De filosofía, literatura y escritores comprometidos
Escribe: Félix Aliaga – UNMSM.
Celendín se engalana con sus 158 años de creación política y el presente escrito pretende ser un homenaje a la tierra que nos vio nacer, tierra a la que se arroja nuestra conciencia, depositaria de valores, de nuestro ser; y qué mejor, recordando a la población que la ha habitado en las diversas fronteras del tiempo, y en especial a los personajes que la han trascendido, tratando de enunciar las obras en las que encontramos la expresión de una actitud filosófica.
Quienes han elaborado tratados sobre filósofos en la historia, considerando algunos nombres y soslayando otros, han expuesto -en realidad- implícitamente su definición sobre la filosofía; solo con la tarea previa de cómo la entendemos es que podemos aludir a quiénes consideraríamos filósofos o que su obra haya sido una expresión de la misma.
El escritor, poeta y ensayista francés Paul Valéry veía a la filosofía como una práctica de la escritura y, en consecuencia, como una subcategoría de la literatura; inspirado en él, el filósofo francés de origen argelino Jacques Derrida declara que hay que estudiar los textos filosóficos como textos literarios, la filosofía -en suma- es un género literario. Se nos viene a la mente El Banquete de Platón, los Aforismos de Schopenhauer, Así habló Zaratustra de Nietzsche, Diario de un seductor de Søren Kierkegaard, La Náusea de Sartre, La Niebla de Unamuno, las célebres Ficciones de Borges, los 07 Ensayos de nuestro amauta, los Poemas Humanos de Vallejo, entre la inmensidad de obras, cuyos tintes se funden entre lo filosófico y lo literario.
Busca el arte la perfección, crea la escritura otros mundos; y la filosofía es la eterna búsqueda de la verdad, la absoluta, la perfecta. En ese sentido una literatura filosófica tiene la cualidad de su profundidad, de su peso; distando de ella, lo contrario, su liviandad, ligereza, banalidad y frivolidad, caracteres de la literatura en un mundo líquido en términos de Zygmunt Bauman, típica de la civilización del espectáculo, donde divertirse, escapar del aburrimiento, es la pasión universal. Así difiere de considerarse bajo la categoría de literatura filosófica a la literatura light, la que da impresión cómoda al lector, y al espectador, de ser culto, revolucionario, moderno, y de estar a la vanguardia, con el mínimo esfuerzo intelectual, del cual nos habla Vargas Llosa en su obra “La civilización del espectáculo”.
El sentido de la literatura filosófica va más allá de crear mundos o de especular sobre la realidad, Carlos Marx escribiría en la Tesis XI sobre Feuerbach: “los filósofos solo han interpretado diversamente el mundo; de lo que se trataría es de transformarlo”. Para considerar cierta obra literaria dentro de una expresión o categoría filosófica deberá reunir fuera de lo estético, una cuestión moral, la idea sartreana del escritor comprometido con su tiempo, escribimos para proyectarnos al mundo, no hay escape. En la revista Les Temps Modernes, fundada por Sartre y Simone de Beauvoir, en su primer número, anunciaban: “Todos los escritores de origen burgués han conocido la tentación de la irresponsabilidad (…). Los que hacemos Les Temps Modernes no queremos vacilar con respecto a los tiempos en que vivimos. Nuestra intención es influir en la sociedad en la que vivimos”. No hablar es hablar, y callar es gritar. El compromiso es inevitable.
Bajo las consideraciones ya plasmadas, disculpando la no consideración de algunos escritores en razón de la brevedad de nuestro artículo, podemos -entre otros- dar lacónicas referencias de los siguientes autores celendinos en los que encontramos el matiz analizado, así:
NAZARIO CHÁVEZ ALIAGA (1891-1978)
Es uno de nuestros más extraordinarios intelectuales, como hombre de letras y poeta. Entre sus obras publicadas figuran la monografía Cajamarca, sus ensayos filosóficos Ideario y Acción Parlamentaria, Liberación, y su libro Parábolas del Ande, el cual recibió una excelente crítica por intelectuales como José Carlos Mariátegui y Gabriela Franz Tamayo, Vallejo escribió que cada poema “emborracha y aporrea, tunde en la historia, apasiona en el instante”.
DAVID SÁNCHEZ INFANTE (1895-1942)
Destacan sus poemas de rebeldía: A la juventud, de amor a la tierra: Mi anhelo y su excelsa prosa en la que nos hace reflexionar replanteándonos la visión del Génesis: El nuevo Evangelio de Celendín.
JULIO GARRIDO MALAVER (1909-1997)
Perteneció al grupo de los llamados “Poetas del Pueblo”. Cultivó la poesía filosófica y social. Su obra humana y literaria se ha caracterizado por formular una lucha por la causa indígena y del oprimido. El poemario “La dimensión de la piedra” fue prologado por el filósofo cajamarquino Antenor Orrego.
ARTIDORO CÁCERES VELÁSQUEZ (1934)
Considerado como el introductor de la disciplina de la neuropsicología en el Perú. Su trabajo versa principalmente sobre la neuropsicología del lenguaje. Arista Montoya ha destacado de Cáceres su condición de científico comprometido con la verdad comparándolo con Borges y Heidegger. Entre sus obras encontramos: Familia, Comunicación y Sociedad y Del Psicoanálisis al Neuroanálisis.
JORGE WILSON IZQUIERDO (1941)
Sobresalen sus obras Sangre y Arrojo, que trata sobre la insurrección del Che Guevara en Bolivia o los problemas existenciales en Más lejos que nunca.
ALFREDO PITA CHÁVEZ (1948)
Tuvo como amigos y maestros a escritores consagrados como María Arguedas y Ramón Ribeyro. Destacan sus obras: El cazador ausente y El rincón de los muertos, en ésta última narra el horror de la guerra que asoló al Perú las últimas décadas del siglo pasado en las alturas andinas de Ayacucho.
JORGE HORNA CHÁVEZ (1949)
En sus poemas, como en la obra poética del filósofo Mariano Ibérico, se redescubre la reverencia cósmica del hombre de antaño, se vuelve a la naturaleza. Ha publicado los poemarios Árbol de atisbos, En los labios de Celendín, Llueve a cántaros, entre otros.
JOSÉ LUIS ALIAGA PEREYRA (1959)
Entre sus obras encontramos: Grama Arisca, que constituye -en palabras de Jorge Luis Roncal-, “una celebración de la dignidad y rebeldía de los pobres” y El Milagroso Taita Ishico, en el que prevalece la ironía y la denuncia social. Sus cuentos recogen los sentimientos de injusticia, falta de libertad del pobre y la defensa del medio ambiente, así en la narración Ruge, Ruge, Marañón.
Nuestra lista seguramente -en una publicación más concienzuda- se alargaría, como el tiempo que perennizará a nuestro querido Cielo Azul del Edén, y las nuevas y futuras generaciones contribuirán sumándose a ella. Los puntos -paisanos- son meramente suspensivos…
[Artículo publicado en la Revista Oígaste N° 005 – Edición septiembre 2020]