Por. Douglas Rojas Z. (Salgud)
Celendín, julio del 2050.
He despertado esta mañana, gracias a las melodías de mi TV pantalla de niebla tridimensional, programada para despertarme a las 07:30 horas de la mañana, con una suave “melodía sintetizada” especialmente para ser “despertador”, y de esa forma no alterar las ondas “alfa” de mi “córtex” cerebral, cuando mi sueño está desarrollándose en la fase REM. Luego, en forma gradual y suave, ponerme al tanto de las últimas noticias, tanto nacionales como internacionales que (después de despabilarme los ojos y colocarme un par de gotitas oftálmicas) podré ver en aquel “escenario 3D” de mi pequeño aparato televisor portátil pantalla de niebla (que dicho sea de paso) hace tan sólo cinco años que se han hecho populares en los grandes mercados que existen en todo el mundo; y, que, felizmente, lo adquirí hace poco en la ciudad de Barcelona, a un costo que para mí era poco más o menos holgado.
Pese a estas “sofisticadas atenciones tecnológicas” con que cuento ahora para dormirme bien, he tenido además que solicitar, en este lujoso cuarto del “hotel cinco estrellas” en el que estoy alojado, que me brinden una habitación que contenga un aparato regulador de ondas hertzianas para, de esta manera, contrarrestar las microondas, que en esta parte de la gran ciudad se encuentran esparcidas por las múltiples antenas que existen; y, también, ralentizar el efecto neurotóxico que ejercen estas vibraciones electromagnéticas en el sistema nervioso humano para menoscabar la calidad del sueño.
Veo en el neblinoso, pero nítido escenario de mi pantalla 3D de niebla, una noticia un poco alarmante para mí, que soy amante de la ciencia. Acaban de descubrir un nuevo elemento químico que será agregado a la tabla periódica, se llamará Rodiux-415; al parecer, tiene propiedades similares al plutonio y, según dicen, servirá para la elaboración de bombas H, aceleradores de neutrones y propulsores atómicos de naves interplanetarias. Ha sido descubierto en los laboratorios nucleares de Novosibirsk, al sudoeste de Rusia. He dicho “alarmante noticia”, puesto que, cada vez más las potencias planetarias están encaprichadas en terraformar y colonizar otros planetas relativamente cercanos como Marte o el asteroide Ceres, antes de seguir mejorando acá mismo el nuestro. Asimismo, se escucha entre las noticias, para mí un tanto banales, la nueva cotización del Sudcoin, nueva moneda que se está utilizando a nivel de toda América Latina y parte del Caribe, frente al precio del actual Eastcoin, que actualmente circula en la región euroasiática del planeta.
Después de levantarme, pesado y somnoliento aún, y dirigirme al “toilette” para lavarme la cara me coloco la dentadura postiza frente al espejo, así como también un poco de protector solar en los pómulos y me instalo en la muñeca el “por ahora opcional” celular de pulsera con tecnología 5G-3, que ya no es necesario digitalizar; sino que simplemente obedece las órdenes de su dueño en virtud del asistente electrónico que posee, y que hace cuanto se le ordene como llamadas, mensajes o hasta elaborar textos y documentos relativamente complejos; dar la hora en altavoz, entregar datos del tiempo, presión arterial, saturación, etc., etc., con solo dictarle la idea de lo que se desea obtener, simplemente hablándole al aparato, de corrido, en idioma español.
—Buenos días, joven (llamé al hotelero por medio de mi celular pulsera). Soy el pasajero del 302; por favor, hágame el servicio de venir a conducirme hasta el Hall de pasajeros, que necesito esperar a un familiar, se trata de mi nieta, quién llegará en unos minutos para llevarme a pasear esta mañana. Gracias joven…y muy amable… —Fueron mis últimas palabras, después de escuchar la voz ecualizada del recepcionista del hotel, por el auricular de mi aparato de pulsera, modelo Wtel-A85, ensamblado por el gigante Huawei.
—No se preocupe señor DRZ-302, en seguida le estaremos atendiendo —fue su contestación por medio del auricular diminuto de mi aparato digital. (Hay que hacer notar que DRZ-302 era mi código de pasajero, por mi nombre y porque yo me encontraba en la habitación 302 de aquel lujoso hotel; además, en estos tiempos, se ha despersonalizado tanto la atención en los servicios que rara vez utilizan ya el nombre propio de los clientes).
