Por: Ricardo J. Sánchez Cabanillas (UNMSM).
El centro histórico de nuestra ciudad se encuentra en proceso de crisis y degradación de su patrimonio arquitectónico monumental. Ese espacio urbano asentado en un hermoso relieve plano, donde cada cuadra se delineó como una cuadrícula y que en conjunto le dieron el aspecto de un “Tablero de Ajedrez” y lo hacía diferente de las demás ciudades de la región y hasta de otras regiones, se encuentra en franco proceso de degradación.
Esta ciudad, en medio de la cual aparecían imponentes y majestuosas casas de adobe o tapial de uno o dos pisos, de paredes blancas, surcadas por grandes puertas y balcones tallados hábilmente en madera y pintados a tono con el paisaje, donde en su interior podíamos ver la presencia de amplios corredores, un patio principal empedrado, un horno, la cocina con su fogón y el infaltable huerto donde –en opinión de Luis D. Quiroz Amayo– florecían los rosales más hermosos del planeta: gladiolos, claveles, amarantos, geranios, cucardas, clavelinas y eventualmente nardos y siemprevivas y una planta de durazno y/o de capulí; donde el común denominador del paisaje, era la presencia del techo a dos aguas de tejas rojizas sometidas al fuego y a las lluvias propias de nuestra región y que desde cualquier ángulo que la avizoráramos sobresalían sus singulares iglesias, la municipalidad y otras construcciones de la época; elementos que, en definitiva, daban el sello de identidad a nuestra ciudad, están en franco deterioro y muchos de ellos están siendo destruidos y reemplazados por construcciones de “carácter contemporáneo”, construidas sin ningún criterio técnico y mucho menos estético que armonicen al menos con el perfil arquitectónico de nuestra otrora “Cielo Azul del Edén”.
Lo descrito, sin lugar a dudas, despierta nostálgicos recuerdos en quienes vemos pasar delante de nuestros ojos esos cambios que viene experimentando nuestra ciudad. Entonces surgen inevitables preguntas y acaso también cuestionamientos sobre las causas, los responsables y lo que se puede hacer para que nuestra ciudad ponga un alto a su incontenible degradación de su centro histórico, para que conserve la esencia de su paisaje cultural y evite su desaparición.
Las causas son varias:
- Desconocimiento, indiferencia o acaso complicidad de las propias autoridades sobre el rescate y valoración de nuestro patrimonio arquitectónico por parte de las gestiones municipales de los últimos 30 años, a pesar que la Ley Orgánica de Municipalidades N° 27972, en su artículo 82, inciso 12, establece que las municipalidades promueven, protegen y difunden el patrimonio cultural de la nación dentro de su jurisdicción y la defensa y conservación de los monumentos arqueológicos, históricos y artísticos, colaborando con los organismos regionales y nacionales competentes para su identificación, registro, control, conservación y restauración.
- Alteración del uso del suelo del centro de la ciudad, deja de ser residencial para poco a poco ir dando paso a servicios terciarios (comercial, financiero, de servicios, etc.).
- Deterioro físico de las edificaciones de tapial y/o adobe, las cuales son reemplazadas por ladrillo y cemento, construyéndose casas y edificios que trasgreden y alteran el perfil arquitectónico de la ciudad.
- Alteración de la valoración arquitectónica, debido a que nuestras construcciones arquitectónicas tradicionales han sido reemplazadas por construcciones que superponen el beneficio económico en su construcción.
- Alteración de las estructuras estético-formal de las tipologías arquitectónicas, debido a que las nuevas construcciones han introducido patrones arquitectónicos disparejos e híbridos que trasgreden y alteran la estética y el perfil arquitectónicos del centro de la ciudad.
Además de lo mencionado, debemos agregar una publicación reciente del diario La República del 16 de septiembre del 2021, cuyo encabezado es “Ciudades peruanas: sin planificación, con documentos vacíos y crecimiento informal” donde establece que, la implementación de planes urbanos en el Perú no llega ni al 50% entre las provincias y ni siquiera al 10% a nivel distrital. La poca importancia que se le ha dado a la planificación se refleja en cómo han crecido las ciudades; donde los gobiernos provinciales y distritales indicaron que son varias las causas de este problema: la falta de recursos (es su principal razón para no implementar sus planes), contratación de personal no calificado (lo que no asegura la calidad de los mismos), muchos funcionarios desconocen este tema y la poca experticia de los planificadores en el país (Perú tiene alrededor de 1800 municipalidades y solo hay tres escuelas de posgrado de planificación, donde se genera un déficit, al formarse solamente de 15 a 20 planificadores al año).
