategias con nuevos instrumentos de enseñanza. Es posible que estén hartos de repetir de memoria el significado de los conceptos éticos, hartos de llenar hoja tras hoja de los cuadernos y encima adornarlas cómo si se tratara de las viejas enciclopedias. Nuestros escolares necesitan ver y sentir las actuaciones de la verdad, justicia, solidaridad, necesitan manifestar la verdadera expresión del amor que Dios nos ha regalado y como tal, Dios no sea la justificación de la muerte y castigo; por ejemplo, “estaba enfermito y por eso se lo llevó”, “era tan malo que Dios lo castigó”. Los nuevos humanos del siglo XXI necesitan acciones positivas de todos los sujetos en favor de la sociedad, necesitan romper el encierro de las clases en cuatro paredes y recobrar su libertad como muestra del valor de la vida y la significatividad de las distintas formas de aprender.

Pero, como todo no es color de rosa, un buen sector de los profesores del Perú han venido exigiendo a los gobiernos  “un trato digno a todo el magisterio”, estén estos en actividad o jubilados, el reclamo pasa por una igualdad de haberes y oportunidades de trabajo con el sector más inmediato como la Policía Nacional, el pago de la deuda social, equidad en las gratificaciones, reubicación inmediata por enfermedades terminales, jubilación prudencial a los 60 años o en su defecto al término  de 30 años de servicio, políticas de racionalización efectivas, permanentes capacitaciones de calidad y evaluación de carácter formativo y no punitivo. Estas y otras demandas que se encuentran en los pliegos de reclamos presentado ante las autoridades ministeriales. Se exige además una Ley propia para la educación, que brinde mejor atención a los estudiantes; por ejemplo, dotar con profesionales de psicología, administradores, enfermería, entre otros; construcción de infraestructura acorde con las demandas del presente siglo y ambientes para los docentes a imitación de las casas comunales, sobre todo en las zonas rurales. 

Así que, la tarea o respuesta a la enseñanza para la vida pasa en primer lugar por la respuesta que debe dar el Estado a las demandas del magisterio, sabiendo que no se podría avanzar en educación si el Estado no anticipa los conflictos educacionales; en segundo lugar, ambos grupos deben contribuir con sus esfuerzos a la formación plena de las personas, capaces de enriquecer y desarrollar sus facultades mentales, su capacidad física, el respeto a sí mismo y al espacio donde se desarrollan. A partir de aquí podríamos comprender nuestra misión, centrada en el ejemplo y respondiendo positivamente al mandato del Currículo Nacional 2016. La enseñanza para la vida debe constituir un reto para los propios profesores, por ejemplo, cuando a nuestros estudiantes se les indica escribir un ensayo, tácitamente el educador estará con mayor ventaja en la producción de los textos argumentativos o cuando se les indica que deben presentar su informe científico, el docente del área habrá desarrollado su propio ejemplar. Parece que este reto de trabajar por competencias en las aulas, se puede sintetizar en el viejo dicho “ojo al guía” y como no hay dicho ocioso, debemos pasar de las grandes ideas a la pequeña tarea. Comprender que enseñar para la vida, es mucho más que preparar para ingresar a una universidad, significa vivir como verdadero ciudadano dentro de una comunidad, desarrollar las capacidades humanas en los centros superiores de educación y emigrar fortalecido éticamente para adecuarse a las exigencias de la sociedad o como siempre transmití a mis estudiantes: “ser calidad para servir mejor, que la recompensa viene por añadidura”. Enseñar para la vida debe promover el crecimiento del grupo: docentes, padres y madres de familia, autoridades y demás personas involucradas con la educación; sí y solo así podremos darle a Celendín y al mundo una nueva sociedad.

[Artículo publicado en la Revista Oígaste N° 003 – Edición diciembre 2019]

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