Al poco momento llegó el joven: delgado, bien parecido, peinado con gel al mismo estilo Jhon Trabolta (que era un artista de mis años mozos) y vestido con uniforme color verde y blanco con botones dorados, llevaba corbata michi color negro; es decir, iba vestido al mismo estilo y usanza de la cadena de hoteles Pacifics Inn, que han proliferado actualmente en todo nuestro país y otros países vecinos, por causa de la expansión del turismo vivencial de aventura, en Latinoamérica.
El joven me tomó de la mano para ayudarme a salir y caminando cansinamente, aferrado a la suya, nos dirigimos al ascensor para bajar al amplio hall de entrada de la primera planta; hall con ventanales y plantas exóticas y de sombra, que existían en la planta baja de aquel lujoso hotel cinco estrellas llamado “Puma Rume”, situado en las tendidas faldas de un cerro de nombre parecido, en nuestra actual y futurista ciudad de Celendín. En donde mi nieta me había reservado una habitación confortable para aojarme en mi visita y llegada desde Barcelona.
Cuando estuve sentado en el blando y mullido sofá del hall de recepción del gran hotel, pude ver a través de sus ventanales de vidrio templado y lunas polarizadas, la amplia y extensa ciudad moderna de Celendín. Ver, por ejemplo, cómo se habían elevado sus edificaciones. Podía distinguir, aunque vagamente, por mi vista ya debilitada por los años, cómo en algunas partes, algunos edificios habían sobrepasado la altura de los veinte pisos; también se podían ver al fondo, en lo que llamaban cerro de Jelij, así como en todos los cerros orientales que circundan la ciudad, estar completamente reforestados y salpicados por blancos y lejanos “edificios campestres” con puertas y ventanales, al parecer hechas de madera o talvez metal, cuyos colores contrastaban con los muros de los edificios de pálidas tonalidades.
En lo que aún es la “fila de Jelij” se notaba la invasión de grandes construcciones, al parecer también viviendas, hoteles o restaurantes; se veían a la distancia, algo así como una larga fila de balaustres, que denunciaban la existencia de algún “Gran Mirador Turístico” en aquel lugar. Pero lo más atrayente, lo que más me llamó la atención, en aquella mañana de sol refulgente del mes de julio, fue ni más ni menos que la vista panorámica de una gran autopista, que partiendo del óvalo o plazuela del monumento al filántropo Augusto G. Gil, se dirigía recta, amplia y con orillas de frondosa arboleda, en dirección al Este de la ciudad y “desaparecía como por encanto” en las mismas entrañas de las laderas del caserío de “Santa Rosa”, o sea, en los flancos de la montaña que da sustento y origen al cerro de Jelij.
Confieso que esto me llamó grandemente la atención; y no pude más que guardarme la curiosidad para cuando llegara a llevarme mi nieta Luan y a quien, sin más dilación ni aplazamiento, tendría que preguntarle de qué se trataba esa moderna vía, que al parecer se introduce en aquel grande y rocoso cerro que nos separa a nosotros, de las tierras calurosas del marañón.
A eso de las ocho con doce minutos de esa misma mañana del mes de julio, llegaba mi nieta Luan, para abrazarme efusivamente y darme más de un beso en la mejilla, regalándome uno de mis mejores saludos matinales.
—¿Cómo estás papito?, ¿has dormido bien?, ¿cómo amaneciste?, ¿te sientes bien? —Me preguntó con gran interés y empatía mientras no me terminaba de abrazar calurosamente.
—¡Bien hijita, estoy bien! —le resumí con firmeza, tratando de mostrar energía y un aparente vigor que no tenía.
—¡Me alegra escucharte decir eso papito!; entonces, iremos primero por el centro de la ciudad y tomaremos un desayuno al mismo estilo shilico —me dijo cariñosamente, mientras me ayudaba a bajar por las amplias gradas de ingreso al hotel, reforzadas con filetes de aluminio, asiéndome de la mano, para ayudarme a caminar, siempre con aquel paso cansino y a la vez convaleciente que yo tenía que emprender (dado que hacía poco que me habían intervenido una de mis rodillas en cierta clínica de Barcelona, donde estoy radicando hace ya 22 años y unos meses más).
Ya afuera del edificio nos esperaba un automóvil moderno que, aunque estaba encendido, no hacía prácticamente ningún ruido, era silencioso, muy silencioso: era un modelo WV actualizado, algo pequeño, pero con motor eléctrico, de fabricación coreana, en el cual subimos (yo con dificultad por mi rodilla). Mi nieta se sentó al timón para conducir el vehículo por aquella inclinada superficie de asfalto que conectaba al “Puma Rume Hotel”, con el resto de la ciudad de Celendín.