Los que ahora vivimos en otras latitudes pero que regresamos año tras año a nuestra patria chica observamos extrañados que esa esencia de su paisaje cultural, esas singulares construcciones, esas casonas de antaño, esa plaza mayor, esa plazuela Cortegana, esa capilla de la colina San Isidro, expresiones estéticas e históricas, que daban el sello de identidad a nuestro pueblo vienen siendo alteradas e incluso demolidas, ese espacio al que podríamos denominarlo el centro histórico de nuestra ciudad (al menos 300 metros a la redonda de la plaza mayor o tomar como referencia de dicho espacio, el sugerido por el Movimiento de Identidad Celendina en su propuesta de conservación de la identidad histórica y cultural de Celendín del año 2008), está cambiando dramáticamente y lo más alarmante es que estas alteraciones se vienen ejecutando sin control alguno. Estos excesos y atentados contra nuestro patrimonio arquitectónico producen dos efectos negativos; por un lado, vemos que la armonía y estética arquitectónica de las construcciones tradicionales se van perdiendo por la construcción de “nuevos edificios”, que como era de esperar son producto de los procesos de cambio como las migraciones, el comercio, las comunicaciones y las nuevas tecnologías de la información; y, por otro lado, estos “nuevos edificios” que se construyen sin los estudios necesarios, alteran el perfil urbanístico y tradicional de nuestro paisaje. Esas casonas que se han lotizado para aumentar el número de espacios y de pisos, opacan nuestras construcciones tradicionales, alteran la visión estética del conjunto y las condenan a su desaparición.
Todo ello conlleva a que el centro histórico de nuestra ciudad empiece a deteriorarse y alterarse, perdiendo su estética paisajística y urbana, tal como sucedió con el centro histórico de Lima en la década de los ochenta; pero que, con la llegada de Alberto Andrade al Gobierno Municipal en 1996 se inicia el rescate de su centro histórico, aunque claro, queda mucho por hacer por esa Lima antigua, o también como sucedió en la ciudad del Cusco, donde en las faldas de los andenes de los alrededores de la fortaleza de Sacsayhuamán se iba construyendo un moderno hotel de siete pisos, el cual alteró y destruyó la armonía del paisaje, donde se había trasgredido la ley que solamente permitía que las construcciones en la zona pueden tener una altura de hasta dos pisos, respetando la estética del paisaje. Este hecho fue objeto de protestas e indignación de los cusqueños, de los turistas, de las autoridades e inclusive de la UNESCO (máximo organismo mundial de la cultura). No es el caso del lujoso hotel Marriot que actualmente funciona en lo que fue el convento de Los Agustinos respetando la arquitectura colonial del siglo XVI o el gran hotel Monasterio que funciona en lo que fue el monasterio San Antonio Abad construido en 1592; estos y otros hoteles que funcionan en la ciudad del Cusco ofrecen al visitante servicios de la mejor calidad, comparables a los que brindan los mejores hoteles del mundo, pero que sin embargo lo hacen sin alterar el patrimonio arquitectónico de las construcciones originales. Otro buen ejemplo de conservación y puesta en valor del patrimonio son las ciudades europeas que cuentan con modernos servicios de transporte, pero respetando su patrimonio arquitectónico, por ejemplo en Lisboa se siguen conservando y usando sus tranvías de hace aproximadamente 70 años de antigüedad, en Moscú se conserva la estética tradicional de las estaciones de su moderno tren subterráneo, ni hablar del respeto a su perfil urbano tradicional que tienen las ciudades de Madrid o París y hasta nos puede causar sorpresa al constatar que Washington, la capital norteamericana, conserva su centro histórico. Sin ir muy lejos, las ciudades de Cajamarca y Chachapoyas son dignos ejemplos de la conservación de sus respectivos centros históricos.
¿Pero, por qué es importante conservar y valorar nuestro patrimonio cultural?
