Por: Gutemberg Aliaga Zegarra.

Esta calle helada, en que duele la vida,

de día y de noche cobija en su seno

al pobre mendigo, resignado y bueno

que extiende su mano clamando comida…

Atado a su pena encuentra el pordiosero

gestos indolentes, enojo inhumano;

de espaldas al cielo, cerrada la mano,

ajena al dolor de todo limosnero…

En un devenir de horas, días y años,

en que el pobre nunca halla consuelo

en su larga espera de alguna migaja.

Al final, el indolente, con sus desengaños,

hallará a su turno hermético el cielo

y ¡Oh, Dios, sin bolsillos la helada mortaja!

[Artículo publicado en la Revista Oígaste N° 002 – Edición septiembre 2019]

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