Al sentarme en el confortable asiento del auto, pude observar por el vidrio reforzado del parabrisas lo que, en la noche anterior cuando hice mi arribo al gran hotel, no había visto con lujo de detalles: la fenomenal fachada de este hermoso edificio. Tenía voladizos muy salientes, terrazas y jardines colgantes por varias partes, cascadas artificiales que caían con burbujeante encanto. Los barandales de los balcones continuos en los pisos superiores eran de aluminio trabajado para darle un acabado modernísimo y confortable para quienes usaban de sus pasamanos y posaban a disfrutar de la brisa y panorámica visión de la ciudad, como de su campiña y plácidas laderas que, para este tiempo, lucían hermosamente reverdecidas por una bien tecnificada reforestación. El imponente frontis de este gran hotel estaba todo pintado en blanco humo y otras tonalidades mixtas, con pintura al látex, al parecer epóxicas, resistentes a la lluvia y a la radiación solar, que le daban mucho más esplendor y gracia señorial.
Bajamos por la estrecha senda asfáltica hasta el centro de la ciudad y entramos en el estacionamiento del ya ahora remodelado y modernizado hotel “Villa Madrid”, en donde como siempre, funcionaba uno de los mejores restaurants de la ciudad y donde había una atención fina y personalizada.
Ordenamos un sabroso “caldo verde”, al mismo estilo natural de las abuelas; es decir, hecho a base de “paico”, yerba aromática que aún en estos tiempos utilizan allí (aunque ya nos habíamos enterado de buena fuente que, a este clásico alimento, algún osado vanguardista de las industrias alimentarias lo había industrializado y convertido en un producto de “sachet”, precocido y listo para agregar al agua caliente y convertirlo en un fastuoso caldo para desayunos al mismo estilo “rapid food”.
Después tomamos un chocolate shilico, bien batido con molinillo de mano y acompañado con unos “sanguchitos”, hechos a base de tostadas y queso de leche fresca, traída de las campiñas de Sucre. También yo, -por la edad que tengo y por receta médica- tome mi pequeña pastilla de UVertyn, indicada para contrarrestar la radiación solar que en estos últimos años se ha incrementado gravemente debido al deterioro progresivo de la magnetósfera del planeta.
Todo salió muy delicioso, luego, agradeciendo por la atención brindada en el Villa Madrid, salimos a reanudar otra vez nuestro periplo turístico. Nos habíamos propuesto recorrer lo más que podamos de los lugares, valles y sitios importantes de nuestra comarca de Celendín, en su anchuroso territorio, que para ello la mañana había amanecido con una alegría solar indescriptible; pero que, el día entero quizá, no era suficiente para realizarla en su totalidad.
—Qué zona prefieres visitar hoy día, papá, —me dijo Luan, mientras ponía en marcha el coche semi silencioso de fabricación asiática.
—Bueno hija —le dije— dónde tú digas. Total, yo soy materia disponible, además tú conoces mejor que yo todas las zonas y lugares más importantes que existen, para visitar y contemplar juntos, las bondades turísticas que por ahora nos ofrece nuestra querida provincia.
—¡Bien! —dijo ella, enrumbando ya el WV modelo automático casi silencioso— iremos primero a conocer el gran cañón del Zenda y los balcones de Llaguán…
Y diciendo esto, aceleró el coche para hacerlo subir por la calle “Dos de Mayo”. Al minuto, salíamos por la pista de San Cayetano, hasta desembocar en Bellavista donde, de nuevo, me llamó la atención ver su plaza muy remodelada: Con árboles bonitos y en vez del gigantesco sombrero que había allí, hace más de veinte años, ahora presentaba un cibernético coliseo de gallos, hecho de material sintético, con piso de arena completamente blanca, y dentro de él, bien ubicados y en posición desafiante, dos metálicos “gallos robot”, tamaño gigante; gallos que (según después me explicaron) en los días festivos y feriados los hacían pelear, para diversión de los visitantes. Inclusive, ocurrían apuestas en estas lides; puesto que, a estos los habían diseñado con aptitudes competitivas, insertándoles un procesador electrónico probabilístico, de tal manera que nunca se supiese quien ganaría o perdería la próxima vez que se enfrentaran.
Y así, maravillados por estas novedades, seguimos enrumbando con destino a los Balcones del Cañón del Zenda que estaban, para ese entonces, separados de nosotros, no más de media hora de viaje en el moderno y rápido vehículo eléctrico que nos trasladaba, por aquellas anchurosas vías completamente asfaltadas que nos llevan vertiginosas hacia el centro poblado de Llaguán, donde está ubicado el mirador.
—Quisiera preguntarte algo, Luanita —le increpé a mi nieta, mientras viajábamos.