Todos los pueblos, todas las sociedades y todos los grupos humanos tienen cultura, donde una de sus expresiones es el patrimonio arquitectónico, que a su vez forma parte del patrimonio cultural. Cuando hablamos de patrimonio cultural de un pueblo hacemos referencia a ese conjunto de elementos materiales (edificios, iglesias, plazas, pinturas, restos arqueológicos, etc.) e inmateriales (tradiciones, costumbres, creencias, danzas, gastronomía, etc.) que nos permiten dibujar nuestra identidad individual y colectiva, que nos permite descubrirnos como individuos y como pueblo, que una sociedad de común acuerdo adopta como propio y que son la base de su identidad cultural.
En tal sentido, nuestro patrimonio cultural celendino que en esta oportunidad lo enfocamos en su patrimonio arquitectónico, se convierte en expresión viva de su fundación como pueblo que debe permanecer como soporte de nuestra memoria histórica, que nos debe hacer sentir orgullosos de ser celendinos, que sus calles y plazas sean lugares de paseo y de encuentro, donde se cultiven las relaciones sociales y la práctica de nuestras fiestas, de nuestras costumbres y tradiciones; ese patrimonio tenemos la obligación de transmitirlo a las generaciones futuras, porque es una fuente de información que nos dice de dónde venimos y nos permite establecer vínculos estrechos entre nosotros y nuestro territorio. Al igual que todo padre y toda madre que quieren dejar bien provistos a sus hijos, debemos preocuparnos para que nuestros hijos y nietos puedan contar con los testimonios de nuestra cultura celendina, conocer y comprender su pasado y tener diversas posibilidades de desarrollo.
Por otro lado, aprender a respetar y conservar nuestro patrimonio, fomenta la creación de valores que permiten forjar mejores ciudadanos y la simple contemplación de los objetos, sitios y manifestaciones culturales es, de por sí, un placer estético que nos enseña a apreciar mejor la belleza y a cuidar y valorar nuestro entorno; también nos permite, por un lado, descubrirnos como sociedad y asumirnos como individuos y como pueblo y, por otro lado, nos permite vincularnos con nuestra historia.
Si revaloramos nuestro centro histórico –que es una tendencia mundial avalada por organismos internacionales– integrando nuestro patrimonio monumental, urbanístico, las manifestaciones religiosas, los eventos culturales, nuestra artesanía, los mercados y los atractivos naturales y culturales que rodean a la ciudad, podremos convertirnos en un foco de atracción turística, y el turismo es fuente importante de ingresos económicos, dinamiza el comercio, el transporte, los servicios en general; en suma, contribuye a mejorar la calidad de vida de la población.
Siendo conscientes de lo dicho, con fecha 03 de agosto del 2018 presentamos una carta abierta al alcalde provincial de ese entonces donde le manifestamos fundamentos de hecho y de derecho para rescatar, conservar y declarar al centro histórico de la ciudad como zona monumental intangible. Con fecha 23 de febrero del 2021 solicitamos a la Dirección Desconcentrada de Cultura de Cajamarca la inspección y evaluación del centro arquitectónico de nuestra ciudad a fin de que realicen el inventario y registro de nuestros monumentos arquitectónicos que aún se conservan, a fin de rescatar, proteger, conservar y ponerlos en valor, que reflejan la historia de nuestro pueblo y generan y fortalecen nuestra identidad. Sin embargo, nuestras gestiones en el primer caso, nunca hubo una respuesta al respecto; en el segundo caso, estamos a la espera de la orden para su ejecución.
Finalmente, debo mencionar otros problemas que ya viene sufriendo nuestra ciudad, por ejemplo están la falta de parques y espacios públicos, donde la Organización Mundial de la Salud establece que debe haber 9 m2 de áreas verdes por habitante y a todas luces nuestra ciudad está lejos de esa recomendación (en Lima Metropolitana solo Miraflores, San Isidro, San Borja y Surco cumplen esa recomendación), otro ejemplo es su crecimiento urbano o la ocupación del espacio en forma desordenada y la emisión y descarga de contaminantes que traerán un impacto negativo en la calidad de vida de la población (salubridad, contaminación, transporte, servicios básicos, etc.). Sin embargo, estamos a tiempo de subsanar estos problemas, estamos llamados a prevenirlos y superarlos.
[Artículo publicado en la Revista Oígaste N° 008 – Edición Octubre 2021]