—Tú dirás, papá —me dijo, mientras maniobraba el coche automático, tratando de conducirlo a gran velocidad.
—Quiero saber qué es… o mejor dicho… ¿hacia dónde va esa autopista que parte del óvalo de Celendín y se pierde bajo el cerro de Jelij?, ¿acaso termina bruscamente al chocar en él?
—¡No!… ¡No!… ¿Qué… no sabías papá? Hace poco se construyó el túnel viaducto que conecta la ciudad de Celendín con la zona alta del Limón, en el distrito del Utco y atraviesa el cerro Jelij, mediante un túnel de tan solo tres kilómetros y medio, ahorrándose aproximadamente treinta de distancia entre Celendín y la localidad de Balsas; además, según dicen, durante su construcción se han encontrado grandes depósitos de agua subterránea que ahora lo están utilizando para irrigar las tierras del valle del Limón. ¿No sabías eso papá? Es más, desde que se puso en funcionamiento este túnel, cuyo costo se dice fue de cuarenta millones de Sudcoins, se ha incrementado el turismo enormemente, proveniente de la ciudad de Cajamarca, de la costa y otros lugares del Perú hacia Celendín (por la atracción del túnel), y también hacia el Marañón, Kuélap, la Amazonía y viceversa.
» No olvides papá que en la vía hacia Chachapoyas se ha incluido una variante; ahora se viaja también por San Vicente de Paúl (ruta a Bolívar) y por Chuquibamba. Todas ya son vías asfaltadas y dicen que hay otra variante, incluso, que por ahí nomás se enrumba hacia Tarapoto. Partiendo de Chuquibamba, por la Morada y el Gran Pajatén y llegando directamente a Juanjuí en la región de San Martín.
—La verdad hija… —dije exaltado— me maravilla escucharte eso. ¿Y qué pasó con la otra ruta de Balsas, Saullamur, Chanchillo y Calla Calla, por donde yo iba a Chachapoyas, hace muchos años?
—Sigue existiendo siempre, como una vía alterna. Total, hay muchos lugares, caseríos y estancias que tiene que conectar de todas maneras, y ahora los transportistas eligen la ruta por la cual más les conviene.
» Además de eso —dijo Luan— por aquella ruta antigua hasta Chachapoyas, también se han hecho enormes mejoras con el tiempo. Basta decir que ya es una vía asfaltada de doble vía, así como la que nos conecta con Cajamarca. Todo esto ha contribuido al certero desarrollo de nuestra provincia y región, existiendo en la actualidad un fluido comercio y turismo con nuestra Amazonía, y eso fue también lo que justificó la construcción del campo de aterrizaje de aviones de pequeño fuselaje en “Pampa de la Arena”, en el distrito de Jorge Chávez, campo de aterrizaje actual que sirve para solucionar diversas emergencias que se dan siempre en los pasajeros interregionales entre Cajamarca, Amazonas, la región San Martín e incluso Lima.
Mientras esta maravilla actual me explicaba mi nieta Luan pude notar, por el paisaje agreste, que íbamos llegando al lugar anhelado: el gran cañón del Zenda, ubicado en el distrito de Huasmín, localidad de Llaguán.
—¿Por qué se llama así…Zenda o Senda? —le pregunté a mi querida nieta.
—Lo han rebautizado así, recientemente —me dijo—, porque el río profundo que pasa por abajo de este abismal paraje se llama Sendamal; el cual, a través de millones de años de actividad erosiva, ha excavado innumerables estratos de roca caliza sedimentaria, formada en muy antiguas eras geológicas y ahora, ha tenido como consecuencia la formación de este profundo cañón, en donde también se ha formado, por capricho de la naturaleza, otro lugar especial para observarlo y apreciarlo en toda su magnitud: nada menos que los grandiosos “Balcones de Llaguán”, a donde en este momento estamos a punto de llegar.
Llegamos hasta este magnífico lugar (Los Balcones), que ya contaban con hermosos parapetos para evitar que los turistas cayeran al abismo y con una franja corredor bellamente empedrada. Al contemplar el paisaje, desde allí, pude comprobar con mis propios ojos que, por la emoción parecían haberse vuelto “ojos de águila”, que nada tenemos que envidiar al gran cañón del Colca en Arequipa o del Huancas en Chachapoyas. La visión panorámica desde estos “balcones”, de toda la hondonada del rio Sendamal, las montañas de Sorochuco y del valle de La Llanga, es nada más ni nada menos que incomparable, tanto que por un instante me imaginé ser un cóndor de alturado vuelo, que desafiaba las más altas cumbres de las montañas.
[Artículo publicado en la Revista Oígaste N° 008 – Edición Octubre 2021]